La Bruja Roja

19. H20: Sirenas del mal

No fue la más cálida de las bienvenidas, aunque la culpa recae de nuevo sobre el espíritu de rubios cabellos que me atormenta cada noche. Al volver me encontré en la residencia Andreux con mi pijama intacto y limpio, aunque con varios moretones en los brazos y piernas que dolían cada vez que me movía.

Sin embargo, ese no era el problema principal.

Al parecer Mareen necesitaba clases de re- ubicación, porque estaba justamente enfrente del balcón que da a mi habitación.

En otras palabras, estaba en el jardín trasero del señor Andreux, en la madrugada, en mi primer día de estadía.

Recorrí los caminos de piedra rodeados de césped verde y húmedo por el roció, guiada por la luz de la luna para no caer o encontrarme con algún animalito que quiera escucharme chillar. Había árboles frutales, arbustos llenos de flores e incluso una fuente con una estatua que no podía ver bien, pero todo eso era inservible cuando intentaba regresar a mi habitación antes de que el señor Louge notara mi ausencia en la noche.

La puerta principal estaba bloqueada y lejos de mi posición actual, aunque había una terraza de vidrio con dos puertas que decidí probar para no tentar mi buena racha de sobrevivencia. Todos cometemos errores, y con algo de suerte el señor Louge olvido cerrar alguna de esas dos puertas y podría entrar tranquilamente a la casa y no parecer una rebelde sin causa intentando escapar.

Di una carrerilla hasta la puerta, con el viento helado abrazándome la espalda, y forcé una de las puertas que se abrió sin problemas. Entre casi bailando de felicidad a la calidez de la vivienda hasta que choque con un tanque de vidrio helado.

De un salto me aleje en cuanto este empezó a brillar con una luz azulada que, para bien o para mal, iluminó gran parte de la habitación.

Aunque creo que el sinónimo adecuado para nombrar esa habitación sería ¨acuario¨.

Estaba lleno de tanques de agua empotrados a las paredes, desde el piso hasta el techo, con ecosistemas enteros en su interior; plantas acuáticas conectadas con el suelo marino y nenúfares enormes sobre la superficie donde podía ver sus flores y uno que otro anfibio. También había peces de colores llamativos, y otros con los que tendría pesadillas si lograba regresar a mi habitación, pero lo que más me sorprendió fue el ser que parecía casi humano durmiendo en el interior del que parecía ser el tanque central y más grande, que se conectaba mediante tubos de casi un metro de radio con todos los demás.

Camine alrededor de los pasillos con mesas largas, llenas hasta más no poder de muestras en cápsulas de petri y juegos de instrumentos químicos en un desastre común en un laboratorio. Habían pocos libros regados, aunque era entendible por el gran riesgo que supone tener agua y tinta juntos.

La puerta que esperaba conectará a algún pasillo estaba al lado de un panel electrónico al otro lado de la habitación, así que con todas las intenciones de ir a la cama me aventure alrededor de los tanques rápidamente, aunque pronto me detuvo un grito desgarrador que por poco no me tira al suelo.

El chillido que pudo despertar a todo Montesacro provenía de la criatura humanoide en medio de la habitación, que se retorció en su espacio como una serpiente mientras me miraba con ojos ardientes en rabia y castañeaban los dientes puntiagudos tan fuerte que podía oírlos.

—¡Intrusos, intrusos en el laboratorio del joven amo!— chilló una mujer en un tono tan alto que imaginaba a Katy Kat retorciéndose en mi cama.

Perro suertudo.

—¡¿Quién eres tú?! No importa, ¡estás en la casa del joven Andreux sin invitación, y no pienso tolerarlo un segundo más!— antes de que pudiera siquiera pensar en una respuesta, la habitación se llenó violentamente de agua proveniente de los tanques. Aquella que había gritado tenía la mitad inferior de su cuerpo como el de un pez, y agitaba su cola inquieta de un lado a otro esperando que el nivel del agua fuera apropiado para maniobrar en el agua.

Los demás habitantes del acuario no se hicieron esperar, y empezaron a lanzarse de sus tanques dispuestos a acabar conmigo.

Por supuesto, empecé a chillar.

—¡Auxilio, ayuda, señor Louge, Katy Kat no puede comer pescado!— me lance a la puerta y empecé a tocar como maniática con la esperanza que me escucharan en el segundo piso.

—¡A por ella, ahora!— siguiendo las órdenes de la sirena pronto se reunieron a mi alrededor, con el agua llegándome a las rodillas y al borde de un ataque de pánico no pude hacer más que subirme en una de las mesas de trabajo cercanas.

El nivel del agua subía y subía, y pronto no tendría ningún lugar a donde correr o esconderme cuando aquella demente saliera de su tanque. Así que, con dientes puntiagudos y sin agallas de sobra empecé a saltar de lugar en lugar buscando una salida.

Pronto estuve sobre el borde de una de las peceras intentando subirme al ventilador en el techo, pero ya era demasiado tarde para aquello.

—Hoy es tu fin, tu vil ladrona.— río, dejando ver sus dientes listos para masticar mis huesos, antes de lanzarse a las aguas del laboratorio.

¿Cuántas veces había escuchado aquella frase?

Sus aletas sobresalían mientras nadaba con rapidez alrededor del laboratorio, y jure nunca volver a ver una película sobre tiburones por el bien de mi salud mental cuando empezó a saltar hacia mí con sus dientes enormes y sus ojos traslúcidos, su piel era verde y escamosa y no poseía cabello como las pintaban en los cuentos; más que una criatura fantástica que atraía marineros son su voz melodiosa y su figura femenina, era un cruce entre un tiburón y una anguila con la letalidad de ambos.

Sin más lugar a donde ir, di un salto de fe rezando a todo lo que estuviera sobre nosotros antes de colgarme en el ventilador. Este no estaba accionado, pero eso no hizo menos difícil la tarea de colgarme sin ser atrapada entre un par de manos palmeadas.




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