La bruja tendrá su final feliz

Herencia de fuego pt.1

Después de que William se fue, el comedor volvió a su estado natural: frío, incómodo, lleno de cuchicheos.

Pero yo ya no oía nada.

Mis manos seguían sobre el mapa, aunque ya no había líneas que trazar. Lo único que sentía era el peso del pasado que no era mío... pero que ahora me pertenecía.

—¿Por qué me miras así? —susurré, sin necesidad de alzar la voz.

Porque ahí estaba. Otra vez.

Morgan. En lo profundo de mí. Silenciosa, pero presente. Como una llama que nunca se apaga.

—Él no lo recuerda —dijo. —¿Qué cosa? —Cómo me miraban antes. Cuando no temía que el rey lo asociara conmigo. —¿Todavía lo amas?

Silencio.

—Esa no es la pregunta correcta, Sora.

El viento helado me azotó al subir por la escalera de caracol. La torre de los hechiceros parecía más vieja por dentro que por fuera, como si el tiempo no pasara igual allí.

Mi habitación estaba en el último piso. Nadie subía a menos que lo necesitara.

Cuando crucé el umbral, Morgan ya me esperaba.

No en forma de espectro, sino como esa voz persistente en lo profundo de mi mente. Pero ahora, más clara. Más... humana.

—Te queda poco tiempo conmigo —susurró. —¿Poco tiempo? —Mi conciencia. Mis recuerdos. Todo se está desvaneciendo. Este cuerpo ya te está aceptando como suyo. —¿Y tú...? —Yo desapareceré. Como el humo de una vela.

Me senté en el borde de la cama, apretando los puños. No sabía si sentía culpa, miedo... o ambas cosas.

—Tienes que saber ciertas cosas. —Dime. —No todos los hechizos se activan con palabras. Algunos se activan con verdad. Y tú todavía no conoces la tuya.

Guardó silencio un momento. Yo también.

—¿Cómo controlo los poderes? —pregunté. —Busca el Brazalete de las Serpientes Blancas. Fue mío una vez. —¿Dónde está? —Escondido... en la cámara bajo la sala de videncia. Está sellada con un conjuro de sangre. No podrás entrar hasta que—

TOC TOC TOC

Alguien golpeó la puerta con fuerza.

—¡Morgan! ¡Rápido! ¡Hay un problema en el patio este! —era la voz de Lyana, una de las hechiceras del sexto círculo—. ¡Un noble intentó azotar a un conjurador!

Me levanté sin pensar.

—¿Quién es el conjurador? —pregunté mientras salía. —El del onceavo círculo. El... el joven de cabello oscuro. Siempre callado. —¿Arlen? —dije en voz baja.

Bajé las escaleras a toda prisa. Los ecos de las palabras de Morgan me martillaban el pecho. Ella iba a desaparecer. Y me estaba dejando... todo.




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