La Bruja Roja

05. Los secretos de mamá

Era obvio lo que había pasado.

Mi mente era un desastre. Estaba desconsolada y la cabeza empezaba a dolerme de lo mucho que me estaba estresando. De repente todo tuvo sentido: La misma sala amplia, la misma cocina brillante, las mismas actividades y las mismas conversaciones. Todo se repetía como un casete interminable que invadió mi memoria sin que yo me diera cuenta ¿cómo había sido tan ciega, cómo no pude pensar que todo era tan igual?

Mi madre eliminó mis recuerdos con la abuela.

¿Por qué haría eso? ¿Protegerme, vengarse? No era un secreto que no tuvieron la mejor de las relaciones madre—hija, pero sabía que se amaban. Confiaban la una en la otra a pesar de las peleas, y si había entendido algo de nuestra conversación es que mi abuela era, originalmente, quien me enseñaría todo sobre este mundo.

"...por un mago libre quien pudiera enseñarle. A estos magos les llamaban "tutores", pues hacían además la función de padre/madre y juraban proteger con su vida a los Altruis..."

Todo encajaba. Ya fuera por deber o cariño, mi abuela había sido mi tutora mágica.

Pero si ya había entrado en este mundo, ¿que ganaban con sacarme a la fuerza y hacerme olvidar todo lo aprendido? Y más importante aún, ¿por qué detener mi proceso? No había sentido en nada de eso, pues tarde o temprano me enteraría de la verdad.

Decidida a llegar al fondo de esto y descubrir sus razones, me dirigí a Drake con la voz ahogada.

—¿Dónde está mi madre?

—¿Catherine Anderson? No está aquí. Las personas en los pasillos ya están muertas.

— Entonces muy lejos no debe estar.— declare con mi voz casi fallando, y su rostro perdió el color.

— No...Debes estar equivocada, la bruja Catherine— lo interrumpí antes de que pudiera agregar algo más.

—Está muerta.

El silencio reino en el pasillo, y pude ver como poco a poco unía los cables en su cabeza. Aún no tenía quince años, estaba perdida y sin un tutor en los archivos a altas horas de la noche ¿Qué sería si no más que una huérfana perdida?

—Oh por los legados...— susurro mientras tapaba su boca con su mano y me miro con sus ojos grandes bien abiertos.—...¿Hace cuánto?

—Una semana.—volvió a ahogar un grito.

—Imposible...Pero, pero ella...Apenas tendría cien años..— el hada estaba afligido a tal punto que se sentó en el piso y se cubrió la cabeza con las manos, en cierta medida lo entendía, acababa de enterarme que mi madre me tuvo a eso de los ochenta años— ¿Cómo?

—Tuvimos un accidente de auto

—¿Tuvimos?— no se molestó en alzar la cabeza, y yo no me preocupe por consolarme cuando mi pecho se oprimía cada vez que recordaba esa mañana.

—Ella, mi padre, mi hermana y yo.

—¿Tiene otra hija?

—Solo yo sobreviví.— volvió a quedarse callado, quizás muy traumatizado para replicar algo más.

Así nos quedamos, en silencio, por unos tres o cinco minutos. A pesar de que entendía como se siente, aún no tenía suficientes respuestas.

—¿Dónde está ella?—repetí después De unos minutos sin atreverme a sacudir al hada. Casi estaba en posición fetal murmurando algo en un idioma que no reconocí.

Esto no es el laberinto del fauno, confirmo.

—Debe...Debería estar en algún lugar por allí.— apuntó con el dedo hacia el elevador, que seguía suspendido en el aire liberando su luz espectral— Vaya usted, yo...yo debo notificar esto.

Por alguna razón, entre en pánico.

—¡No!—mi grito fue como un detonador para el hada, que Se levantó de un salto para mirarme como si fuera una demente.

—¿Está loca? ¡La desaparición de su madre es una emergencia a nivel mundial!

—¿Qué no me escucho? ¡Esta muerta!

—¡Tonterías!— me miro enojado, casi podía ver las llamas salir por sus orejas— ¡Una Anderson no puede morir por un accidente de tráfico humano! ¡NO PUEDE ESTAR MUERTA!

Dio la vuelta y con un chasquido hizo aparecer otra puerta de luz blanca, y la atravesó a gran velocidad. Esta se cerró rápidamente y quedé sola en la gran sala.

Entre en crisis.

Lágrimas calientes bajaron por mi rostro a gran velocidad, mi cara ardía y sentía la cabeza a punto de explotar. Mentiría si nuestra discusión no me dejo algo de esperanza, pero una parte de mi mucho más fuerte me decía que era imposible.

Vi su rostro fundirse en una expresión de terror y ansiedad, intentando por todos los medios que mi hermana y yo saliéramos de ese horno caliente que alguna vez nos llevó al colegio.

La vi morir.

Me quedé estática en mi lugar, viendo como poco a poco el pasillo se hacía más y más oscuro hasta que sólo fui capaz de ver algo por el opaco brillo proveniente del ascensor. No me moví hasta que escuche una voz fantasmal venir de la esquina del pasillo.

—Gracie...

Ella esta muerta.

—...Grace...

Había terminado de perder la cabeza

— Mary...Grace...

Era Gabrielle, no habían dudas de eso.

Mi pecho se lleno con esperanzas y empecé a correr como una desgraciada ¿dónde había estado, como llegó hasta aquí? No tenía idea, pero tampoco importaba demasiado.

Corrí tanto como me permitieron mis piernas, y en cuanto doble en el pasillo tuve que detenerme antes de chocar contra una estatua. El pasillo terminaba aquí, pero no había ni rastro de Ellie.

Quizás si estaba loca después de todo.

Respire profundamente cuando un nuevo nudo se formó en mi garganta, ya había llorado demasiado en un lapso menor a media hora. Mire a mi alrededor y me encontré con el rostro de la persona más importante de mi vida.

Catherine Anderson.

Mi madre.

Nunca tuvimos una buena relación, en realidad, nunca tuve una relación ni con ella ni con mi padre.

Toda mi infancia fue al lado de mi abuela, ya que debido a su profesión ellos nunca tenían tiempo para mi. Recuerdo que siempre intente llamar su atención siendo una de las mejores en la clase, pero además de un par de elogios no pasaba nada más.




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