La bruja loca

La noche de Halloween

El aire estaba impregnado de un hechizo especial en el pueblo del Topacio. La noche de Halloween había llegado, y con ella, un manto de misterio cubría cada rincón. Las hojas crujían bajo mis pies mientras avanzaba por las calles decoradas con calabazas y telarañas, pero en mi interior, la inquietud persistía. Sabía que no era solo la festividad lo que me llenaba de emoción y temor.

Las mariposas, mis compañeras de siempre, danzaban a mi alrededor, brillando bajo un tenue luz de la luna. Recordé el cristal que había encontrado en el cementerio; su calor seguía resonando en mi bolsillo, un recordatorio del poder de la unión. Mientras me dirigía al centro del pueblo, la sensación de que algo estaba por suceder crecía en mi pecho.

El reloj marcó la medianoche, y las campanas sonaron con un eco profundo. Fue entonces cuando lo sentí: una energía oscura, un leve escalofrío que recorrió mi columna. Neve, a mi lado, se mantuvo alerta, sus ojos verdes reflejando la luz lunar con una intensidad casi sobrenatural. “La bruja de la nieve está cerca,” susurró, su voz tensa.

“No puede ser,” respondí, apretando el cristal. “Hoy es un día sagrado para nuestra comunidad. No podemos dejar que ella arruine esto.”

Decidí avanzar hacia la plaza principal, donde los niños vestían sus disfraces, riendo y jugando. La alegría del pueblo contrastaba con la inquietud que sentía. Mientras observaba la escena, una sombra se deslizó por el borde, y una risa helada rompió la alegría de la noche.

“¡Evangeli!” La voz de la bruja resonó, fría como el hielo. Su figura se dibujó entre la multitud, envolviéndose en sombras que absorbían la luz. “He vuelto, y esta vez no me detendré.”

“¡Vete de aquí!” grité, recordando la energía de la anciana sabia. “No permitiré que arruines esta noche.”

La bruja sonrió, y en un movimiento rápido, conjuró un torbellino de nieve que comenzó a caer sobre los niños. “¡La noche es mía! ¡Su magia es débil frente a la mía!”

Las risas se convirtieron en gritos de sorpresa y temor. Los rostros felices se llenaron de pánico, y el frío comenzó a calar hondo en el ambiente. Sabía que debía actuar rápido. Apreté el cristal con fuerza y cerré los ojos, sintiendo cómo la energía del pueblo fluía a través de mí.

“¡Mariposas!” llamé, y sentí su presencia, una oleada de luz que se elevó en respuesta a mi llamado. Las mariposas comenzaron a revolotear, formando un torbellino de color que se enfrentó a la fría tormenta que la bruja había desatado.

“¡No puedes detenerme!” gritó la bruja, pero la luz de las mariposas la rodeaba, creando un escudo brillante. La risa helada se tornó en gritos de frustración. “¡Es imposible!”

“Es el poder de la comunidad,” respondí, con la voz firme. “La unión siempre vencerá sobre la oscuridad.” Con cada palabra, sentí cómo el vínculo con los habitantes del pueblo se fortalecía. Las risas, la alegría y el amor se convertían en una fuerza tangible.

Las mariposas, guiadas por la energía del cristal y la fe de nuestra comunidad, comenzaron a girar alrededor de la bruja, su luz resplandecía más intensamente. Ella intentó desvanecerse en las sombras, pero no pudo. La luz era un faro que disipaba la oscuridad que la rodeaba.

“¡Retrocede!” exclamé, levantando el cristal hacia ella. “No puedes destruir lo que no comprendes.”

En un último intento, la bruja lanzó un grito agudo, pero su figura comenzó a desvanecerse, atrapada por el torbellino de mariposas que brillaban con un fulgor casi celestial. La risa de los niños resonó de nuevo en la plaza, y el aire se llenó de energía positiva.

“¡Lo logramos!” exclamé, sintiendo que la bruja finalmente retrocedía. Con un último destello, desapareció en la oscuridad, dejando atrás un eco de promesas de futuras amenazas, pero esta noche, habíamos triunfado.

La plaza estalló en aplausos y risas, y los niños volvieron a jugar, sin saber lo cerca que habían estado del peligro. Neve se acercó, frotando su suave pelaje contra mi pierna. “Has encontrado tu fuerza,” dijo, su voz llena de orgullo.

“Gracias a todos nosotros,” respondí, sintiendo la calidez de la comunidad a mi alrededor. El cristal seguía latiendo en mi bolsillo, y su luz se reflejaba en las sonrisas de los que amaba.

La noche de Halloween continuó con alegría, danzas y cuentos alrededor de hogueras. Sabía que la bruja podría regresar, pero esa noche, el pueblo del Topacio brillaba con una luz que ninguna sombra podría apagar. Juntos, siempre estaríamos listos para enfrentar cualquier desafío.

Y así, mientras las estrellas titilaban sobre nosotros, comprendí que la verdadera magia residía en nuestra unión, en el amor y la fuerza que compartíamos. Con el corazón lleno de esperanza, supe que, pase lo que pase, siempre encontraríamos la forma de brillar.

La Escuela de Magia

El pueblo del Topacio se despertó con la luz del amanecer, y el aire aún llevaba el eco de la noche mágica que habíamos vivido. Con Neve a mi lado, me dirigí a la escuela de magia, un lugar que había soñado visitar desde que era pequeña. El edificio, antiguo y enigmático, estaba cubierto de enredaderas y flores que parecían murmurar secretos en el viento.

“Hoy es el día,” le dije a Neve mientras subíamos los escalones de piedra. “Voy a aprender a usar mejor mis poderes.”

El patio estaba lleno de estudiantes, cada uno rodeado de su propia energía mágica. Algunas mariposas revoloteaban entre ellos, danzando con alegría. Sentí una emoción vibrante mientras cruzábamos el umbral, y el aire se llenó de murmullos de hechizos y risas.

La maestra, una anciana de cabello plateado y ojos llenos de sabiduría, nos esperaba en el centro del aula. “Bienvenidos a la Escuela de Magia del Topac” dijo con voz suave pero firme. “Aquí aprenderán a conectar con su magia interior y a entender el poder que reside en la comunidad.”

Mi corazón latía con fuerza al escucharla. Miré a mi alrededor, notando a otros estudiantes que también tenían sus propios compañeros: un zorro ágil, un búho pensativo y un conejo travieso. Sin embargo, mi mirada se centró en las mariposas que danzaban a mi alrededor, una manifestación de la energía que compartíamos.




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