La Bruja Roja

17. En las raíces de la bestia

Salí a la superficie con desesperación, llene mis pulmones con aire frío y tosí con fuerza. Nade con todo lo que mis músculos entumecidos me permitieron, que fue más o menos hasta que estuve lo suficientemente alejada para no sentir la vibración de la cascada, y me quede flotando en medio del lago.

Todo mi cuerpo dolía, era como si un tractor me hubiera pasado por encima un millón de veces.

Calme mi respiración y mire al cielo; no estaba oscuro, pero tampoco era el día más claro de verano. El frío calaba mis huesos y me hacía castañear los dientes tan fuerte que podía escucharlos claramente. Mi mente daba vueltas y no sabía si lograría llegar a la orilla sin perder el conocimiento; no tenía idea de que había sucedido, pero esas memorias...Poco a poco estaban volviendo a mi mente, lo cual era un alivio, pero en este tipo de situaciones ese conocimiento valía absolutamente nada.

Estaba más perdida que antes, pero debía centrarme en una situación a la vez.

Cerré los ojos y volví a abrirlos antes de volver a nadar.

Al llegar a la orilla me arrastre hasta hacer algo de distancia entre el lago y yo, segura de que no volvería a entrar allí por gusto, y me deje caer de espaldas soltando un quejido. Había subestimado demasiado aquella cascada y estaba enfrentando las consecuencias, aunque pudo haber terminado muchísimo peor, por el momento solo estaba agradecida de seguir con vida.

Estoy enfrentando muchas situaciones peligrosas estos días, denme un descanso.

Hice sonar mi espalda y rodé hasta quedar sobre mi estómago; el frío era un poco más soportable, pero mi ropa seguía empapada así que la diferencia no era demasiada. Mire el bosque, donde los espíritus seguías aglomerados en donde empezaba el claro donde estaba tirada, viendo las cabelleras doradas verme fijamente.

¿Qué, nunca han visto a una adolescente a punto de morir de hipotermia? En serio lo dudaba en esta situación.

Apoye las manos en la tierra y me levante a duras penas, palmee el puñal en mis shorts y me dirigí hacia el bosque con el objetivo en la cabeza; llegar a la siguiente prueba y no morir en el intento. Pronto el manto de troncos blancos me cubrió y no vi el cielo por sus copas llenas de hojas, pero eso no me preocupaba.

Lo que me puso los pelos de punta fueron los ruidos de batalla peligrosamente cerca de la zona donde estaba; no me creía capaz de correr, mucho menos de luchar, así que solo recé a todo lo que estuviera arriba mientras me apoyaba en árboles para no caer al suelo y hacerme más daño del que ya tenía. Escupí y apuré el paso cuando el piso empezó a vibrar con fuerza.

¿Por qué demonios había salido de la cueva?

Me escondí detrás de un tronco cuando una cuchillo, un maldito cuchillo, silbó cerca de mi odio y se clavó en otro árbol peligrosamente cerca de mi ubicación. Lo único que tuve que hacer para convertirme en una presa fácil fue salir de mi zona segura, y ahora estaba muerta de miedo y al borde de un ataque cardíaco.

—¡APARECE, REYNOLDS!— una voz monstruosa gruño a pocos árboles de mi posición, y quise llorar cuando mi corazón estaba a punto de revelarle mi ubicación— ¡No escaparas, rata escurridiza!

Tape mi boca con mis manos y lo sentí pasar alrededor. Junte todo el valor y el aprecio por mi vida y corrí al siguiente árbol; era como un macabro videojuego de sigilo donde no existía la pausa ni el botón de reinicio. Morir o esconderse, no tenía más opciones.

O bueno, eso creía hasta que sentí un par de brazos tomarme por debajo de las axilas e impulsarme hacia arriba con fuerza. Automáticamente me removí como una salamandra, solo para conseguir que alguien me tapara la boca con su mano.

Ahí te voy San Pedro.

Ya sobre una rama gruesa, siendo abrazada por un completo desconocido y oculta de...lo que fuese que estaba alla suelto, gire mi rostro solo para encontrarme con este tipo de cabello rojo y ojos marrones; sus facciones no eran ni de aqui ni de allá, pero eso no las hacía menos familiares. Su rostro estaba tan tenso como mis nervios alterados, y tenía la vista clavada en el tipo que parecía más peligroso que las calles de mi ciudad un viernes por la noche.

Me quede quieta cuando logre verlo.

Si debía describirlo en una palabra, esa sería ¨aterrador¨.

Pero no ¨aterrador¨ del tipo monstruoso, quiero decir, había visto un hombre con rasgos de cocodrilo que podría aparecer en mis pesadillas y apenas había flaqueado. Este sujeto tenía más bien un aura que gritaba ¨peligro¨ a los cuatro vientos y, a diferencia de la literatura juvenil de esto días, eso era todo menos atractivo.

Quizás tuviera cuarenta y tantos años, vestía simple con ropa holgada blanca y no tenia cabello, sus ojos eran marrones, aunque podía ser cualquier color puesto que apenas y podía detallarlo. Hasta ahí solo parecía un hombre normal, pero había algo en su mirada que me decía de que tenía demasiado que perder.

Me recordaba a mí, de alguna manera.

Paso frente al árbol donde estábamos sosteniendo algo parecido a un hacha que era tan grande como mi muslo casi pareciendo un sabueso y tuve que apretar el brazo del muchacho para no gritar de terror.

Estaba tan asustada, pero el calvo pasó de largo y trotó hasta que salió de nuestra vista. Sin embargo, ninguno de nosotros se atrevió a moverse hasta que pasaron unos buenos minutos.

Estaba incómoda, así que me moví un poco con la esperanza de conservar algo de espacio personal. El también se aparto y pude observarlo mejor; quizás tendría unos quince o dieciséis años, aunque la suciedad en su rostro y sus ojeras lo hacían parecer más viejo de lo que era. Hice una mueca, pero no abrí la boca para preguntar aun consternada, eso había estado demasiado cerca y si él no se hubiera apiadado de mi seguramente sería una víctima de ese tipo.

Tampoco es que confiara demasiado en el muchacho, pero era lo más lejano a un asesino por el momento así que debía serenarme y, de ser oportuno, apañarme al sujeto.




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