La bruja tendrá su final feliz

Cartas a Nadie

Perspectiva: Sora (Morgan)

La torre de los hechiceros estaba más tranquila al anochecer.

Después de la reunión con William y el espectáculo de sonrisas afiladas de la princesa, regresé a mi habitación con un leve dolor de cabeza… y una sensación rara en el pecho. No sabía si era culpa de Cordelia o del modo en que William había dicho “No vine a esta guerra para complacer coronas.”

No era mi guerra.
No era mi historia.
Pero, por alguna razón… me importaba.

Empujé la puerta de madera y el aroma familiar a flores secas, tinta vieja y cristal encantado me envolvió. Morgan —o yo, ahora— tenía un gusto elegante, sobrio… aunque el caos en el escritorio decía lo contrario.

Fue al ordenar unos papeles cuando vi el primer sobre.

Un pergamino cuidadosamente doblado, con bordes encantados para no deteriorarse con el tiempo.
No decía nada por fuera, solo una pequeña flor dibujada a mano en la esquina inferior.

Lo abrí.

“Hoy me dejaron ver el jardín del templo real. No es tan hermoso como el tuyo (o como tú lo describes), pero pensé en ti. Espero que tus clases no sean tan estrictas. ¿Ya terminaste ese encantamiento de espejos?”

—Celia.”

Sentí un pequeño sobresalto.

Una carta. Escrita con calidez. Íntima. Sin protocolos ni títulos.

Busqué entre los demás papeles… y encontré más.
Un montón de cartas, cuidadosamente organizadas en un compartimiento secreto bajo el doble fondo del escritorio.
Todas firmadas por “Celia”.
Y todas respondidas por “Móreth”.

—¿Ese era tu nombre mágico…? —murmuré, leyendo en voz baja.

“No sé si los nobles pueden ser mis amigos, Celia. Pero tus cartas me hacen dudar de eso. Gracias por ver en mí algo más que una hechicera de último círculo. A veces quisiera conocerte en persona.”

“No te rías, pero hoy hice un hechizo para transformar limones en pequeños dragones. Uno estornudó fuego. Me quemé una ceja.”

“No me gusta cómo me miran los soldados. Como si siempre fuera a destruir algo. Tal vez, algún día, me mires tú también… y no con miedo.”

Había magia ahí. Pero no de la que se lanza con varitas.

Era la magia de una amistad… o algo parecido.
Y me atravesó.

Porque, aunque no conocía a esa tal “Celia”… la versión de Morgan que le escribía era tan distinta.
Divertida. Vulnerable.
Humana.

Sin pensarlo, tomé un pergamino nuevo.

Y escribí.

“Querida Celia:

Soy Móreth. Supongo que aún recuerdas mi letra. Hoy pensé en ti. No sé si mis palabras aún te importan, pero quería decirte… que estoy intentando cambiar. Que quiero ser mejor. Que a veces, me pregunto si el mundo es más grande que esta torre y sus sombras.”

“Gracias por no haberme temido. Gracias por no haberme llamado bruja con asco. Hoy más que nunca… necesito una amiga.”

Con afecto,

—Móreth.”

Sellé la carta con un encantamiento simple.

Y por primera vez desde que llegué a este cuerpo…
sentí que podía entenderla.

Quizás Morgan no fue malvada.
Quizás solo fue… traicionada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.