La búsqueda del fénix dorado

18) Rodeando el Bosque Oscuro

Max despertó ya cuando el sol estaba alto. Se sentía cansado, pero aun así se puso de pie de un salto. Jennifer yacía recostada en el tronco de un árbol, bien despierta. Se habían quedado a dormir después de alejarse lo suficiente de la aldea de los gnomos. Mientras corrían entre el bosque, el ruido de la carnicería se fue quedando atrás hasta hacerse completamente inaudible. Habían corrido unos diez kilómetros o cien metros, ya no lo recordaba, lo único que recordaba es que habían tratado de alejarse y evitar ser encontrados por aquella bestia o por algún gnomo. No habían tenido energías para colocar la carpa para dormir, así que se quedaron a dormir solo con las mantas al lado de los troncos de unos gruesos árboles.

—Buenos días, Max —saludó Jennifer con una sonrisa medio fingida.

—Buenos días —contestó Max— ¿Ya hace rato estás despierta? —preguntó.

—No. En realidad me acabo de despertar.

Max dobló la manta con la que se había cubierto y la guardó en la mochila. Se descubrió con una gran sed por lo que bebió un buen trago de la cantimplora. Luego se puso de pie y observando al sol trató de ubicar el sur. Instó a Jennifer a que comieran algo de la despedazada comida que había en su mochila antes de continuar, así tendría tiempo de vigilar el curso que trazaba el sol en el cielo para ubicar el sur.

La noche había sido una locura. La imagen que había visto de aquel fénix negro ya no la podía recordar claramente, y después de la noche de sueño ya no estaba tan seguro de que se tratara de un fénix negro, ya que estos normalmente eran pequeños, fuertes pero pequeños. En cambio aquella ave no era fuerte, sino poderosa, no era pequeña, sino enorme, puede que duplicara el tamaño del águila que tenía Mynor.

Ahora que pensaba en águilas, no recordaba haber visto ninguna de las águilas que se suponía tenían a su servicio los gnomos. Según él, tendrían que haber acudido en defensa de sus amos. Pero bueno, él sólo había presenciado la batalla durante algunos segundos por lo que no sabía con certeza si las aves de los gnomos habían acudido o no a la batalla.

Después de comer un insípido desayuno y asegurarse de qué dirección tomar, se pusieron en marcha. El bosque se encontraba silencioso, eso les hacía sentir cierta intriga. El sol se alzaba en el cielo, pero sólo era visible por momentos, cubierto a veces por las nubes o invisible a causa del tupido follaje del bosque.

Horas más tarde, alrededor de medio día, hicieron una nueva pausa para engullir un poco más de comida y tomar un respiro.

Max no tenía idea de que tan lejos estaban de la aldea de los gnomos, ni que tan cerca estaban de encontrar al fénix dorado, eso le carcomía por dentro. Ya era el sexto día desde que salieron de Narlez, habían tenido muchas aventuras, más de las que habría imaginado al principio, pero ni siquiera habían visto a la legendaria ave. Por momentos se sentía desfallecer y las ganas de continuar lo abandonaban, pero estas sensaciones eran efímeras y se esfumaban tan rápido como aparecían, algo en su interior le dictaba que debía continuar, que su abuelo lo necesitaba, y eso era lo que iba hacer.

Después de sustentar sus estómagos se pusieron en marcha por enésima vez. Cuando lo hicieron el sol había sido ocultado completamente por sendas nubes negras, era casi seguro que llovería, y aunque no era nada confortable imaginar la empapada que se iban a llevar, le consolaba saber que al menos podrían juntar un poco de agua porque la de las cantimploras se les estaba agotando. Tomando en cuenta que no habían dado con el río cerca del cual habían atrapado a Jennifer y Max casi pierde la vida. Max supuso que la longitud del río no llegaba hasta las tierras por las que ellos se movían o bien doblaba hacia el sur en lugar de seguir hacia el oeste, considerando que en ningún momento había dudado de la dirección que había tomado.

Justo lo que él había pensado: después de una media hora de reiniciada la marcha empezó a llover, y no era una lluvia cualquiera sino una fuerte tormenta acompañada de enérgicas ráfagas de viento que agitaban ferozmente los árboles. La idea inicial había sido coger un poco de agua, pero considerando la situación lo mejor era buscar refugiarse. Así que corrieron a esconderse bajo un árbol de tronco grueso; si un árbol no podía ser arrancado por el viento ese era aquel.

Minutos más tarde, además de la fuerte tormenta y las ráfagas de viento, empezaron a caer también rayos, haciendo que el temor en los chicos fuera creciendo. En aquellos momentos un árbol cayó a escasos metros de su posición haciendo que se sobresaltaran sobremanera. Como respuesta se arrebujaron aún más al tronco del árbol.




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