La búsqueda

Capítulo V: Entre tinieblas y luz

Abrí mis ojos abruptamente. Estaba recostado bocarriba sobre mi tarima. Sentí la radiante luz del sol tocando mis pupilas. Ya debía ser muy tarde y yo continuaba acostado. Afuera escuché los gritos de Patricia y Nicolás, mis padres. Discutían por nada en especial, como siempre. Me daba cuenta que con ellos estaban Nicolasa y Patricio, sus hijos reales, quienes lloraban, suplicando que dejaran de discutir, pero mis padres (adoptivos) los mandaron a callar y siguieron discutiendo por un dinero que Patricia había gastado en ropa del tianguis el sábado.

Me tapé los oídos tratando de no escuchar nada, pero luego Patricia gritó a todo pulmón:

 

―¡Valentino! ¡Valentino! ―se oía afuera―, ¡ya levántate, güevón! Ya es tarde y tienes que ir a trabajar.

―¡Ya voy! ―le contesté, gritando también.

 

Para ese momento estaba trabajando en una frutería del centro. Llevaba pedidos a domicilio en una motocicleta vieja que me habían facilitado en la frutería.

Patricia y Nicolás seguían discutiendo. Me puse una camiseta azul y luego caminé hasta llegar al comedor.

 

―¡Cállense ya! ―gritó Nicolás con fuerza. Patricio y Nicolasa enmudecieron de inmediato, pues habían estado lloriqueando.

―Si vas a comer antes de irte al trabajo, sírvete tú, yo ya me tengo que ir a la misa ―me dijo Patricia.

Ah, ese día era domingo.

 

―Sí, yo me sirvo, Patricia ―contesté.

―No me hables así, majadero ―se acercó con la palma de la mano en alto―, te lo prohíbo.

Los que siempre habían sido mis hermanos se rieron.

―Ese es tu nombre, ¿no? ―repliqué.

―Pero también es tu madre ―intervino Nicolás en tono de pocos amigos.

―Sabemos bien que no, papá ―respondí tranquilo―. Ni siquiera ha sido una buena madre adoptiva. Pero qué digo, si no ha sido una buena madre con sus legítimos hijos, mucho menos conmigo, que soy un pobre adoptado hijo de quien sabe quien.

―¿Qué estás diciendo? ―Patricia se volvió furiosa hacia mí, con la mano nuevamente en alto―. Ay, solo porque no tengo tiempo ―bajó la palma una vez que yo me había puesto de pechito, sin resistirme a ningún golpe, pues ya estaba acostumbrado―. Ya casi comienza la misa, mira que si no, ya te hubiera dado tus buenas bofetadas, grosero y malagradecido. Pero no te preocupes, cuando venga de la iglesia vas a ver. Ya me estás colmando la paciencia por la manera en que nos tratas desde que decidimos ser sinceros contigo y decirte que te habíamos adoptado.

―Pues ―con la voz afectada, Nicolasa habló despectiva hacia mí―, tú podrás decir lo que quieras, Valentino, pero para mí mi mamá es la mejor mamá de todas. Yo siempre supeo que tú no eras nuestro hermano, pero nunca quisiste creerme. Peor para ti.

No comprendía por qué Nicolasa nunca me había querido. A pesar de todo yo no peleaba mucho con ella.

―Para mí tampoco es mala mamá, para mí es la mejor mamá del mundo, porque me quiere mucho y porque me deja llegar tarde e ir a jugar con mis amigos cuando quiera ―festejó Pato. Patricia se acercó a él y le dio un beso, luego dejó de sonreír cuando me miró. Dijo:

―Para que te des cuenta que sí hay quien me aprecia verdaderamente.

Yo no respondí nada, pero sentí un hueco en mi corazón y una sensación de soledad. Nicolás y Nicolasa me miraban, esperando mi respuesta; no pensaba decir nada, pero lo hice.

―Sería lindo que todo esto fuera realidad, pero tal vez no te daría permiso de salir si supiera que te vas con tus amigos a hacer luchas de pelea y a fumar a escondidas detrás de…

―¿Qué dices? ―exclamó Nicolás interrumpiéndome y mirando al niño abrazado por su madre―. ¿Es verdad eso, Patito?

Patricio se puso muy nervioso, miró a su mamá y también a su papá con ojos de lástima. Después se viró hacia mí con coraje. Era un niño muy astuto.

―Solo poquito ―dijo mascullando―. Es que, mis amigos y yo hemos acordado que aquel que no haga lo que el equipo requiere, es un marica, y yo no lo soy.

―Así se hace, hijo; hay que mostrarle a esa bola de niños harapientos que tú eres muy valiente y deben respetarte ―celebró Patricia.

―Ves, por eso te digo que no los quieres ―argumenté sin que pidiera mi opinión―. Así como yo nunca te importé, ellos tampoco te importan, ninguno de los dos es importante para ustedes. Si lo fueran, les sabrían prohibir las cosas que están mal para su formación, pero no, contrario a eso, ustedes lo que hacen es aplaudirles esas malas acciones.

―¡Ay, mira quién habla! ―replicó Patricia―. Como si tú fueras una blanca palomita, Valentino. Si bien que te reportaron varias veces de la escuela porque no entrabas a clases y te ibas con esos drogadictos del barrio, el tal Brian y la bola de borrachos que se la pasan robando. Así que no vengas a decirnos qué está bien y qué está mal.

―Cuando menos ya no lo hago y estoy tratando de cambiarlo, porque me he dado cuenta que está mal, verdaderamente. Pero, ustedes, ¿cuándo se darán cuenta de eso?



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En el texto hay: gemelos, novela, sentido de la vida

Editado: 15.02.2021

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