La Bruja de Witchwood

Capítulo 18 - Lección para pócimas

Eveline había preparado el escritorio para comenzar con las clases que le daría a Evoleth. Colocó el matraz para reacciones químicas en el centro de la mesa y lo llenó de agua hasta la mitad, enseguida agarró la flor azul de león y arrancó sus pétalos, uno por uno los puso en el interior de un mortero, para así poder molerlos y dejarlos con la consistencia que necesitaba. Preparó la cabeza de ajo, la echó también en el mortero y la molió. La textura de la mezcla estaba bastante bien, sin embargo, el olor a ajo irritaba bastante, era insoportable.

Eveline la depositó en el matraz, el líquido se tornó de un azul claro. Sostuvo el envase de vidrio y comenzó a moverlo en forma circular, de una manera suave, lenta y delicada durante un minuto; no quería derramar ni una sola gota. Al ver que ya estaba casi lista, la volvió a poner en su lugar y le añadió el polvo de hueso. Este polvo hizo que al líquido se le vieran pequeñas partículas blancas parecidas a la escarcha.

—Ya casi está terminada —volteó a mirar a Evoleth—. Solo hace falta que le deposites una gota de tu sangre.

Evoleth agarró un objeto puntiagudo y punzó su dedo, hizo que este le sangrara un poco. Enseguida dejó caer una gota en la mezcla que se encontraba en el matraz.

La solución de la pócima se tornó de un color rojizo, pero esta vez era opaco y brillaba de manera hermosa, como si tuviera un pedazo de sol sumergido en el líquido.

—Listo —agarró el matraz con una mano—. Coloca las botellitas de cristal en la mesa de la cocina y ayúdame a verterlo en el interior de cada una de ellas.

Evoleth colocó los frasquitos en la mesa, se los iba alcanzado uno a uno a Eveline para que los llenara con la pócima.

—No es difícil de hacer —dijo Eveline mientras llenaba los recipientes—. Lo único importante que necesitarás, es una gota de tu sangre. La mía no serviría para crearlas porque no tiene propiedades curativas como la tuya, por eso quise enseñarte cómo hacerlas.

—Gracias por eso —sonrió—. Haré más para guardarlas por si llegan a necesitarse en algún momento.

—Me parece perfecto —puso el matraz sobre la mesa—. Listo, ya están preparadas.

—¿Estás segura de que funcionan? —preguntó Evoleth.

—Más que segura. ¿Quieres comprobarlo?

—No gracias —respondió Evoleth riéndose—. Si alguien va a tomar ese líquido, no seré yo.

—¿Se encuentran bien? —Evoleth y Eveline se voltearon hacia la puerta y vieron que era Warren el que había formulado la pregunta—. ¿No ha sucedido nada extraño aquí?

Eveline notó que Warren estaba asustado. El tono de voz con el que hablaba era acelerado, y en su rostro tenía un profundo gesto de preocupación.

—Estamos bien, Warren. ¿Por qué lo preguntas? —respondió Eveline.

—Cuando venía de camino, me encontré con Freiser Gens —se acercó a la mesa—. Él estaba en muy mal estado, su rostro estaba empapado en sudor, así que decidí preguntarle si pasaba algo —apoyó ambas manos sobre el borde de la tabla—. Me contó que antes de que llegáramos a este refugio, había existido un virus letal que mató gran cantidad de personas aquí albergadas. Me dijo que la enfermedad mutó y que se iba a propagar de nuevo. Por eso quise venir a verlas.

—Estamos bien, Warren, tranquilo. Recuerda que somos inmunes a las enfermedades, nuestro cuerpo rechazará siempre todo tipo de virus que intente entrar en él —dijo Eveline.

—Eso no lo sabía, para ser honesto —pensó que nunca en su vida se había enfermado, así que Eveline estaba diciendo la verdad—. Me preocupan los demás, la enfermedad a ellos sí los afectará.

—Tampoco te inquietes por ellos —lo interrumpió—. Aquí se encuentra Evoleth, ella podrá curar la enfermedad de cualquiera.

—Algo que tienes que saber es que Evoleth no quiere que nadie sepa sobre sus poderes —miró a Evoleth—. ¿Cómo curarás a las personas sin que se den cuenta de que fuiste tú? —le preguntó Warren.

—Existe la opción de curarlos con las pócimas —le explicó Eveline.

—¿Pócimas? —preguntó Warren arqueando las cejas.

—Le estuve enseñando a Evoleth cómo crearlas. Son fáciles de hacer, así que podríamos preparar más y dárselas a las personas infectadas.

—Eveline tiene razón —añadió Evoleth—. Yo me encargaré de fabricarlas. Tu única responsabilidad es entregárselas a Freiser, para que él se dedique a repartirlas entre los refugiados.

—¿Necesitas algo para elaborarlas? —preguntó Warren.

—Por el momento no, aquí tengo todo lo requerido —dicho esto y sin perder tiempo, comenzó con la preparación de las pócimas.

Evoleth agarró el matraz, lo puso en el centro de la mesa, lo llenó hasta la mitad de agua, y comenzó a moler los pétalos de la flor azul de león junto con la cabeza de ajo, depositó todo en el agua que había dentro del matraz, lo movió en forma circular durante un minuto y acto seguido añadió el polvo de hueso justo como Eveline le enseñó.

«Ahora solo falta mi sangre»

Se punzó el dedo y derramó una gota en el interior del vidrio. Comenzó a llenar los frasquitos de cristal con el líquido que preparó.




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