La noche se acercaba y las estrellas hacían su aparición paulatinamente en el cielo. La luna no se presentó esta vez, por lo que la oscuridad era inmensa. Lo poco que se veía era gracias a esos puntos brillantes en el cielo que brindaban una pequeña pero apagada luz.
Eveline las contempló mientras se dirigía a su casa. Esmeralda, su madre, le pidió el favor de ir al mercado a vender unos panecillos que algunos pueblerinos le habían encargado en la mañana, y ahora estaba caminando de regreso a su hogar.
«Se me hizo tarde para volver a mi casa. Mi madre debe estar preocupada»
Después de andar largo rato, al fin logró llegar. Era una gran casa de dos pisos ubicada en una montaña alejada del pueblo. Se acercó al portón de la valla de madera que la rodeaba, ingresó y cerró. Su madre se asomó por una de las ventanas y salió para recibir a su hija con los brazos abiertos.
—Eveline, al fin llegas —la abrazó—. Me tenías preocupada.
—Lo siento, madre. Hoy fue otro gran día en el mercado —le devolvió el abrazo—. Algunos de tus clientes no llegaron a recoger los panecillos así que decidí venderlos por mi cuenta a otras personas que estuvieran interesadas.
—Me alegro, hija. Eres una chica inteligente y comprometida —se apartó y la miró con una sonrisa—. A pesar de tu edad, nunca te rindes. Eso me enorgullece.
—Gracias, madre —se puso una mano sobre la parte de atrás de su cabeza y se rascó, como respuesta a la vergüenza que sentía por lo que iba a contar—. Estaba pensando en conseguir un trabajo y ayudarte a pagar las cuentas de la casa.
—No te preocupes por eso —se encogió de hombros—. De esas cosas nos encargamos tu padre y yo. En serio no te inquietes.
—Claro que me voy a preocupar —arrugó el entrecejo—. Me han dado mucho y algún día quiero devolver un poco de todo lo que me concedieron.
—Eres muy joven para esas responsabilidades —se echó una risita—. Si quieres, puedes ayudarme con los quehaceres. Por cierto, mañana necesito ir a comprar algunas especias al mercado. ¿Te gustaría acompañarme?
—Por supuesto que quiero.
—Entonces ve a dormir, porque nos iremos temprano.
Eveline asintió, besó a su madre en la mejilla y subió por las escaleras que llevaban al segundo piso, avanzó un poco, giró a la derecha, caminó unos pasos más e ingresó a su habitación, justo a la izquierda en el fondo del pasillo. Era una alcoba bastante grande, con una cama en el centro, una amplia mesa de madera junto a la ventana y un estante lleno de libros en una de las paredes. Eveline ya había terminado de leerlo todos hace unos pocos días, pero aun así quería conservarlos.
Dejó sus cosas sobre la mesa y se acostó. El día que tuvo la dejó bastante cansada, no tardó mucho en quedar dormida.
—¡Cariño! —gritó su madre desde el exterior de su dormitorio—. ¡Ya es hora de irnos!
Eveline abrió los ojos y se percató de que ya era la mañana del día siguiente. Su madre la estaba llamando para que la acompañara al mercado. No había logrado despertarse temprano y en esos momentos necesitaba levantarse y vestirse lo más rápido que podía.
—¡Ya voy, madre!
Se levantó de un salto, abrió un armario de madera de puertas dobles donde guardaba su ropa y buscó alguna prenda que llamara su atención. Se puso de pie delante del espejo que estaba en una de las puertas del ropero y se miró de arriba abajo. Su tez blanca y su piel bastante cuidada hacían notar que era solo una niña de ocho años. A pesar de su edad, su estatura no era baja. Su pelo era café claro, deslumbrante, le llegaba un poco por debajo de los hombros; sus ojos eran de un color verde brillante. Sonrió al ver que se veía linda con ese vestido azul con diseños de flores blancas. Se dio media vuelta y se dirigió de manera apresurada hacia la puerta de su habitación, la abrió y miró que su madre se hallaba esperando por ella.
—Estoy lista.
Esmeralda la vio y le dedicó una sonrisa.
—Recuerdo cuando eras una bebé y tenía que cambiarte —le dijo—. Ahora mírate. Todo lo haces por tu propia cuenta. No sé en qué momento creciste tanto —se giró hacia el pasillo y comenzó a caminar dando zancadas—. Bueno, vámonos, ya se nos hizo tarde.
Eveline y su madre llegaron al mercado donde tenían que hacer las compras. Estaba lleno de personas caminando apresuradas de un lado a otro en búsqueda de sus adquisiciones, mientras otras gritaban los productos que ofrecían. Esmeralda se detuvo, se giró en dirección a su hija y se puso de cuclillas.
—¿Tienes la lista que te di con lo que necesitamos?
—Sí, madre —le mostró el papel que tenía en su mano.
—¿Me harías el favor de adelantarte y buscar todo eso? Tengo que conseguir algo especial. Cómpralo en los alrededores, no quiero que vayas muy lejos. Yo también estaré cerca —se puso de pie—. Cuando termines, nos reuniremos en este mismo sitio.
—Madre, se te está olvidando algo.
Esmeralda frunció el ceño y la miró con aire pensativo por unos segundos.