La búsqueda del fénix dorado

2) Polvos de Fénix Dorado

Max no quería separarse de su abuelo, pero el hambre lo estaba torturando.

Media hora después de que Mynor se hubo marchado se alejó de la cama del abuelo para ir a preparar algo de comer. Primero hizo crepitar el fuego en la cocina, luego tomó dos huevos que había sobre la mesa, un poco de manteca de un un recipiente y preparó los huevos de forma rústica. En menos de media hora ya había cenado. Deseó darle algo de comer a su abuelo, pero no podía, ya que éste apenas se había tomado la medicina que Mynor le había dado hace rato

Después de cenar regresó al lado de la cama en lo que el abuelo yacía moribundo. Estuvo largo rato sentado en una silla lo más cerca que pudo del anciano. Se llevó un gran susto cuando éste empezó a temblar y a sudar a chorros entre gemidos de dolor. Después empezó a mover los labios de forma incongruente, produciendo sonidos de los cuales no se entendía nada, Max creyó que quería hablar, pero no pudo entender nada de lo que trataba de decir.

—¿Abuelo? ¿Cómo te sientes, abuelo? —preguntó Max con la esperanza de que el anciano respondiera. Pero no obtuvo por respuesta más que gruñidos y gemidos.

Luego comprendió lo que tenía que hacer, ya que su abuelo había empezado a sudar a chorros y los ojos se le ponían más rojos y hundidos de lo que los había tenido hace unos momentos. Tenía que suministrarle la medicina. Le costó un gran esfuerzo abrirle la boca para introducir el líquido en ella, pero por fin lo logró. Echó un poco de medicina a la boca del abuelo y lo detuvo boca arriba hasta que la medicina se fue hacia el interior de su vientre.

Con aquel líquido el anciano empezó a regresar al estado en el que se encontraba antes, provocando que las lágrimas se volvieran a derramar por las mejías del chico ¡Era tan espantoso ver a su abuelo con aquel aspecto! Siempre pensó que el anciano viviría por muchos años. Nunca se imaginó que probablemente se quedaría sin ningún familiar a tan corta edad. «¿Qué será de mi si el abuelo muere?», pensó. Entonces empezó a imaginarse pidiendo limosnas en las calles de la aldea, o quizá tendría que trabajar como animal para poder conseguir algo de comer. Seguramente si su abuelo moría, más de alguna de las familias de la aldea iban a pelear por tomar posesión de las propiedades que en vida pertenecían al difunto, ya que no había otro familiar que pudiera reclamar las tierras y la casa, excepto él, y no estaba seguro si dejarían que un niño conservara las propiedades.

Sacudió la cabeza para alejar aquellas ideas tontas de su mente, tenía que tener fe en que su abuelo se iba a reponer, tenía que tener fe en las habilidades de Mynor, y si existía un Dios, tenía que tener fe en él para que nada malo sucediese con el único familiar que le quedaba con vida. Se quedó allí, acurrucado al lado de la cama mientras la tristeza, y a ratos la esperanza, invadía todo su ser.

Su abuelo estaba petrificado, no tenía ninguna clase de movimiento, sus ojos miraban hacia el techo de la casa, desorbitados, sin mirar hacia ninguna otra dirección. La última vez que había visto algo tan terrible había sido con su madre, que casi había estado en la misma situación. Aunque de eso, los recuerdos eran vagos, ya que él no tenía más de tres años.

Con lágrimas en los ojos y los pensamientos difusos, Max se quedó dormido.

Soñó que caminaba entre el bosque; éste era oscuro y tenebroso. Max tenía miedo, aunque no sabía de qué o por qué. Pero luego lo supo: en la corteza de un árbol un escorpión rojo agitaba amenazadoramente dos pequeñas tenazas, mientras que un aguijón en su cola apuntaba a Max. Era un escorpión de fuego.

Max giró sobre sus pies para huir, pero cuando se volvió, una plaga de estas criaturas avanzaba hacia él. Pronto estuvo rodeado por los maléficos bichos. Uno de ellos saltó de una rama y cayó sobre los hombros de Max y empezó a aguijonearlo. Max empezó a gritar.

—Despierta, Max —dijo una voz, al tiempo que alguien le palmeaba el hombro.

—¿Abuelo? —se sorprendió preguntándose así mismo.

—No, Max, soy Mynor. Te quedaste dormido, creo que tenías una pesadilla —le informó.

Max se sintió muy mal, no sabía cuánto tiempo se había dormido, bien pudo haber muerto el abuelo y él ni cuenta se habría dado. Además, tenía miedo, había sido una pesadilla muy vívida. De pronto le dieron ganas de llorar nuevamente.

—Si tienes sueño vete a dormir, yo me encargaré de tu abuelo —le dijo Mynor.

—Quiero quedarme un rato más —dijo Max acurrucado al lado de la cama.




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