La búsqueda del fénix dorado

14) Llosty

Todos los lobos empezaron a acercarse a ellos, babeando y con la lengua saliendo a remojar sus bigotes. Los más grandes al frente y los más pequeños atrás. A pesar de que solamente eran lobos Max sentía tanto miedo como cuando estuvo enfrente del trol o como cuando el dragón lo atacó junto al anciano Sam. Seguro porque tanto éstos como los otros representaban peligro de muerte.

—Buen trabajo, Rolf —alabó un lobo al culpable de todo aquello.

—No tienes por qué agradecer —dijo Rolf—. Es nuestro trabajo traer comida a la manada siempre que sea posible.

Max sentía tanta rabia, tanto hacia él por tonto, como hacia Rolf por haberlos llevado hacia una trampa ¿Cómo había sido tan tonto para caer en una trampa como aquella? Si era lógico que no se podía confiar en un lobo, y ellos, los dos, habían confiado ciegamente en Rolf.

Max empuñaba con furia la espada entre sus manos. Aquella espada ya había demostrado ser de gran utilidad, esperaba que en aquella oportunidad le pudiera servir igual o más que en las otras ocasiones. De reojo miró a Jennifer, la niña ya tenía una flecha en el arco, las otras sobresalían de la mochila listas para ser usadas.

De improvisto todos los lobos se fueron encima de ellos.

Max no sabía qué hacer. El miedo lo invadió y sintió en su interior que de aquella sí era imposible salir airosos. Cerró los ojos ante la terrorífica visión y colocó la espada en forma horizontal frente a él, sin saber que pasaría después. Al principio sintió el pesor de los cuerpos de los lobos que chocaban contra la espada, después sintió como las pequeñas garras de aquellas bestias desgarraban su ropa y piel. Un segundo después trastrabilló y cayó de espaldas, la mochila en su espalda amortiguó la caída.

Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fueron las fauces abiertas de un lobo a escasos centímetros de su rostro. Aquella visión y el escozor que le provocaban las heridas recientes lo hicieron recuperar el brío y el coraje. Con rapidez movió la mano en la que sostenía la espada y logró golpear a su agresor con el pomo, este perdió el equilibrio y cayó, pero en un instante ya estaba de pie. Max también se puso de pie rápidamente y retrocedió un par de pasos para distanciarse de su agresor.

Inmediatamente vino a su mente Jennifer, pensó con horror que, probablemente la niña estaba siendo devorada por los lobos en aquellos instantes.

Volvió la vista en busca de la niña, ella estaba de pie, unos pasos tras él, con el arco tensado y una flecha lista para disparar. Frente a ella un lobo agonizaba con una flecha en el pecho, otros más la miraban expectantes y parados frente a ella rugiendo de coraje, pero no se atrevían a avanzar porque ya habían visto lo que le había pasado a su compañero. Frente a Max estaban sus demás compañeros, algunos tenían heridas en las piernas y en el pecho, sufridas probablemente cuando en su momento de terror él cerró los ojos y sólo sostuvo la espada frente a las bestias. Rolf, hasta atrás, miraba fascinado todo lo que sucedía, seguramente pensaba en el banquete que se iba a dar.

—¿Estás bien? —preguntó a Jennifer sin apartar la vista de los lobos que tenía enfrente.

—Creo que sí.

Max asintió.

Dos lobos se abalanzaron sobre el muchacho, pero extrañamente él ya se encontraba más calmo, por lo que pudo retroceder un paso y esquivar las embestidas de las bestias. Mientras éstos franqueaban su costado intentó golpear a uno de ellos, no tuvo éxito. Inmediatamente dos lobos más se abalanzaron sobre él, de igual forma logró esquivarlos, y ésta vez sí logró hacer un corte a uno de sus agresores. El agredido emitió un gruñido de dolor.

Jennifer continuaba de pie, tensa, con el arco en sus manos y la vista fija en los lobos que se cernían en derredor de ella.

Por muy extraño que pareciera, varios miembros de la manada se mostraban agotados, jadeantes. Después de todo, quizá sí era cierto que llevaban varios días sin probar bocado.

No vio venir el ataque a su espalda. Pero sí lo sintió, las garras de un lobo se clavaron en su espalda, el ardor punzante fue intenso. No pudo mantener el equilibrio y cayó boca abajo con el lobo en su espalda.

—¡Max! —escuchó gritar a Jennifer.

Un instante después dejó de sentir el peso del lobo en su espalda. Apenas milésimas de segundos después escuchó un grito lleno de terror proveniente de Jennifer.

Con la ayuda de la espada se puso de pie. A un costado yacía el lobo que lo había herido, una flecha atravesaba su vientre. Jennifer estaba en el suelo, gritando histérica, con más de cinco lobos sobre ella. Intentó ir a socorrerla, pero mientras daba el primer paso para ir en su auxilio, un montón de sombras negras se abalanzaron sobre él. Agitó su espada con desesperación, hirió a más de alguno, pero no a todos. Varios lobos cayeron sobre él, clavando sus garras en su cuerpo y lanzando dentelladas que afortunadamente no lo atraparon. El pesor de los lobos lo tiró al suelo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.