César se encontraba en otra despampanante fiesta, como las que acostumbraba. Todos los jóvenes vestían ropas elegantes y caras.
Eran muchos los que fumaban, pero más los que bebían alcohol y otras bebidas. Muchos de ellos se movían al ritmo de la música seductora. Música muy moderna con estilos nuevos que se convertían en hits musicales en las discos y fiestas. Muchas parejitas acarameladas en diferentes partes de la casa. En el centro de la casa estaba una alberca y alrededor de ella muchas mesas aderezadas con frituras y todos se divertían platicando. La casa no era la de César, pues esta era más amplia y más lujosa. Era de un amigo suyo.
Él se encontraba en un lugar donde estaba silencioso y la música apenas se oía como un sonido remoto. Era en un baño donde César hablaba en voz baja.
―Sí, mamá. No se escuchaba bien, había poca señal. Sí, aquí estamos en casa de Eddie. Eddie, mamá. Sí, el hijo de don Carlos. Mi amigo Eddie. Sí, él. Ajá. Sí, la tarea, como te había dicho, mamá. Olvidé decirte que era hoy, lo siento. No, no lo olvido. Ok, sí. Yo también te quiero. Adiós, mamá.
Le colgó enfadado y apagó el celular. Salió del baño.
Caminó por diferentes lugares y llegó a donde estaba un grupo de jóvenes, tanto mujeres como hombres. Compartían cigarros y bebidas de colores exóticos. Eddie se acercó a César y le dijo que lo siguiera al interior de la casa. Entraron a un estudio donde había nuevamente silencio con la música disminuida por la intervención de las paredes.
―¿Cómo te la estás pasando? ―preguntó Eddie; traía un cigarro y lo compartió con César―. Ya me contaron, picarón, que quieres lanzarte para presidente ―César se sonrojó―. Oye, ¿sabes lo que le pasó a Vanessa? ―se interrumpió Eddie.
―¿Vanessa? ¿Qué Rebe…? Ah, sí, claro, Vanessa ―lo miró con complicidad―, por supuesto que sí. ¿Qué con ella, anda por aquí?
―No, para nada ―contestó serio―. Me enteré que hace unos días falleció.
César pareció alarmarse.
―¿Y eso? ¿Cómo o por qué?
―SIDA.
Hubo segundos de silencio y miradas preocupadas. César intervino:
―Bueno, tampoco era muy seriecita que digamos, al contrario, le daba al cuerpo todo lo que le pedía. Tal vez por el ritmo de vida tan pesado que llevaba alguien por ahí le dejó el virus y pues, con el SIDA no se juega, es cosa seria.
―¿No te da pendiente? Digo, acuérdate lo que sucedió aquella vez.
―Pero eso fue hace mucho tiempo, Eddie, ya le llovió ―respondió desinteresado.
―Eso sí. Yo me haré algún chequeo, no vaya a ser la de malas. Estas cosas son seriedad, mucho más cuando existe una vida sexual activa, no es juego, está de por medio la propia vida.
―Ya lo sé. De hecho yo uso siempre condón, nunca me falla. Si no lo llevo, entonces no hago nada con la chava que ande. Pero ahora debo protegerme más todavía. Ando en los asuntos de mi papá y esto de asistir a las conferencias políticas es muy cansado, como no tienes idea.
―Sí, dímelo a mí. Mi papá también me ha dicho que entre, pero le digo que se espere un poco, quiero primero disfrutar mi juventud. Quiero hacer muchas cosas locas antes de que se me pase la edad.
―Pues yo las hago aun estando ya metido en esto de mi papá, pero menos que antes, es decir, más a escondidas.
―Sí, cuando entre, haré lo mismo que tú. Tal vez en unos meses más. Y ahorita, ¿traes novia?
―No, para nada. Eso no es lo mío, la neta. Yo con una y con otra, luego de pasarlas por la cama, la que sigue. No hay nada más placentero que los encuentros nocturnos. Además, si me regalas uno de tus polvitos, me vuelvo loco. Pero como te digo, lo hago menos que antes, por eso de la vida pública y esas tonteras de mi papá.
―Entonces tuviste que bajarle al ritmo que llevabas. Yo creo que tendrás que recurrir al mejor método que existe para tener más energía y evitar menos problemas de salud.
―¿Y ese cuál es? –preguntó César.
―La abstinencia sexual. ¿Ya se te olvidó? Como nos enseñaban en la prepa.
―Ajaja ―carcajeó César burlesco― hasta crees. Ni que fuera qué. Eso déjalo para los reprimidos. Para la bola de pusilánimes que según ellos quieren llegar puros y santitos hasta el matrimonio, porque según ellos es un mandato de Dios y no sé cuánto más. Eso ya pasó de moda. Nosotros sabemos muy bien que con precaución y cuidado, uno puede andar con una y con otra cada vez que uno quiera, donde quiera y como quiera.
―¡Exacto! Nosotros somos dueños de nuestro propio cuerpo, así que podemos hacer con él lo que se nos venga en gana.
―Ni yo lo hubiera dicho mejor. ¡A disfrutar hoy que mañana hay que ir a trabajar! Yuju.
Estuvieron hablando un rato más y luego salieron a donde estaban los demás que bailaban como locos a un lado de la piscina. César tomó a una de las chicas en los brazos y se lanzó con ella al agua. Muchos se lanzaron también, imitando al primero. Se reían y parecían disfrutar la fiesta en grande. Algunas parejas dentro del agua se besaban.
Ser testigo de estas pláticas y escenas tan extrañas me recuerda otro texto de la Biblia que dice: “¿no sabes que tú eres templo de Dios? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él”. Ahora mismo no recuerdo dónde está, solo sé que está en el libro de Corintios, no sé si en el primero o el segundo.