Surjo en mi mente. Estaba irritado. Buscaba a mis amigos callejeros, que estaban, como siempre, reunidos en la casa de un vecino. Ahí fumaban y bebían como locos. Llegué a donde estaba Brian. Él siempre usaba pantalones de mezclilla de color gris, una camiseta negra de cuello en «v» con una camisa blanca manga corta desabrochada, su cabello era corto y casi siempre tenía un cigarro entre los labios, ya fuera encendido o apagado. A veces lo llevaba en la oreja.
Miró mi actitud abatida y extrajo de su camisa una cajetilla y me extendió un cigarro. Lo rechacé interponiendo mis manos. Mi miró incrédulo y con risa burlesca me dijo:
―Jesús no te observa. Es mentira. Si te fumas uno, nada va a pasarte. Desde que te juntas con esas personas has dejado de ser tú. Seguramente te han llenado la cabeza de tonterías. Ya casi no nos visitas. Todo por causa de esa muchachita anticuada y sus ideas de que Dios existe y te observa, bla, bla, bla ―en su cara hay un gesto de desprecio―. Mírame, desde que dejé a mis papás que me enfadaban con esas imbecilidades soy libre, completamente libre ―se reía triunfante―. Puedo hacer lo que se me pegue la gana. Soy responsable de mí mismo y de lo que hago. No tengo que rendirle cuentas a nadie y tampoco nadie me observa. Eso de Dios es solo un invento para que no hagas lo que a ti te gusta. No digas que no te gusta, porque antes lo has hecho muchas veces. Estoy seguro de que sí quieres darle un toque; tiene marihuana, como a ti te gusta. Mi Vale, no te hagas, si tú eres el que más fumaba antes. Ándale, te aliviará las penas, ya lo verás. Si se te nota mi Valentino cómo andas padeciendo. Vamos, acércate y sé libre como yo y los demás chicos. Ese Jesús es un invento, una mentira, es falso ―decía Brian.
Se reía e insistía en ofrecerme el cigarro. Yo me rehusaba recordando lo que había leído la noche anterior en una Biblia que me regaló Mariana. Me llamó mucho la atención cuando me dijo que si deseaba saber mi origen, buscara en aquel libro. Ella misma me recomendó leer algunos textos específicamente. Yo los leí por curiosidad y para ese momento me sentía muy confundido. Curiosamente la noche previa había leído un poco acerca de que el mundo entero negará la existencia de Jesús para poder pecar sin darle cuentas a nadie, justo lo que Brian me estaba diciendo. ¿Era simple casualidad?
Él seguía tratando de persuadirme.
―Anda, Valentino, entiende, amigo, eso que te dijeron es una vil mentira, un invento que te impide ser tú mismo, que impide que salga el yo que verdaderamente eres. Déjame ayudarte, deja volar tu espíritu ―yo veía a mi alrededor y muchos jóvenes, entre hombres y mujeres, llevaban a cabo acciones demasiado inmorales, volví mi mirada a Brian quien seguía hablando―. Anda amigo, yo sé que quieres, para qué te haces.
Se reía nuevamente. Era evidente que ya estaba bajo los efectos de las drogas, pues había algo blanco en uno de los hoyuelos de su nariz. A pesar de que era adicto, se veía sano. Siempre había sido muy bueno conmigo. Él me había hecho parte de su grupo de amigos desde que estábamos pequeños y me defendió muchas veces de otros niños que querían golpearme. A su manera él había sido un buen amigo. Tal vez no se daba cuenta del gran daño que se estaba haciendo. Sinceramente yo tampoco me había dado cuenta hasta que conocí a Mariana y comencé a platicar con ella.
―No lo sé Brian. Ya no veo las cosas como hace algunos meses. Ya no pienso como pensaba antes. Es más, ahora pienso que esto nos hace más daño del que imaginamos. He estado investigando y podría darnos cáncer en los pulmones si seguimos fumando tanto.
―Bobadas, Valentino. Yo tengo desde niño haciendo esto y nada me ha pasado.
―¿Quieres que te pase entonces?
―No me refiero a eso. Sino a que eso se lo inventa la gente para que uno deje de fumar.
―¿Crees entonces que las cifras de muertos por el cigarro y las drogas son un invento de la gente?
―No, no hablo tampoco de eso. Sino que eso depende de cada gente, no a todos nos pasa igual. No todos aguantamos lo mismo.
―¿Entonces, quieres hacerlo hasta que suceda?
―A mí me gusta, y si muero por fumar, moriré por mi gusto. Además, es mi cuerpo, puedo hacer con él lo que yo quiera, ¿apoco no?
―Exactamente. Eso es lo que tú quieres y lo que yo prefiero es abstenerme de fumar. Debes respetar eso.
―Pero si antes no parabas, ¿a qué el cambio? Es por la vieja, o ¿por el cuento de ese Jesús?
―Brian, por favor, si no sabes, no critiques tampoco, ¿de acuerdo?
―Vamos, Valentino, no me digas que ya te convencieron. Por favor, no puedo creer que te tragues las idioteces que te meten en la cabeza y la supuesta verdad de que según el librillo ese gordo es como dicen ellos que es. Qué tontería tan más grande, solo los débiles pueden tragarse algo así. Fue escrito por tipos iguales o peores que nosotros. Solamente los idiotas pueden basar sus vidas y su manera de pensar y vivir en un invento como ese libro. Ya déjate de mariconadas y fúmate uno, como antes, con los cuates, todos juntos. ¿O ya te volviste una gallina?
No recordaba ese momento con Brian y las palabras que usó. Ahora recordaba que en algún momento también pensé así. En ese momento caí en cuenta de la bendición tan grande que fue conocer a Mariana.