Evoleth estaba en busca de Warren. Había estado preguntando a las personas del lugar en dónde podría encontrarlo. Lo estuvo buscando por un largo rato hasta que le dijeron que lo más seguro era que estaba en la habitación de Gifford. Así que Evoleth iba en esa dirección.
—¡Tráiganlo! ¡Con cuidado! —se escuchó una voz que provenía de la entrada principal del palacio.
Evoleth, con la curiosidad de saber qué estaba sucediendo, se acercó. Estaban cargando a un mago del mismo reino. Venía inconsciente. Algo lo había atacado. Lo trasladaron al centro del lugar y lo acostaron sobre unas sábanas que una maga tendió en el suelo.
—Está paralizado —decían los magos alrededor de Evoleth.
Ella no lo pensó dos veces y se acercó a donde se encontraba acostado el mago.
—¿Saben qué le ocurrió? —preguntó.
—Suponen que lo atacó un Gard —respondió Holden mientras se arrimaba.
—Hola, Holden —dijo Evoleth mientras volteaba—. Puedo saber ¿qué es un Gard?
—Es un demonio volador —respondió él mientras se arrodillaba para ver al mago herido más de cerca.
—¿Demonio?
—En este planeta existen demonios. Los Gards son unos de los más débiles pero tienen un veneno letal y si logran rasguñarte te paralizan para siempre.
—Entonces… ¿este hombre quedará paralizado para toda la vida?
—Correcto, para siempre.
—¿Qué hacen con los magos que son heridos por un Gard? No los pueden dejar vivir así.
—Por eso son convertidos en ceniza. Así no tienen que pasar el resto de su vida en un estado de parálisis.
—¿No han buscado cura?
—No. Aquí no hay médicos, recuerda que los magos nunca enfermamos.
—¡Nunca enferman pero sí pueden ser heridos! —arrugó el entrecejo— ¡Necesitan médicos, Holden!
—Hace tiempo existían sanadores. Eran los encargados de curar las heridas de los magos, pero su raza se extinguió.
Evoleth miró sus manos al escuchar las palabras de Holden. Se acercó al mago herido y se arrodilló al lado de él. Los otros magos se miraban extrañados. Evoleth puso sus manos sobre la herida del hombre y estas comenzaron a brillar de un color blanco amarillento, haciendo que la herida empezara a brillar de igual manera y se cerrara poco a poco hasta sanar por completo. El mago comenzó a toser, abrió sus ojos y levantó su torso hasta quedar sentado. Nadie podía creer que Evoleth lo había curado con tan solo tocarlo. Ellos creían que los sanadores habían desaparecido por completo y para su suerte, tenían a una frente a ellos.
—¡Eres una sanadora! —gritó Holden sonriendo y brincando de alegría—. ¿Por qué nunca nos dijiste nada, Evoleth?
—No tenía motivo para hacerlo, supongo —se sonrojó.
—Contigo los magos podremos ser curados de cualquier herida.
—Creo que sí —dijo Evoleth mientras una sonrisa se empezaba a notar en su rostro.
—¡Vienen hacia acá! —interrumpió el hombre que Evoleth había curado.
—¿Quiénes vienen para acá? —le preguntó Holden.
—¡Los Gards! ¡Se dirigen a las aldeas!
Los Gards llegaron a los poblados y comenzaron a destruir todo lo que topaban a su paso. Firedolt a pesar de ser un reino con tecnología y lleno de edificios grandes, también en algunos sitios tenía pequeñas aldeas construidas con simples casas de paja, un blanco bastante fácil para los Gards.
Las personas del lugar corrían buscando en qué ocultarse. Muchos eran capturados por las criaturas voladoras que con sus garras, podían clavar a sus víctimas y levantarlas para luego dejarlas caer desde lo alto.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Gifford que recién llegaba.
—Los Gards están atacando las aldeas, Milord —Holden lo puso al tanto de lo que estaba pasando.
Gifford se volvió hacia Warren que venía detrás de él.
—Hagámoslo, Warren. Es hora.
Warren asintió. Saltó y comenzó a crear su camino sólido de fuego, dirigiéndose con rapidez a las aldeas. Gifford lo siguió haciendo lo mismo. Al llegar, bajaron de un salto.
—¡Todos corran hacia el palacio! —gritaron a las personas que se encontraban corriendo de un lado a otro.
Los aldeanos salían de sus escondites y corrían hacia el palacio, pero los Gards los capturaban.
—¡No lo lograrán! —dijo dirigiendo las palabras hacia su Maestro.
Warren levantó los brazos y puso sus manos hacia el frente, creó un escudo de fuego alrededor de las personas que se dirigían hacia el palacio. Los Gards no podían capturarlos, si se acercaban serían quemados por el escudo, así que unos cuantos monstruos cambiaron su trayectoria y se dirigieron de inmediato a la posición de Warren. Gifford al ver que él estaba indefenso con ambas manos ocupadas con el escudo protector, comenzó a lanzar bolas de fuego para impactar a los Gards.
—¡Apresúrense! —les gritaba Gifford.
Los voladores seguían apareciendo uno tras otro. Los magos salían del palacio para ayudar a las personas y atacar a los Gards que los estaban rodeando.