El amanecer llegó con una luz dorada que iluminó los picos del Ávila. Antonio descendió por los senderos que antes parecían impenetrables, pero ahora se mostraban claros, llenos de belleza y vida.
El medallón brillaba suavemente sobre su pecho, recordándole que la montaña y la bruja siempre estarían con él, en espíritu y en sabiduría. Cada sombra, cada árbol, cada corriente de agua ahora tenía un significado profundo.
Cuando llegó al pie del Ávila, comprendió que su viaje no había terminado; apenas comenzaba. Tenía un legado que proteger, secretos que enseñar y un respeto renovado por la naturaleza y sus guardianes. La bruja del Ávila había desaparecido entre la neblina, dejando una última advertencia:
—Recuerda siempre que el verdadero poder no se toma, se comprende.
Antonio caminó hacia la ciudad, pero su corazón permanecía en la montaña, latiendo al ritmo del bosque, con la certeza de que, aunque el mundo cambiara, la sabiduría del Ávila perduraría en quienes estuvieran dispuestos a escucharla
Editado: 01.09.2025