La bruja tendrá su final feliz

Ecos en las cartas

Perspectiva: Sora (Morgan)

La pluma raspaba suavemente sobre el pergamino. Había escrito tantas cartas en estos días que casi podía adivinar la calidez en la respuesta antes de recibirla. “Celia” … su amiga invisible, su única confidente en medio de un mundo que aún la miraba como enemiga.

Las palabras fluían solas:

“Querida Celia:

Hoy el aire del campamento huele a hierro y ceniza. A veces me pregunto si yo también huelo así. Pero al leerte… recuerdo jardines, luz, y risas que nunca conocí.

Si algún día este mundo se derrumba, espero que tus palabras sobrevivan a las ruinas.

—Móreth.”

Me detuve, observando la firma. ¿Era mía? ¿De Morgan? ¿O de las dos? No lo sabía.

Sellé la carta con un hechizo menor y la dejé flotar. El pergamino desapareció en un destello plateado, como si las estrellas mismas hubieran venido a reclamarlo.

—Tal vez… no estoy tan sola —murmuró, permitiéndose una pequeña sonrisa.

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Perspectiva: Cordelia

A pocos pasillos de distancia. La carta crujió suave entre mis dedos enguantados. Cada palabra estaba bañada en una calidez que jamás me perteneció, y, aun así, ella me la regalaba sin reservas. La flor pintada en la esquina inferior parecía burlarse de cualquiera que la viera, pero a mí solo me provocaba risa.

—Qué dulce, Móreth… —susurró, acariciando la firma con fingida ternura—. Y qué ingenua.

Doblé el pergamino y lo guardé bajo mi capa. Afuera, el campamento olía a humo y acero, un escenario poco digno para una princesa… y sin embargo, todos apartaban la mirada a mi paso. Los soldados se inclinaban, los capitanes se tensaban. Me gusta ese poder: silencioso, inevitable.

Entonces lo vi.

William Archie.

Incluso sin armadura completa, parecía tallado para liderar. Su porte, su seriedad, esa forma de mantener la espalda recta como si el mundo entero lo observara. Cuánto más digno sería a mi lado que junto a cualquier otra.

Me acerqué despacio, dejando que mi voz acariciara el aire.
—Duque Archie… qué afortunada coincidencia.

Él levantó la vista, apenas inclinó la cabeza.
—Vuestra alteza.

Siempre tan correcto. Tan distante. Eso podía cambiar.

Me detuve frente a él, obligándolo a verme directamente.
—Estaba reflexionando sobre lo que vendrá después de la guerra —dije, dejando caer mis palabras como semillas en terreno fértil—. El imperio necesita estabilidad. Y el rey… considera que un matrimonio podría garantizarla.

Sus cejas se arquearon apenas. Lo noté. No se me escapa nada.
—¿Un matrimonio? —repitió, cauteloso.

Sonreí, inclinándome apenas, bajando el tono de mi voz para que solo él pudiera escucharme.
—Otros reinos miran demasiado este frente. Y si no sellamos alianzas, uno de ellos querrá lo que defendemos. Pero… si el héroe del imperio tomara como compañera a alguien digno, nadie se atrevería a desafiarlo.

Mis ojos buscaron los suyos, firmes, sin titubeo.
—Dime, William… ¿aceptarías proteger al reino con un juramento de matrimonio?

William me miró, sin apartar la vista. Sus labios se entreabrieron como si fuera a responder, pero alguien golpeó la mesa de mando desde el exterior, anunciando con urgencia:

—¡General, noticias del frente!

La respuesta quedó atrapada en su garganta.

Y solo pude sonreír, ya que estoy segura de que lo había puesto contra la espada y la pared.




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