Perspectiva: William Archie
La sangre aún no se había secado en el campo cuando desmonté.
Mi espada goteaba un último rastro carmesí y, sin embargo, mi atención estaba puesta en ella.
“Morgan.”
No había gritado ni una sola vez. Había dado órdenes. Rápidas, certeras. Los hechiceros —incluso Arlen, del onceavo círculo— la habían obedecido sin dudar. Como si su voz ya no trajera miedo, sino… dirección.
Caminé hasta ella. Su túnica estaba manchada de ceniza, los ojos encendidos aún por la magia.
Cuando nuestras miradas se cruzaron, no vi odio.
No vi a la bruja que casi destruyó medio escuadrón imperial hace dos años.
Vi a alguien cansada de luchar contra sí misma.
—Llegamos a tiempo gracias a ti —dije.
Sus labios se apretaron.
—No lo hice por ti.
Esa respuesta era tan típica de Morgan que por un momento dudé de lo que había sentido.
—¿Entonces por qué lo hiciste?
Silencio.
Una ráfaga de viento hizo que su cabello blanco se levantara. El brazalete en su muñeca brilló apenas… como si la estuviera advirtiendo.
—No pienso dejar que esta guerra se cobre más vidas de las que ya robó.
Había convicción en su voz. No la altivez de antes.
Y esa era la parte más inquietante.
—Has cambiado.
—¿Para ti es posible eso?
—No lo sé —confesé—. Pero el miedo que inspiras no es el mismo que antes.
Se giró para irse.
Antes de que lo hiciera, dije:
—Morgan...
—¿Sí?
—El rey ha escuchado rumores. Dice que estás... “inestable”.
Ella sonrió con amargura.
No me corrigió. No me suplicó.
Solo dijo:
—Entonces que empiece a temblar.
Y se marchó.
La observé perderse entre los pasillos de piedra.
Lo que sentía por ella, por la bruja que traicionó al imperio, debía haberse extinguido.
Pero había una verdad que ni los años, ni el rango, ni la sangre del enemigo podían borrar:
Yo la amé antes de saber que debía odiarla.