La bruja loca

El susurro de las mariposas

Soy Evangeli, y en el remoto pueblo del Topacio, donde las montañas parecen susurrar historias olvidadas, se gestaba una sombra oscura. Desde niña, había escuchado las leyendas sobre la bruja loca, una mujer cuyos deseos de juventud y poder la habían llevado a buscar la piedra mágica, la misma que latía en mi pecho como un corazón vivo.

El día en que la bruja apareció, el cielo se tornó gris, y un viento gélido recorrió las calles. La gente del pueblo se escondió tras puertas y ventanas, temiendo el caos que siempre traía consigo. Pero yo no podía correr. Tenía que enfrentarla.

La bruja se alzó ante mí, su figura alta y esbelta proyectando una sombra que parecía devorar la luz. Su cabello, enredado y canoso, danzaba al compás de la tormenta que ella misma había invocado. “Evangeli,” dijo con voz grave, “he venido por lo que me pertenece. La piedra es mía.”

“¿Y qué harías con ella?” respondí, sintiendo el poder de la piedra vibrar en mi pecho. “¿Robar la juventud de otros para recuperar la tuya?”

Una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro. “La juventud es el único tesoro que merece ser buscado. Tú no comprendes su valor.”

Mis pensamientos se agolpaban, y sabía que tenía que actuar rápido. En momentos de peligro, siempre encontraba consuelo en la naturaleza. Las mariposas eran mis aliadas; desde pequeña, había aprendido a comunicarme con ellas. Así que cerré los ojos y me concentré, llamándolas con la fuerza de mi corazón.

Al principio, no sentí nada, solo el silencio y el frío de la bruja ante mí. Pero, poco a poco, vi un destello de colores en el horizonte. Las mariposas comenzaron a aparecer, revoloteando a mi alrededor. Su brillo iluminó la oscuridad, y su canto era un susurro de esperanza.

“¡Mariposas!” grité, sintiendo que su magia se unía a la mía. “Necesito su ayuda para proteger este pueblo.”

La bruja, irritada por la interrupción, lanzó un hechizo oscuro, una sombra que se abalanzó sobre mí. Pero las mariposas, en un acto de valiente unión, formaron un escudo de luz. La sombra chocó contra el resplandor, creando una explosión de energía que resonó en el aire.

Con cada movimiento de las alas, sentí que mis poderes crecen. Las mariposas danzaban, creando un vórtice de colores, distrayendo a la bruja mientras yo buscaba dentro de mí la esencia de la piedra. La luz se intensificó, y en un instante, entendí lo que debía hacer.

“¡Por el pueblo del Topacio!” grité, y lancé la piedra hacia el centro del torbellino de mariposas. El impacto fue deslumbrante. Un rayo de luz atravesó la oscuridad, y la bruja se detuvo, sus ojos ampliándose de sorpresa.

“¿Qué has hecho?” gritó, y por un momento, el poder de la piedra la envolvió. Las mariposas, junto a su luz, la atraparon, convirtiendo su desesperación en polvo de estrellas. En un instante, su figura se desvaneció, y el aire quedó en calma.

En el pueblo del Topacio, la calma tras la confrontación con la bruja era efímera. Aunque había logrado repelir su ataque, la sombra de su amenaza seguía acechando. La piedra mágica latía en mi pecho, recordándome que el verdadero poder no radicaba solo en ella, sino en la conexión que había forjado con la naturaleza.

Una semana después, el pueblo despertó cubierto por una espesa neblina. Las mariposas, que antes danzaban alegres, parecían inquietas, y el aire traía consigo un murmullo extraño. Decidí explorar el bosque, buscando respuestas entre los árboles antiguos que habían sido testigos de muchas leyendas.

Al adentrarme en el corazón del bosque, el susurro se volvió más fuerte, como un eco de advertencia. “Evangeli,” resonó una voz suave, como el viento acariciando las hojas. Era la esencia del bosque, un espíritu antiguo que había observado mi lucha. “La bruja no se rendirá tan fácilmente. Ha jurado vengarse.”

“¿Qué debo hacer?” pregunté, sintiendo el peso de su advertencia. “No puedo dejar que destruya lo que amo.”

“El poder de la piedra te otorga fuerza, pero también debes aprender a defenderte sin depender de ella. Debes encontrar el equilibrio en tu interior y unir a la comunidad del pueblo,” aconsejó el espíritu.

Inspirada, regresé al pueblo y convoqué a sus habitantes en la plaza central. Con el corazón latiendo rápido, les hablé de la bruja, de su deseo de venganza y de la importancia de unir nuestras fuerzas. “Si nos mantenemos juntos, podremos enfrentar cualquier sombra que amenace nuestro hogar,” les dije.

Al principio, algunos mostraron escepticismo. Pero al recordar la oscuridad que había envuelto el pueblo, comenzaron a comprender. Juntos, decidimos crear un círculo de protección, un ritual que fortalecería nuestra unión.

Esa noche, bajo un cielo estrellado, nos reunimos en el claro del bosque. Formamos un círculo, cada uno sosteniendo una vela encendida. La luz danzante iluminó nuestros rostros, llenando el aire de determinación. Con cada palabra que pronunciamos, sentimos cómo la energía del pueblo crecía, una fuerza colectiva que resonaba con la magia de la piedra.

Sin embargo, mientras nos concentrábamos, la bruja observaba desde las sombras, alimentándose de nuestro miedo y duda. Alzó su mano, y la neblina se tornó en una niebla oscura, envolviéndonos. Con un gesto, comenzó a desatar un hechizo que buscaba romper nuestra unión.

Pero en ese instante, recordé las mariposas. “¡Por el pueblo del Topacio!” grité, y en el acto, las mariposas surgieron del bosque, atrayendo la luz de nuestras velas. Revoloteando en un frenesí de colores, crearon un escudo brillante que contrarrestó la oscuridad de la bruja.

La confrontación se intensificó. La bruja lanzaba sombras, pero cada vez que sus garras oscuras alcanzaban nuestro círculo, las mariposas las disipaban. Mientras tanto, los corazones de los habitantes del pueblo latían como uno solo, y su fe se convertía en un escudo inquebrantable.

La bruja, furiosa, gritó: “¡Esto no ha terminado!” antes de retirarse, disolviéndose en la neblina que había traído. Aunque habíamos ganado esa batalla, sabía que su amenaza seguiría presente.




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