—¿Usted vive por aquí? —preguntó Max, después de haber llegado al sembradillo de girasoles.
—Sí ―respondió el anciano―. Ya tengo varios años desde que me establecí por aquí. Quise hacer negocio con semillas de girasoles, pero esos cuervos nunca han dejado prosperar mis plantas. Era ese enorme cuervo el que más daño le hacía. Con mi magia fácilmente hubiera podido hacer que todos los cuervos se marcharan, pero nunca pude vencer a ese cuervo, mis hechizos no funcionaban con él. Muchas veces era él quien había estado cerca de acabar con mi vida.
»En realidad él no quería solamente los girasoles, sino que quería todas mis tierras, quería dominarlas y hacer que todo lo que viviere por estos rumbos le obedeciera. Ya hacía varias semanas que no nos encontrábamos porque había salido de viaje, fui a investigar y a practicar un hechizo que funcionara con él, y lo encontré, fue él que usé hace rato. Tuve que optar por otro hechizo porque los demás rebotaban en él, como en un espejo, pero como ustedes se dieron cuenta, el hechizo que aprendí sí surtió efecto.
—¿Y qué era esa cosa? ¡Porque un cuervo común y corriente no lo era!
—Era un cuervo, un cuervo que se hacía llamar David, decía que David era el nombre del antiguo rey del reino animal y que él lo reemplazaría en el trono. No era un cuervo común y corriente porque en la piel se le incrustó por accidente un fragmento de un Diamante de Hezlem, el cual lo transformó en gigante y le transfirió muchas habilidades. Como se dieron cuenta, una de sus habilidades era hablar la lengua de los humanos, también sus alas obtuvieron dedos. Incluso pienso que en un par de años más se hubiera parecido más a un humano que a un cuervo y quizá un día llegaría a ser completamente humano, al menos en lo físico.
»Busqué en sus restos el fragmento del Diamante de Hezlem, pero creo que se consumió junto con la vida del cuervo, ya que no lo encontré.
—¿Entonces era eso lo que buscaba cuando revisaba su cuerpo?
—Correcto.
—Entiendo que las habilidades del cuervo se debían al poder del Diamante de Hezlem… pero ¿Qué es el Diamante de Hezlem? —preguntó Jennifer.
—Es un diamante mágico, muy poderoso. Pero ahora no quiero hablarles sobre él, quizá se los diga más tarde.
—Así que era ese misterioso diamante el que le transmitía sus habilidades al cuervo —meditó Jennifer—. Eso lo explica todo. Ya decía yo que no podía ser por causa natural.
—Tienes razón pequeña —dijo el anciano carcajeando—. Y ahora me siento feliz porque por fin pude acabar con él. Me hizo pasar por muchos problemas. Incluso en algunos momentos me pasó por la mente irme de este lugar, ya no resistía. Tenía que usar mis hechizos más poderosos para proteger mi cabaña, intenté hacer lo mismo con la siembra de girasoles, pero mi magia no es muy potente y el campo no resistía por mucho tiempo las embestidas de los cuervos, mucho menos cuando se trataba de David.
Después de unos momentos llegaron a una cabaña, cuando eso el sol ya se había ocultado. Sólo el resplandor rojizo del cielo en el horizonte oeste denotaba que aún no estaba lejos.
Max observó la cabaña, que era muy pequeña, pero para una persona debía de ser suficiente. La cabaña estaba al pie de un pequeño barranco. El paisaje que la rodeaba era hermoso, constituido por árboles de flores hermosas. El interior estaba dividido en dos habitaciones, una era la habitación del anciano, y la otra el comedor y la cocina. El comedor era una pequeña mesa para cuatro personas, con sus respectivas sillas finamente labradas, lo que le sorprendía verdaderamente a Max.
—Imagino que tienen hambre —observó el anciano. Dejó su bastón en una esquina, luego empezó a dar vueltas por la cabaña en busca de alimentos.
—Sí, un poco —admitió Max.
—No se preocupen, veré que encuentro de comer para unos niños como ustedes. Porque unos niños como ustedes no pueden comer cualquier cosa, tienen que comer comida sana, para que crezcan fuertes y saludables.
—¿Vive solo? —preguntó Max, temiendo ser indiscreto.
—No. Realmente vivo con mi perro Samy, es mi única compañía. Lamentablemente nunca pude construir mi vida al lado de una mujer, me casé en tres ocasiones, pero ninguna de mis esposas duró mucho tiempo conmigo.
—¡Oh, lo lamento! —dijo Max.
—No te preocupes, no es ninguna molestia. Es más, me río al acordarme de lo que pasé en esos años y de lo que les pasó a esas mujeres. Me río de las locuras que hice, estoy seguro que jamás volvería hacer algo como aquello. A veces me río de lo que hice con ellas y algunas otras veces lloro, no sé qué hacer cuando me acuerdo de ellas —mientras hablaba no dejaba de dar vueltas por la cabaña.