Poco a poco fue recobrando el conocimiento. Le dolían todos los huesos, pero para haberse caído desde tan alto, no sentía el dolor que había imaginado. Lo primero que vio al abrir los ojos lo dejó atónito: viéndolo a la cara había alguien que no le auguraba buenas noticias.
—¡Ya está volviendo en sí, Rolf! —dijo quien lo observaba.
—¡Qué bien, creí que nunca despertaría! —dijo Rolf, levantándose de donde estaba echado.
Los dos lobos estaban ahora frente a él, el pánico lo inundó, pero luego comprendió que no tenía por qué tener miedo, ya que, si aquellas fieras le hubieran querido hacer daño, se lo habrían causado mientras estaba inconsciente. Se puso de pie torpemente y tomó la espada que no estaba muy lejos de él, no estaba de más ser precavido.
—¿Qué pasa, pequeño? —preguntó Rolf acercándose a él.
—No te acerques —amenazó Max alzando la espada.
—Como quieras —aceptó Rolf—. No queremos hacerte daño.
Max escrutó el paraje en el que estaba, aún se encontraba en el lugar que había caído, en la pequeña playa de guijarros que mediaba entre el río y el acantilado. El sol ya se había ocultado y la luna, mostrando un tercio de su cara, pendía en el cielo, brindando apenas un atisbo de claridad.
Un momento después de ponerse de pie se dio cuenta de algo que lo impresionó más que haber sobrevivido a la caída: las heridas de sus brazos habían sanado, las garras marcadas en el pecho habían desaparecido. Todas sus heridas habían desaparecido mágicamente, no así la sangre que aún embarraba su cuerpo. La mochila aún estaba en su espalda al igual que la vaina de su espada. No tenía idea de lo que había pasado.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó.
—¿Qué fue lo que pasó? —repitió Rolf— ¿Qué crees? Caíste desde arriba y ahora estás allí parado, como si nada hubiera pasado, tuviste mucha suerte.
Max tenía la ligera sospecha de que no había sido suerte.
—¿Qué pasó con Jennifer?
—No sé quién es Jennifer, pero si te refieres a la chica los gnomos se la llevaron —informó Rolf—. En cuanto al tigre, al pobre le dieron una muerte muy cruel, aunque debo admitir que se lo merecía.
—¡Qué!
—Al tigre lo mataron y a la chica se la llevaron —repitió el lobo—. No sé lo que vayan a hacer con ella, pero te aseguro que no será nada bueno. Después de todo tuviste suerte al caer, porque estás bien y ellos no te raptaron. Seguramente creyeron que habías muerto y no se molestaron en corroborarlo.
Hubo un momento de silencio. Max trataba de asimilar la información. Si tan sólo no hubiera permitido que Jennifer viniera con él nada de aquello habría sucedido. ¿Qué iban hacer con ella? ¿La comerían? ¿La apresarían?
—No, no, —se dijo para sí mismo, aquello no podía ser posible.
—Te preguntarás por qué te dejamos con vida mientras estabas allí tirado —comentó Rolf.
—Sí. Aunque no estaba pensando en eso…
—Bueno, verás, lo hicimos porque tienes que hacer algo por nosotros —dijo Rolf—. Te tenemos atrapado y no puedes escapar. Así que tendrás que ir al otro lado del río y conseguir comida para nosotros, además de eso la tendrás que traer hacia acá. Pero queremos comida de verdad no una ardilla como la que me dieron hace rato. Ese será nuestro pago por perdonarte la vida. Sí, sí, eso quiero.
—Claro que no me tienen atrapado —dijo Max—. Ustedes solamente son dos y yo tengo una espada, me podré deshacer de ustedes fácilmente si intentan hacerme daño.
—Te lo advertí, te dije que teníamos que quitarle esa cosa afilada y tirarla al río —se quejó el lobo que estaba con Rolf.
—¿Entonces cómo haría para atrapar la comida? —replicó Rolf.
—¿Creen que aún esté viva? —preguntó Max, interrumpiendo la discusión que estaban iniciando los lobos. De pronto se le había ocurrido una idea.
—No lo sé, pero es una posibilidad —meditó Rolf—. Si la quisieran muerta la habrían asesinado aquí mismo.
—Ustedes me llevarán a la aldea de los gnomos.