Al día siguiente, Antonio se adentró más profundo en el bosque siguiendo el sendero marcado por los símbolos que el libro había enseñado. Entre la neblina surgieron figuras etéreas: espíritus del bosque que lo rodeaban, flotando sin tocar el suelo, con ojos que reflejaban siglos de conocimiento.
—Para avanzar —dijo la voz de la bruja, que parecía provenir de todos lados— debes enfrentar tus miedos y no tu corazón vacilará.
Los espíritus comenzaron a mostrarse: imágenes de su pasado, recuerdos dolorosos que creía enterrados, pero también momentos felices. Cada prueba exigía reconocer y aceptar sus emociones. Temblando, Antonio cerró los ojos y enfrentó cada recuerdo, dejando que la aceptación y el entendimiento reemplazaran el miedo y la culpa.
Cuando abrió los ojos, los espíritus se inclinaron ante él, como reconociendo su valentía. En ese instante, la bruja apareció en el centro del claro, con una expresión que combinaba orgullo y tristeza.
—Has pasado la primera prueba —dijo—, pero aún quedan secretos que conocer, y peligros que enfrentar. Lo que buscas cambiará tu vida para siempre.
Antonio comprendió que el Ávila no solo estaba vivo; estaba observando, evaluando y, en cierto modo, juzgando.
Editado: 01.09.2025