Oswald, desde su nacimiento, estuvo bajo el control de su abuela Meredith quien le enseñó cómo controlar su magia.
Aquella noche, hace dieciséis años, Meredith junto con el bebé abandonaron la casa donde dormía Eveline sin que esta se diera cuenta.
El niño creció en un abrir y cerrar de ojos según la percepción de la abuela. Desde hace varios días su poder se dio a conocer: podía crear bolas y rayos de plasma que destruían todo al contacto directo. Podía ver el futuro por medio de sus sueños y también tenía la habilidad de crear espectros; era una pieza fundamental para la antes Dama de la Cumbre. Conformar estas criaturas conllevaba un gran gasto de energía, hacerlo ella sola era complicado y bastante doloroso, ahora con Oswald esta tarea se haría mucho más fácil.
Una noche, el niño tuvo una visión premonitoria y le advirtió, a la que él creía que era su madre, sobre el peligro que se avecinaba. Había descubierto imágenes de un hombre que acabaría con la vida de Meredith con el fin de evitar su plan de extinción, objetivo que ella se propuso debido al odio que tenía hacia los humanos. Este sentimiento de maldad, también lo compartía el joven; ella le hacía creer que los humanos eran crueles y que solo les harían daño por temor a sus habilidades especiales.
Meredith Lawrence, al darse cuenta del futuro que le esperaba por causa de ese hombre impertinente, creó junto con Oswald un ejército de espectros. Eran criaturas sin rostro que tenían como único objetivo en la vida protegerla a ella y al muchacho de cualquier amenaza.
La bruja intentaría evitar que su plan fuera interrumpido, así que mandó a los espectros en búsqueda de este hombre. Quería que fuera asesinado antes de que se convirtiera en una amenaza, así que todas las ciudades y pueblos fueron invadidos por las criaturas sin rostro.
«Te voy a encontrar, Warren. No te interpondrás en mi plan. ¡No te lo permitiré!».