Perspectiva: Sora (Morgan)
La noche cayó demasiado rápido. El campamento entero estaba en alerta: patrullas dobles, hechizos de detección activados, caballos inquietos que relinchaban contra la oscuridad.
El aire… olía a algo extraño. Como hierro quemado mezclado con azufre.
Lyana se mantenía a mi lado, murmurando conjuros de luz para mantenernos rodeadas por un círculo brillante.
—Esto no me gusta nada —dijo, frunciendo el ceño—. La magia no debería sentirse… viva.
—No es magia normal —añadió Arlen, que avanzaba con nosotros, los ojos fijos en las sombras entre las tiendas—. Hay un pulso en el aire. Como si alguien… lo guiara.
De pronto, un grito desgarró la calma.
Una tienda entera ardió en llamas negras, consumida sin fuego real.
Sombras humanoides emergieron del suelo, atacando a soldados y caballeros con cuchillas hechas de humo sólido.
—¡A posiciones! —grité, alzando la mano. El brazalete en mi muñeca brilló, reaccionando antes que yo.
Arlen levantó un muro de fuego para contenerlos, y Lyana lanzó un hechizo de dispersión que iluminó la oscuridad con destellos plateados. Juntos… éramos un triángulo difícil de quebrar.
—¡No me digas que esto es casualidad! —bufó Lyana, repeliendo una sombra con un látigo de luz.
—No lo es —dijo Arlen con frialdad—. Alguien dejó entrar esto al campamento.
Un rugido recorrió el aire. No era humano. Las sombras avanzaban con demasiada coordinación, demasiado ordenadas para ser invocaciones sin amo.
Y entonces, entre el caos, escuché un chillido distinto.
—¡William! ¡Ayuda!
Cordelia.
La princesa estaba a unos metros, atrapada entre dos sombras que la habían separado de su escolta. Su armadura ligera apenas servía de adorno.
Antes de que yo pudiera reaccionar, William irrumpió con su espada desenvainada, cortando en dos a las criaturas con movimientos precisos. La protegió con su propio cuerpo, como si su vida dependiera de ello.
La sangre me golpeó en los oídos. No podía apartar la vista.
Él.
Siempre ella.
—¡Cubre el flanco izquierdo! —ordenó William, sin dejar de girar alrededor de la princesa.
Las sombras retrocedieron un instante, como si reconocieran su fuerza. Pero no tardaron en reagruparse.
Me forcé a volver a la batalla. El brazalete vibró, y las serpientes brillaron, estabilizando mi magia antes de que explotara. Lanzamos un contraataque coordinado: mi haz de viento comprimido, el fuego de Arlen y la luz de Lyana.
Las sombras se disolvieron en un grito inhumano. El silencio cayó con la misma rapidez con la que habían llegado.
Los soldados jadeaban, heridos pero vivos.
William permanecía de pie, con Cordelia detrás de él, la mano de la princesa apoyada sobre su brazo. Demasiado cerca. Demasiado perfecta.
Lyana me dio un leve codazo.
—¿Lo viste? —susurró, con una mezcla de ironía y rabia.
Yo aparté la mirada.
—Sí.
Porque, aunque habíamos salvado a medio campamento, lo único que el mundo recordaría esa noche era que el caballero protegió a su princesa.