La bruja tendrá su final feliz

La visita indeseada

Perspectiva: William Archie

—Los patrones de fuego no coinciden con magia imperial ni del norte —dijo Morgan, agachada sobre el suelo ennegrecido. Sus dedos rozaban las cenizas como si pudieran hablarle.

—¿Estás segura? —pregunté, inclinándome a su lado—. Los soldados dijeron que las explosiones venían del cielo.

—Eso dijeron. Pero si miras bien —señaló una línea perfecta trazada entre dos cadáveres calcinados—, la fuente fue el suelo. Desde dentro.

Me quedé en silencio.
Una explosión desde el interior del terreno. Magia enterrada, tal vez. Activada con un sello inestable.

—¿Un sabotaje?

Ella asintió.

—O alguien que conoce demasiado bien nuestros escudos mágicos y sabe cómo burlarlos.
—Un traidor.
—O alguien que ya estuvo aquí antes…

Nos miramos.
La sospecha era peligrosa. Pero no podíamos ignorarla.

Estábamos por empezar a trazar un mapa de defensas en la mesa de campaña cuando el sonido de cascos nos interrumpió.
Lyana entró apresurada.

—General. Señora Morgan.
—¿Qué ocurre? —pregunté, al ver su rostro tenso.
—Una comitiva real ha llegado. La princesa Cordelia está aquí. En persona.

Sentí cómo el aire se espesaba en la tienda.

—¿Cordelia? ¿Aquí?

Lyana asintió, apretando los labios.

—Dice que viene en nombre del rey. Quiere un reporte detallado de bajas, defensa y estrategia futura.

Miré a Morgan. Su rostro no mostró emoción, pero sus ojos…
sus ojos sí recordaban.

—¿Y cuántas doncellas trajo esta vez? —preguntó Morgan con desdén.
—Cinco. Más su escolta y dos escribas.

Demasiado para una simple inspección, pensé.
Esto no era una revisión militar.
Era una jugada.

—No tiene autoridad directa sobre el ejército —dije.
—No, pero tiene al rey. Y eso basta —contestó Morgan.

Yo sabía lo que realmente buscaba Cordelia.

A mí.

Y el momento no podía ser más inoportuno.

—¿La recibimos juntos? —preguntó Morgan.
—Si te atreves a quedarte callada —respondí.

Ella sonrió. Casi divertida.

Salimos al patio. Cordelia ya estaba desmontando de su carruaje, siempre fue eficiente en su imagen como la realeza.

Apareció en la tienda de mando con una armadura ligera decorada con bordados reales.
Sonrió con falsa cortesía, entregó sellos imperiales… y no me quitó los ojos de encima en ningún momento.

—Duque Archie —dijo con voz cálida—. Me alegra verte ileso. El rey estaba preocupado.

—Su majestad será informado pronto. Preparamos un informe con Lady Morgan.

—Oh, ¿la bruja estratega? —sonrió, sin mirar a Morgan directamente—. Qué reconfortante ver que su talento sigue al servicio de la corona.

Morgan inclinó apenas la cabeza.

—Mientras me permitan estar aquí, no fallaré.

Cordelia la ignoró. Dio un paso hacia mí.

—Te necesito, William. Hay cosas que debemos discutir… en privado.

Yo no me moví.

—Estoy en medio de una investigación militar. Habrá tiempo para eso después.

La sonrisa de Cordelia se tensó. Por un segundo, sus ojos brillaron con una chispa de impaciencia.
Pero fue solo eso. Un segundo.

—Por supuesto. No quiero interferir con la seguridad del imperio.

Y con esa misma voz dulce, giró sobre sus talones y salió.

Sora soltó el aire lentamente.

—Ella no vino por el informe.

—Lo sé.

—¿Y tú? ¿Vas a ir con ella?

La miré.

—No vine a esta guerra para complacer coronas.

Ella asintió. No dijo nada más.

No sabía qué iba a ser más difícil:
Sobrevivir a esta guerra… o a la princesa que venía a ganarla con palabras en vez de espadas.

Pero esa noche, mientras analizábamos mapas y recogíamos restos mágicos de los campos quemados, su expresión estaba más sombría que nunca.




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