La búsqueda del fénix dorado

19) Un mundo antes mágico

Aquella noche no fue la mejor de Max, tuvo pesadillas agitadas y no logró conciliar el sueño de la forma que a él le habría apetecido. Varios sueños y pesadillas lo acosaron, la mayoría de ellos tenían que ver con su abuelo, con el fénix dorado o con el fénix negro. En el transcurso de la noche despertó varias veces, sólo para darse cuenta que todo había sido un sueño, entonces se volvía a recostar para sumergirse en un sueño intranquilo.

Cuando despertó, el sol todavía no asomaba en levante, pero la claridad reinante indicaba que aquel día iba a ser uno muy soleado. Medio adormitado agitó a Jennifer para despertarla. Perezosos recogieron sus cosas y las guardaron. Se pusieron antes de que el sol se asomara. Max estaba decidido a no perder tiempo, el tiempo se terminaba y con él la vida de su abuelo. El pensar en aquello lo hacía sentirse triste, y una sensación de impotencia ahondaba en su ser.

Caminaron unas dos horas antes de detenerse a comer. Tenían comida suficiente para unos dos días, no así agua por lo que convinieron racionarla, puesto que no sabían en qué momento tendrían ocasión de reponerla.

Max no sabía si sentirse tranquilo o tener miedo, pero a partir de allí la vida silvestre empezada a cobrar fuerza. Las aves piaban por doquier y en una ocasión habían divisado un conejo, el cual, por más que lo llamaron para hablar con él, se perdió entre los arbustos. Incluso vieron una serpiente, aunque no tan grande como la que se encontraron el primer día de viaje. El sol iluminaba esplendorosamente el bosque, cuyos ramajes no eran tan tupidos, lo que permitía que los rayos del astro alcanzaran el suelo. También se habían encontrado con dos manzanos, desafortunadamente ninguno tenía frutos, las aves se habían encargado de ello. Todo indicaba que el terror del fénix negro aún no había alcanzado aquella zona.

Mientras caminaban en el bosque se encontraron con una manada de venados, el corazón de Max dio un vuelco pues a punto estuvo de creer que se trataban de los mismos a los que les había arrebatado un hijo, pero éstos se comportaron como si nunca hubieran visto un humano y siguieron comiendo hierba sin prestar importancia a los chicos. Max decidió preguntar a los venados acerca del fénix dorado.

—Ven —dijo a Jennifer—, quizá ellos tengan información —haló a Jennifer de la mano para acercarse a los ciervos.

Los venados alzaron las cabezas y miraron a los chicos sin temor ni curiosidad alguna. La manada estaba compuesta de diez integrantes, cinco de los cuales lucían ramajes en sus cabezas.

—¿Qué quieres? —preguntó con acritud uno de los venados.

—Cariño, se más amable con los visitantes —le reprendió una voz femenina—, a lo mejor ellos solo quieren saludarnos —quien había hablado era uno de esos sin cornamenta.

—En realidad solo queremos hacerles una pregunta —dijo Max.

Los venados retrocedieron un paso, Max no supo si fue por sorpresa o miedo.

—¿Cuál es tú pregunta? —inquirió el venado que había hablado primero.

—Bueno… no sé muy bien como decirlo pero…

—Anda habla rápido que no tengo tú tiempo —le apremió el venado.

—¿Saben algo sobre el fénix dorado? —logró decir al fin.

—¿El fénix dorado? —repitió el venado.

—Sí.

—Pues claro que sabemos sobre el fénix dorado —respondió su interlocutor—. Y también sabemos que desde que esa bestia negra atacó su hogar ya no ha vuelto a volar por los cielos. Cuentan que le arrebató su tesoro más preciado, incluso dicen que lo mataron, pero nadie sabe con certeza qué fue lo que sucedió en realidad. ¿Por qué? ¿Acaso lo andan buscando?

—Sí, algo así —dijo Max con timidez.

—Pues continúen recto, siempre con la montaña oscura a sus espaldas, con un poco de suerte quizá lleguen hoy —dijo la voz femenina que los había defendido al principio.

—Gracias —dijo Max con renovadas energías al escuchar que estaban a un solo día del hogar del fénix que ellos buscaban.

—Ahora váyanse, que tengo mucha hambre —dijo la voz dura del primer ciervo.

—Sí, no se preocupen, ahora mismo nos vamos —complació Max.

Se alejaron de allí, despacio, pero sin dar muestras de querer quedarse o importunar. Quizás aquel venado era el único que se mostraba áspero, pero bien que podía hacer que los demás se les fueran encima, Max no estaba dispuesto a ponerlos a prueba.




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