La bruja tendrá su final feliz

El susurro del acero blanco

La mañana amaneció gris, como si el cielo aún dudara de sí mismo.

La voz de Morgan volvió a sonar en mi cabeza, débil… pero presente.

—Hoy será la última vez que hable contigo, Sora.
—¿Ya… tan pronto?
—El cuerpo me rechaza. Pero el brazalete... te ayudará a sobrevivir.

Lo tenía en mi muñeca. El Brazalete de las Serpientes Blancas.
Frío al tacto. Flexible como seda. Forjado con magia antigua. Su forma ondulaba como si estuviera vivo.

—¿Cómo lo uso? —pregunté.
—No se “usa”. Se escucha. Este brazalete no amplifica. Contiene.
—¿Contiene qué?
—La furia. El miedo. La magia que brota cuando tu mente no lo permite.

Morgan guardó silencio un segundo.

—Si alguna vez sientes que vas a romperte... deja que las serpientes te muerdan primero.
—¿Qué…?
—Confía. No preguntes más.

Y como una vela al viento… su voz se apagó.

Me dirigí al campo de entrenamiento.

Allí, hechiceros y guerreros practicaban bajo la vigilancia de capitanes mágicos.
Los del 9.º y 10.º círculo intercambiaban conjuros. Los más jóvenes jugaban a imitar hechizos.

Yo caminé hasta la zona destinada a los del 11.º y 12.º.

A lo lejos, vi a Arlen con su túnica oscura, lanzando líneas de fuego perfectamente dirigidas a un maniquí. Su rostro no mostraba esfuerzo. Era precisión pura.

Lyana se le acercó.

—No te vi anoche en el comedor.
—No tenía hambre.
—¿Y hoy? ¿Te interesa el espectáculo?
—¿Qué espectáculo?

Lyana lo miró con una ceja alzada, luego señaló hacia mí.

—Morgan. Bueno, la nueva Morgan.
—¿Nueva?
—No sé qué pasa, pero desde hace días, algo cambió. No tiene la misma energía oscura de antes. Es como si…
—¿Como si fuera otra persona?

Arlen entrecerró los ojos, siguiéndome con la mirada.

—No. Como si... estuviera conteniéndose. Y eso da más miedo que su furia habitual.

Me coloqué en la línea de entrenamiento.
Respiré hondo.
Y conjuré una esfera de viento mágico.

Temblaba.

Controla. Contén. Equilibra.

La esfera se torció. Vibraba como si quisiera explotar. Todos me miraban. Incluso los del círculo inferior.

El poder se acumulaba demasiado rápido.
Iba a estallar.

El brazalete se encendió.

Sus dos serpientes brillaron con una luz plateada, y un hisss se escuchó en mi oído.

De pronto… todo se estabilizó.
La esfera se volvió perfecta. Nítida.
Silencio total.

—Eso no es un conjuro normal —murmuró Arlen.

—¿Qué fue eso? —preguntó uno de los instructores.

Yo no respondí.

Solo miré el brazalete.
Una de las serpientes ahora tenía los ojos abiertos.

Y aunque nadie más lo supiera, entendí una cosa:

El verdadero poder del brazalete… aún dormía.




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