Warren, logró llegar al refugio. Era una estructura enorme construida de acero, en donde tenían armas, alimento, medicina y todo lo que se necesitaba para sobrevivir. Ahí se encontraba la mayor parte de los habitantes de Naycron, alejados de las hordas de Sin Rostros. Al posicionarse al frente de las gigantescas puertas, estas comenzaron a abrirse. Warren se adentró en el sitio y fue recibido por un hombre.
—¿Eres otro habitante de Naycron? —preguntó.
—No, señor. Soy de Hoswon —respondió—. Vine a Naycron para buscar un sitio seguro, al llegar a la ciudad solo vi destrucción. Revisé las casas para recolectar información sobre lo ocurrido y encontré una nota que hablaba sobre este lugar —le explicó.
—En ese caso no te quedes ahí, entra —le indicó el hombre—. Afuera es peligroso.
Antes de ingresar al refugio, Warren miró hacia atrás con la esperanza de ver a su amigo, pero no había nadie. Una sensación de tristeza lo invadió, Bill sacrificó su vida para que él huyera. Después de que juró proteger a sus seres queridos, fracasó de nuevo. Con esa sensación de culpa, bajó la cabeza y comenzó a caminar. Cuando se hallaba adentro, se dio cuenta de que el refugio no era como lo imaginaba. No todos se encontraban bien, había gran cantidad de enfermos y heridos.
—¿Qué pasó con estas personas? —le preguntó Warren a una enfermera que pasaba cerca.
—Muchos se enfermaron después del incidente —respondió—. Supongo que ya te enteraste de lo que está ocurriendo.
—¿Todo esto es por causa de los Sin Rostro?
—Esas criaturas se han estado llevando a los más jóvenes y han matado a los ancianos —arrugó el entrecejo—. Tal vez consideran que son inútiles para ellos.
—¿Se llevan a los jóvenes? —preguntó Warren asustado—. ¿Para qué?
—Escuché que una bruja llamada Meredith los controla. También escuché que quiere esclavizar a una parte de la humanidad y destruir la otra.
—No puedo creer que esto esté pasando —Warren recordó el motivo que lo había llevado hasta FG y se apresuró a preguntar—. ¿Hay alguna mujer aquí que se llame Evoleth Johns?
—¿Evoleth? —la mujer se sobresaltó—. Sí, ella reside en la habitación número cuarenta y cinco —le señaló el camino a seguir.
Warren agradeció y se encaminó según lo señalado por la enfermera. Cuando llegó, no lo pensó mucho y con sus nudillos golpeó la madera.
—¿Evoleth, estás ahí?
—¿Quién es? —respondió una voz al otro lado de la puerta.
—Soy Warren, leí la carta que dejaste en Naycron —le explicó—. Necesito saber qué fue lo que viste ese día.
—Nunca pensé que alguien llegaría a leerla —dijo ella mientras abría la portezuela de la habitación.
Era una mujer de unos treinta años, con tez blanca y pelo castaño, ojos verdes y estatura media. Llevaba puesto un vestido corto completamente blanco.
—¿Qué fue lo que pasó ese día, Evoleth?
—Pasa, toma asiento, te contaré.
Warren ingresó y ambos se sentaron en unas sillas al lado de una mesa mediana. Se colocaron viéndose de frente.
—Hace unos días mis padres salieron de Naycron —comenzó Evoleth a narrar el acontecimiento—. Dijeron que necesitaban hacer varias cosas fuera de la ciudad, que volverían en unos cuantos días. Me dejaron a cargo de Keyci, mi hermana de diez años. Una noche estaba en mi habitación, recién había terminado los quehaceres así que decidí descansar un poco. Todo estaba marchando normal, de repente Keyci comenzó a gritar —en sus ojos se notaba gran preocupación mientras contaba la historia—. Te lo juro que nunca la había escuchado así. Corrí hacia ella, pero lo único que encontré fue la ropa que tenía puesta ese día en el suelo. Estaba destrozada, rasgada; mi hermana no estaba en ningún lado, alguien se la había llevado. Salí de mi casa con la esperanza de ver algo por los alrededores, no encontré a nadie. Todos desaparecieron de un momento a otro, solo vi a unos cuantos ancianos y nada más. Pasaron varios días y mis padres no regresaron, por eso tuve que venir a refugiarme aquí. No estaba nada segura en mi hogar.
—Lamento lo de tu hermana —Warren puso su mano sobre la de Evoleth.
—Espero que ella se encuentre bien —dijo ella mientras las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas.
—Creo que deberías despejar tu mente un poco —le recomendó—. ¿Quieres salir un rato a caminar por el refugio?
—Tienes razón, tal vez me sea de ayuda.
Ambos salieron del pequeño cuarto.
—¡Todos a sus habitaciones! —gritó uno de los guardas mientras una sirena sonaba estridentemente.
—¿Qué ocurre? —preguntó Warren.
—Una horda de espectros se dirige hacia aquí, deben esconderse —dijo el hombre de manera alterada.
—¡Todos a sus habitaciones! —siguió gritando—. ¡No salgan de sus escondites hasta que se dé el aviso de que no hay peligro!
—Warren, ¿qué haremos con las personas enfermas? Ellas no pueden levantarse de sus camas, tenemos que hacer algo ya. Tenemos que ayudarlos —le suplicó Evoleth.