Los duendes hicieron una fiesta, muy diferente a lo que Max había imaginado. Todos los duendes hicieron la mayor parte del tiempo, juegos que a Max le parecían para niños, pero que ellos disfrutaban como si fueran lo más especial y divertido del mundo.
La dichosa fiesta no estuvo aburrida, pero tampoco fue la gran cosa. Quizá hubiera sido mejor dormir, pero no lo pudieron hacer porque él y Jennifer eran los personajes especiales en la fiesta. Muchos duendes se acercaban y les besaban las manos y les daban mil gracias por haberlos salvado del trol. Max no creía que fuera para tanto, pero los duendes sí que pensaban de esa forma.
Los duendes se divirtieron como nunca. Prepararon un vino, que fue muy grato al paladar de Max, pero cuidó de no beber más de una copa, mientras que algunos duendes no escatimaron en darse gusto. También prepararon un banquete con carnes de diferentes tonos, acompañada de ensalada de verduras, manzanas con azúcar, exquisitos dulces y muchas cosas más. Después de asegurarse de que la mayoría de la carne era de ciervo, los chicos comieron como nunca, casi hasta reventar.
La fiesta terminó muy entrada la noche. Los duendes que se excedieron en la bebida empezaron a quedarse dormidos en el suelo. Otros, aunque tambaleantes, buscaban sus casas. Max y Jennifer se encontraban sentados en la mesa principal, junto al líder. Los dos niños parecían gigantes en medio de las pequeñas criaturas.
—Disculpe ¿Cómo hacen para hacer sus casas en los árboles sin que éstos se sequen? —había preguntado Max con curiosidad en algún momento de la velada.
—Utilizamos fórmulas especiales, desarrolladas por nuestro pueblo por cierto. Rociamos con estas pociones constantemente los árboles para que siempre se mantengan verdes. Además, a los árboles jóvenes los hace engrosar muy rápidamente.
Algo similar había imaginado Max. Ya que no creía muy posible que los duendes hubieran tenido la fortuna de encontrarse por casualidad con una población de árboles mágicos.
—¿Por qué al trol no le salía sangre? —continuó haciendo preguntas Max, sabiendo que quizá sería la única oportunidad que tendría para saciar su curiosidad.
—No tengo una respuesta concreta para eso —dijo el duende—. Pero creo que se debía al Diamante de Hezlem, éste le daba cierta invulnerabilidad a ciertos ataques, aunque no a todos. Creo que otro que también poseyera ciertas habilidades adquiridas de un Diamante de Hezlem sí que podía causarle daño.
—Entonces… Llosty nos mencionó…
—¿Quién es Llosty? —interrumpió el jefe.
—El tigre que nos guio a la cueva del trol.
—Entiendo.
—Él nos dijo que la herida que tenía en la cara había sido producto de un ataque del trol —refirió Max—. Dijo que el trol le había lanzado una cosa brillante, pero que después el trol en lugar de atacarlo corrió a recoger la cosa brillante. Ahora caigo en la cuenta que esa cosa brillante era el Diamante de Hezlem, eso explicaría la transformación de Llosty y el hecho de que haya podido hacerle daño al trol.
—¿Transformación? —inquirió el duende.
Max recordó que aún no habían contado todo lo que había sucedido con el trol. Así que le contó todo al jefe de los duendes, incluyendo la pelea de Llosty con Leo, la transformación sufrida por el tigre y la gran batalla que había librado con el trol. No omitió detalle, ni siquiera el hecho que Llosty intentó asesinarlos y que sólo la mágica recuperación del trol los había salvado.
—Entonces es muy posible tu hipótesis —dijo el duende después de oír el relato de Max—. Es factible que el Diamante de Hezlem haya sido el culpable de la transformación del tigre y todo lo relacionado con él.
—También recuerdo que cuando manteníamos la posesión de la flecha roja por varios minutos, ésta nos debilitaba y teníamos que intercambiarla a menudo para no quedarnos sin fuerzas.
—Eso sí no lo entiendo —meditó un instante—. A menos que ustedes posean habilidades de algún Diamante de Hezlem ¿Las tienen? —preguntó después de ver la expresión en Max.
—Sí. Por eso podemos hablar con los animales.
—Entonces eso lo explica todo. No puedes tener habilidades de un Diamante de Hezlem y luego tener en tus manos aunque sea un fragmento de otro Diamante, eso causa un choque de poderes, debilitando al individuo. Y recuerden que la flecha roja poseía en la punta un fragmento de un Diamante de Hezlem ¡Ustedes sí que están llenos de sorpresas, pequeños! —concluyó.