La búsqueda

Capítulo III: Lejos del Creador

Yo salía de mi casa enojado y desesperado. Mis papás me habían gritado y dicho cosas terribles. Me confesaron que no eran mis verdaderos padres. Caminaba desparramando lágrimas, sin rumbo ni dirección. Ya era de noche. Casi se cumplía un año de que había conocido a Mariana en la preparatoria. Ella profesaba ser cristiana, es decir, seguidora de Cristo. En ese momento deseaba hablar con ella. Casi nunca me hablaba de Jesús porque yo le había dicho que no me interesaba. Yo siempre le decía que respetaba lo que ella pensaba, pero que respetara mis decisiones. Era muy paciente conmigo y no se molestaba por eso. Se mantenía firme en sus decisiones; si algo no le parecía, me lo decía y también la razón. A veces me comentaba algunas cosas que decía eran muy curiosas que sucedieran y que hubieran estado predichas en la Biblia.

Pero esa noche ya era tarde para llamarla. Entonces llamé a Brian, quien me respondió rápidamente. Me dijo que estaban en una fiesta de amigos, cerca de mi casa. Le dije que no llevaba dinero y él me preguntó dónde estaba. Vinieron por mí y fuimos a la reunión de sus amigos. Era un lugar de perdición. Parecía un bar de mala muerte. Entré.

Adentro la música estaba a todo volumen. Había cerveza de varias marcas, cigarros y hasta drogas, entre otras cosas más. Creo que esta es la parte que menos me gusta recordar, porque es precisamente quién fui yo antes de ser quién soy ahora. Mi vida pasada, mi deprimente vida pasada.

En ese momento me sentía deprimido, solo y vacío. Quería llenar ese espacio con algo y lo único que conocía era la cerveza y el vino. La había comenzado a tomar desde los doce años, gracias a Brian, Roberto, Rosaura y el Pepe, mis amigos de la colonia, quienes eran unos borrachos y drogadictos, pero yo solo fumaba a veces y una que otra bebida. Podría decir a mi favor que era el menos peor.

Había muchos jóvenes, como es costumbre, bailando sueltos, pero con movimientos muy sensuales y provocativos. Se acercaban mucho unos a otros, arrepegándose el cuerpo, sin importar el sexo. Pero lo hacían como extasiados, dominados por una fuerza superior a ellos, que controlaba sus cuerpos, pero con sus mentes ellos no se negaban, sino  que accedían y parecían muy contentos.

Una chica desconocida se me acercó y me dijo que la invitara una copa. Le dije que no traía dinero, entonces me arrugó su frente y se fue. Luego, Brian fue por ella y dijo que él la invitaba, entonces se besaron. No sé si la conocía, pero sentí cierta incomodidad verlos besándose. Por todos lados veía manoseos y exhibiciones que se suponían íntimos, derrochados únicamente entre dos personas, sin testigos, en privado. Veía un libertinaje terrible entre los jóvenes. En ese momento no me parecía mal, pero ahora pienso diferente; y algo me dice que la juventud está convirtiéndose en algo aberrante al tener ese tipo de comportamientos. No sé si en otro tiempo era similar, pero al paso que vamos, pronto veremos lugares donde la gente tal vez ande desnuda y haciendo el amor a la vista de todos, o entre todos, no lo sé. Pero me asusta pensar que pueda pasar algo así.

Pero en ese momento lo único que yo pensaba era en ahogar mis pensamientos. No quería pensar. Me había enterado de que aquellas personas que durante dieciséis años fueron mis padres, en realidad no lo eran. Comprendía tantas cosas. Sentí que los odiaba por haberme tratado como me trataron, pero no podía dejarlos, no tenía a donde ir. Si decidía no regresar a la casa, entonces también tendría que salirme de la preparatoria, porque ellos ya no se iban a querer hacer responsables de mí. Comencé a tomar licor como loco, copa tras copa, botellas tras botella. Luego me di cuenta que los chicos se divertían y  me fui al centro de la pista, también a divertirme. Perdí el control, pues nunca había bebido tanto. Miré hacia el piso, que se acercaba con rapidez. Y eso fue lo último que vi antes de quedar completamente dormido.

 

De pronto las cosas cambiaron. El ambiente, la música, etcétera. Todos los jóvenes estaban de fiesta con calzado y vestimenta elegante. Ya no era yo, sino César. También estaba en una fiesta, pero en un lugar totalmente diferente. Iba y venía entre los invitados. De pronto se formó un agitado corro de jóvenes, y cuando César se acercó, abriéndose paso entre los demás, fue testigo de una lid entre dos muchachos. César y otros trataban de separarlos. Pero también les propinaron algunos golpes y eso los hizo molestar mucho, por lo cual el incidente comenzó a incrementarse y aparecieron puños de a montones tocando mentones, cráneos, estómagos y entrepiernas. Abundaban gritos estridentes y escandalosos de mujer y mojicones por doquier. No tardó en salir sangre de algunas narices. De repente un joven alto, con cara de pocos amigos sacó una pistola negra y les advirtió a todos que iba a disparar si no se calmaban. Enseguida reinó la calma y todos volvieron a sus lugares. César se acercó al que estaba armado y lo cuestionó.

―¿Qué te pasa, Eddie? No debíamos traer armas.

―Ya lo sé, César. Pero tengo algunos problemas, tú sabes, mi papá. Me dijo que no dejara el juguete. Si te diste cuenta, mis guarros están bien pendientes allá arriba y por todas partes.

―Sí, te entiendo. Pero no era para que sacaras la pistola. Estos güeyes luego andan de chismosos.

―Ya pues, ya pasó. No me digas que te dio miedito ―dijo Eddie en tono burlesco.

―Claro que no, solo que no quiero accidentes. Estamos en la casa de mi papá. Si fuera en otro lugar, no me importaría.

―Está bien, está bien ―alzó una mano, a lo lejos un hombre con lentes oscuros pareció entender la señal y se alejó―. Entonces qué, ¿vas a querer o no? Ayer en la prepa ni me dijiste nada.



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En el texto hay: gemelos, novela, sentido de la vida

Editado: 15.02.2021

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