La búsqueda del fénix dorado

21) Batalla en el Bosque Oscuro

Una oleada de terror atacó a Max cuando en el horizonte apareció la horrorosa imagen del bosque oscuro. En medio de éste, elevada, tenebrosa, se encontraba la montaña oscura, en derredor de la cual, las nubes negras seguían montando guardia. El bosque oscuro apareció ante ellos cubierto de una niebla densa, Max no recordaba haberlo visto así anteriormente. La noche se avecinaba implacable, no pasaría ni siquiera media hora para que el disco de cobre, en que se había convertido el sol, descendiera hasta desaparecer de la vista.

Hacía unas dos horas que salieron desde la residencia de Félix. El camino había sido largo y monótono. Félix volaba a tal velocidad que Max no se sorprendió que el fénix recorriera en dos horas lo que ellos habían tardado dos días en cubrir. El corazón del muchacho palpitó desbocado cuando vio aparecer en el horizonte la imagen del bosque oscuro y una solitaria gota de sudor resbaló por su mejilla derecha. La velocidad del vuelo se redujo, incluso pensó que en cualquier momento Félix cambiaría de dirección para regresar, pero nada de eso sucedió.

Instantes después de vislumbrado el bosque oscuro, ya volaban sobre éste. Sintió el impulso de desenfundar su espada por si aparecía Fernal, menos mal que se contuvo sino habría salido disparado de la espalda del fénix. Lo que sí hizo fue aguzar la vista y mantenerse alerta.

—No se pongan nerviosos, niños. Mantengan la calma y verán que todo sale bien —trató de confortar Félix, intuyendo el creciente nerviosismo en los chicos.

La montaña se veía cada vez más cerca, más tenebrosa, más negra, más tétrica, pero Max trataba de no pensar demasiado en ese hecho y centralizaba sus pensamientos en un sólo objetivo, ese objetivo era recuperar la vena mágica de Félix.

Hacía rato, cuando volaban aún sin vislumbrar la montaña oscura, había reparado en dónde podía tener Fernal la vena mágica de Félix. Cuando le preguntó al fénix al respecto, éste le había dicho que esa cinta debía estar ceñida en el corazón de Fernal. Para quitársela tendrían que luchar y dejarlo por lo menos inconsciente para poder actuar. También dijo que él no tendría ningún problema para sacar dicha veta mágica, siempre y cuando se le presentase la oportunidad. Aquello eliminó la esperanza de Max de entrar como furtivos a la cueva de Fernal y buscar entre sus pertenencias la vena de los polvos mágicos.

Por fin se encontraron frente a la montaña oscura. El nerviosismo de Max se acrecentó, aunque trató de mantenerse sereno, con la mente fija en su objetivo, pero sus esfuerzos eran casi fútiles. Podía sentir en sus huesos el frío imperante en el lugar, la neblina cubría todo como si de un manto se tratase, y aunque el sol aún se apreciaba completo en el horizonte, la claridad era tenue.

Félix aterrizó justo al pie de la montaña. Max pensó que aquella montaña era la más grande que en su vida había visto, no era como la que habitaba Félix, sino que se erguía casi verticalmente, y la vegetación era más bien inexistente.

—¿Creen que esté en casa? —se atrevió a preguntar Jennifer en un susurro.

—No, claro que no está —respondió Félix—. De estarlo ya habríamos sufrido sus ataques, pero no tardará en aparecer, seguramente ya sintió la presencia de intrusos en sus tierras. Mientras descendían de la espalda de Félix, Max seguía con la vista fija en la gigantesca montaña, estaba seguro que ningún hombre lograría escalar aquello, no sin ayuda de arneses o cualquier otra herramienta para desenlaces afines.

Apenas un minuto después de aterrizar al pie de la montaña, a lo lejos se escuchó un ruido aterrador, el mismo chillido que varias veces escuchó hacía dos noches cuando era prisionero de los gnomos, no le cupo duda de que se trataba de Fernal. En el horizonte, iniendo del oeste, se acercaba una mota negra a una velocidad de vértigo.

—¡Ya viene! —exclamó Félix entornando sus ojillos para ver la sombra que se movía directamente hacia ellos—. ¡Prepárense! Y si tienen oportunidad de dar un golpe, procuren darlo en el corazón.

Max, con el corazón en puño, asintió y desenfundó su espada.

Un minuto después, Fernal, el fénix negro ya estaba a escaso medio kilómetro de ellos. Cuando estuvo realmente cerca, agitó sus alas y una gran ráfaga de viento agitó los árboles, Max sintió que salía volando hacia atrás, pero Félix se colocó en frente de ellos a modo de escudo. Con aquel aleteo Fernal logró detenerse justo enfrente de ellos.

—¡Vaya! ¡Sí que eres valiente al venir a mi guarida! —dijo Fernal con voz gutural y segura.




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