—¿Elegida para qué...?
—Para gobernar. Para destruir. Para renacer. Nadie lo sabía. Ni yo. Hasta que fue demasiado tarde.
La voz de Morgan temblaba dentro de mí.
Y lo entendí: su poder no solo venía de los hechizos que dominaba…
Sino de su sangre.
—Soy descendiente directa de la diosa Hécate —confesó—. Mitad humana, mitad divinidad.
—¿Y Cordelia lo supo...?
—Lo supo. Y supo lo que eso significaba: que tenía más derecho al trono que ella… y no se como lo descubrió.
—Solo lo supe por que el padre que recibió la profecía no soporta la actual realeza y para protegerme, el murió con ese secreto.
Todo fue una farsa.
Una cena de celebración, una copa de vino envenenada —no para matar, sino para aturdir— y una serie de hechizos de ilusión proyectados frente a la corte.
A los ojos de todos, Morgan se había transformado.
Había intentado atacar a la princesa.
Había maldecido al caballero.
Había quemado los estandartes del imperio.
Nada de eso fue real.
—Usaron magia prohibida —dijo Morgan, su voz quebrándose en mi mente—. Me mostraron como la bruja que querían que fuera.
—¿Y el caballero? ¿Él creyó…?
—No me miró. No preguntó. Solo se arrodilló ante el rey... y selló mi condena.
Y así fue como la bruja nació.
No del odio.
Sino del silencio.
Del abandono de quien pudo defenderla… y no lo hizo.
—Tú puedes cambiar esta historia, Sora —susurró Morgan—. Haz que el mundo escuche la verdad.
Y yo lo haré.
Si este cuerpo es mío ahora, también lo será su redención.
La bruja no será un monstruo.
Será un símbolo.
Y el mundo… recordará quién la convirtió en lo que fue.