La Bruja Roja

09. Las sombras

Fue como quedarse dormido un segundo, menor que un parpadeo, y cuando abrí los ojos estaba en medio de una calle desierta. Lo único que me permitía ver mi alrededor eran los diferentes faroles de lo que parecía ser un barrio tranquilo.

Estaba sentada en la acera, justo debajo de un farol junto a Katy Kat y aún en pijamas.

Un escalofrío recorrió mi columna al sentir la frialdad de la noche, y el miedo de hace unos minutos seguía en mi sistema.

¿Dónde estaba? No tenía ni idea, pero el can a mi lado estaba excesivamente calmado teniendo en cuenta que casi nos habían asesinado criaturas propias de la mitología o de las pesadillas de algún niño. Después de unos diez o quince minutos sólo acompañados por nuestras respiraciones y la oscuridad de la noche, Katy se levantó y empezó a caminar calle arriba.

Hice lo propio, y en silencio seguí al can por las calles de aquel desolado barrio.

Las casas eran todas iguales; techos rojos, pequeños jardines y rejas de hierro, un laberinto donde el único que parecía saber a dónde ir era mi perro.

Atravesamos manzanas y cruzamos varias veces la calle por quizás una hora, pero ninguna persona se cruzó en nuestro camino hasta que llegamos a un parque de mala muerte. Estaba oscuro y los juegos que quizás hace 20 años habían divertido a los niños ahora estaban desgastados y oxidados.

La escena ideal para un asesinato.

Mire al can sudando frío, pero Katy Kat me ignoró y caminó como si nada hacia uno de los juegos. Me obligue a correr detrás de el a través de hierbas malas y hojas secas que crujían en cuanto las pisaba, mientras mi mente enviaba señales tras señales de alerta.

El juego en cuestión era una casa pequeña, de no más de un metro de alto por dos de largo que quizás había tenido mejores tiempos, había mucho metal expuesto y oxidado, y la pintura marrón y rosa apenas se dejaba ver por la oscuridad del lugar. Katy entró rápidamente, pero yo vacile por un segundo, ¿en serio estaba entrado a una casita de juguete, a mitad de la noche en medio de la nada, sin siquiera saber en qué país estaba? Me di la vuelta dispuesta a buscar una estación de policía, pensando que eso sería lo más sensato en este tipo de situación a pesar de que no podría responder la mitad de sus preguntas si es que podía entenderlos primero, pero una figura parada a la mitad de la calle desolada me hizo detenerme.

Larguirucho, sombrío y aterrador. Tenía forma humanoide, pero era demasiado flaco para ser humano, tenía ojos, pero estos eran sólo cuencas oscuras y vacías que me registraron el alma antes de desaparecer en la oscuridad de la noche.

En el momento en el que deje de verlo, me volví corriendo a la casita de juegos abandonada. El corazón me latía con demasiada fuerza, y al estar a pocos metros me tire al suelo para entrar por la pequeña puerta sin perder tiempo, pero vi con horror que Katy Kat ya no estaba. Además de tierra y basura, sólo era yo en ese pequeño espacio cerrado contra lo que fuera que había afuera. 

Cerré la puerta de una patada, y recordé que iba a un colegio católico.

De repente, afuera hubo caos. El viento golpeó la pequeña casa de metal con un silbido ensordecedor, la poca luz que se filtraba desapareció y un gruñido de algo que no era animal se presentó. Me acerqué a la esquina más alejada creyendo que primero me moriría de un paro cardíaco, pero junte el suficiente coraje para asomarme por una grieta con la esperanza de que fuera solo un clima de mierda.

Grave error, por supuesto.

Las luces de la calle, como había supuesto, no de habían apagado. La pequeña casa de juegos estaba rodeada por quizás dos o tres de esos seres.

Le daban la espalda, pues no me encontré con sus ojos siniestros, pero bloqueaban la única vía de escape.

Quizás se dieron cuenta de que los miraba, pues todos voltearon al mismo tiempo a mi grieta y con un chillido me hicieron retroceder. No volví a asomarme por la grieta.

Siguieron allí quizás por veinte minutos, y yo solo pensaba en que jugaban con su comida. En ese tiempo sólo pensé que, si el miedo ablanda la carne humana, la mía debía parecer una coraza de cangrejo.

A pesar de su apariencia hostil, mantuvieron cierta distancia a la casa y más que asesinos parecían guardianes. Debían estar esperando al líder o yo que sé, pero después de quizás una hora de espera el cansancio pudo conmigo y, así como lo están leyendo, caí rendida en medio de hojas secas y paquetes vacíos de dulces.

Por alguna razón, esas horas de sueño fueron las más tranquilas que había tenido en mucho tiempo. Mi cerebro se desconecto de la realidad por un par de horas, y para cuando desperté estaba más que descansada.

Me asomé por mi grieta asombrada de cuán suave puede ser el metal oxidado, y una luz cegadora me recibió de inmediato. Pensando de que a plena luz del día esas criaturas ya no estarían allí, salí casi corriendo con la esperanza de que Katy Kat no había sido devorado por alguno de ellos, pero grande fue mi sorpresa al ver que no estaba en el parque.

La habitación donde me encontraba tenía las paredes de color rosa pastel y tenía varias flores de colores brillantes pegadas, había una pequeña librería al lado de la puerta y una cama simple para una persona.

¿Qué demonios? El parque que recuerdo era diez veces más sombrío, pero la habitación se me hacía incluso más aterradora. El piso de la casita incluso tenía las hojas secas con las que dormí, pero era imposible que alguien sólo la hubiera arrancado del piso para llevarla a una habitación con todo y la niña que allí dormía.

Al borde de un ataque de pánico, escuche una llave entrar en la cerradura de la puerta y sólo tuve una idea brillante; volver a entrar a la casita y hacerme la muerta. En el momento en que cerré la pequeña puerta de la casita, alguien entró a la habitación.

No se escucharon pasos, pero si un aleteo frenético y rápido seguido de una voz dulce y tranquila.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.