ELEUTERIO EL CUENTISTA
- Ahí viene el viejo Eleuterio – anuncia el guardia.
- Si… Ya llega con sus embustes – reniega otro con desdén.
- No te creas, ese viejo cuenta lo que ve – afirma el primero con una leve sacudida – ¡Uff! Hasta se me pone la carne de gallina…
- Pues yo no le creo ni una palabra.
Entretanto el debate tiene lugar, el anciano se acerca al campamento a paso tan lento como su cuerpo le da, su espalda encorvada sostiene el saco que ha cargado por tantos años que ya ha perdido la cuenta, nadie sabe lo que lleva ahí, pero todo el que lo mira sucumbe ante la curiosidad. Son recuerdos - responde con evidente aflicción, cada vez que le preguntan, para luego alejarse andando sin agregar otra explicación.
Eleuterio Melquiades o Tello, como tambien se le conoce, es el lugareño con mas edad en el pueblo, siendo comparado con frecuencia con el legendario Matusalén, nadie conoce a su familia o de donde proviene, ni siquiera si nació ahí, solo se sabe que habita este pueblo desde hace mas de dos generaciones dedicándose a lo mismo, vagar sin ningún propósito por los senderos de la sierra llevando consigo las historias que narra cada jueves por la noche.
- Entonces viejo Tello ¿Que nos cuentas hoy? – inquiere el más pequeño del grupo sacándole una media sonrisa al hombre mayor.
El viejo lo mira con malicia mientras hala el saco para remover su contenido.
- Hoy les traigo… - dice pícaro sacando algo de la bolsa – A la bruja del Imataca.
Un jadeo de sorpresa se escucha luego de que el viejo revelara el hueso de un cráneo, todos dan un paso atrás, asombrados, incapaces de pronunciar palabra. El viejo, satisfecho con su reacción, vio el momento propicio para iniciar la narración.
- Cuenta la leyenda – inicia observando con detenimiento a su público - que una noche de muertos despues de la misa, un jovencito que recién llegaba a la mayoría de edad, se escapo de la iglesia a donde su madre lo había obligado a ir, se escabullo por la puerta de atrás para alcanzar la calle que transcurría por allí mismo. Salió de allí enojado, renegando de que siempre lo llevan a la fuerza y cuando se queja, la mama lo obliga a hincarse de rodillas a rezar el padre nuestro.
- ¡Ya soy un hombre! - se repetía a si mismo – Puedo hacer lo que quiera.
- Y llevado por esa idea, planeo huir. Trabajaría en lo que fuera y terminaría la escuela, despues de eso, ya vería cómo sobrevivir.
¿Y qué paso despues? – fisgonea un jovencito entre el público.
- Corrió a su casa, recogió algunas cosas y se fue – continuó el cuentista.
- Ansioso, comenzó a recorrer los caminos oscuros con la mochila al hombro, estaba eufórico, sentirse libre era lo máximo y se permitió disfrutar de esa sensación hasta que finalmente cayo en cuenta de un detalle… No sabía para donde ir.
- Lo peor no fue eso, sino que, en su despiste, no se percató de que alguien lo iba siguiendo, el peligro lo acechaba muy de cerca, pero no fue capaz de verlo, no hasta que fue demasiado tarde. Vago por los caminos oscuros convencido de que era una buena idea esconderse en el establo del viejo Juan, era del conocimiento de todos que ese lugar fue abandonado desde que el pobre se murió, allí podría pasar la noche sin que nadie lo molestara y ya con la luz del día pensar con claridad sobre lo que quería hacer.
- Sin embargo, aquello que llevaba detrás tenía otros planes y cuando lo creyó necesario se le mostro en cuerpo presente.
- ¿Quién es usted? Le pregunto nervioso, con un escalofrío recorriéndole la espalda, aquella aparición, le daba miedo, aunque fuera una mujer. El cabello largo negro le cubría la cara dejando solo sus labios al descubierto y algo de la piel pálida que lo rodeaba. El vestido que llevaba era gris claro, se veía viejo y algo sucio, largo hasta el suelo ocultando hasta los pies y las mangas solo permitían ver las manos blancas bastante huesudas.
- No tengas miedo, Pablo – le dijo la chica en voz baja pero audible – no te hare daño.
- ¿Quién eres? – pregunta de nuevo, incapaz de recordar en qué momento le dijo su nombre, está seguro de que nunca lo hizo, asi que no entendió como lo supo.
- Puedo darte lo que quieres, Pablo, solo tienes que pedirlo – ofreció ante la mirada incrédula del aterrado joven.
- Se acerco a él dándole la impresión de flotar en el aire, sus movimientos eran raros, por lo que rápidamente concluyo de que aquello no era humano. Se replegó más, apurado, porque ya no tenía lugar hacia donde retroceder, entonces, ya teniéndola muy cerca, solo cerro los ojos esperando su fin, no obstante, este no llego, tan solo sintió el frio aliento que emanaba de ella cuando le repitió su ofrecimiento.
- Puedo darte lo que desees, solo debes pedírmelo – le escucha decir y al ver que no pasaba nada, decidió abrir los ojos. Su asombro fue notable cuando la vio a unos cinco metros de él ¿En que momento se movió? No lo sabe, lo único que ronda por su mente es que responder.
- ¿Qué quieres a cambio? Le pregunto y comprendió que no sería nada bueno al ver la sonrisa macabra en los labios de la mujer.
- Una cosa sencilla, pero solo te lo diré si aceptas – advirtió acrecentando en Pablo las dudas.
- Si no acepto… ¿Me dejaras ir? – inquirió y ella afirmo con la cabeza – Muy bien, déjame ir entonces.
- ¿Es tu última palabra, Pablito? – cuestiono sin que esa sonrisa se borrara. Pablo asintió aliviado – Muy bien, te dejare ir - reafirmo - pero nunca te dije para donde.
- Levanto sus cadavéricas manos y un gran hoyo negro se abrió a un lado del establo, Pablo sentía como una fuerza mayor a la suya lo atraía al interior de éste sin que pudiera evitarlo, conforme se acercaba, podía escuchar lamentos desgarradores de lo que parecían voces humanas provenientes de esa oscuridad, no podía verlas, pero juraría que eso se asemejaba mucho al infierno que describía el sacerdote en las clases de catecismo. Cuando se vio al borde del gran agujero, apelo a la buena voluntad de su perpetradora suplicándole otra oportunidad.
- ¡Lo haré! ¡Hare lo que me pidas! – exclamo desesperado y tras escuchar una risa espeluznante, vio como el hueco se fue cerrando poco a poco.
- Cayo al suelo cuando las piernas no pudieron sostenerlo mas y respiraba forzadamente pidiéndole a Dios perdón por haber querido irse de casa y negarse a ir a misa, seguramente, esto se trataba de un castigo y prometió en silencio que si salía bien librado de esto no volvería a faltar a la liturgia.
- Entonces, Pablo… ¿Aceptas?
- ¡Si! – respondió este firme.
- Bien… entonces esto es lo que harás.
- Le susurro al oído palabras que solo él pudo escuchar, sus lagrimas comenzaron a salir sin control, pensando en el daño que en complicidad con esa mujer le haría al prójimo. Durante años se arrepintió y quiso librarse escondiéndose en la iglesia, pero la aterradora presencia femenina lo perseguía a cualquier lugar que fuera, al otro lado de la ventana le mostraba su sonrisa de muerte y sin importar cuanto rezara o cuanto perdón pidiera, no tenía forma de escapar.