La cabaña

Capítulo 2

 

La fantasía no es una forma de evadirse de la realidad, sino un modo más agradable de acercarse a ella

 

¿Dónde estoy? Entrecierro mis ojos en un intento por entender qué está pasando. Tardo entonces interminables segundos en comprender lo que sucede a mi alrededor, intentando adaptar la mirada sobre la oscura pared de madera picada, sobre las motas grisáceas que cubren mis párpados por el reciente sueño. Siento el cuerpo pesado, y los ojos, carentes de energía, insisten en detallar cada esquina de aquella habitación que no reconozco.

Uno, dos y tres minutos es lo que tardo en recordar la pesadilla que estoy pasando. Suelto un alarido impetuoso capaz de oírse, seguramente, en toda la cabaña. Me muevo de lado a lado, haciendo lo posible por levantarme sin ningún éxito. Me toman incluso cinco minutos más en lograr controlar mi cuerpo nuevamente. Estoy débil y no entiendo por qué, mi pierna derecha duele y mi tobillo aún más. Me siento extraño, como si no fuese mi cuerpo, como si estuviese dentro de un muñeco de trapo que no logra ponerse de pie. No siento nada más que esta larga y fina túnica que cubre mi cuerpo desde los talones hasta los hombros.

Me deslizo con pesadez por la pequeña y oscura habitación. No entiendo cuánto tiempo estoy caminando de lado a lado, pero no consigo dar con nada más que una ventana cerrada con un candado roñoso. Intento abrirlo por decimo cuarta vez sin éxito alguno. Y afuera, tan parco como si nunca saliera el sol, se mantiene gris, silencioso y cubierto de una neblina espesa que empaña las ventanas por completo. Lo último que puedo recordar es haberme metido a esta casa y después haberme desmayado.

¿Dónde estoy? Entrecierro mis ojos en un intento por entender qué es lo que sucede. Tardo entonces interminables segundos en comprender lo que sucede a mi alrededor, intentando adaptar la mirada sobre la oscura pared de madera picada, fijar la mirada sobre las motas grisáceas que cubren mis párpados por el reciente sueño. Siento el cuerpo pesado, y los ojos, carentes de energía, insisten en detallar cada esquina de aquella habitación que reconozco.

Uno, dos y tres minutos es lo que tardo en recordar la pesadilla que estoy pasando. Suelto un alarido impetuoso capaz de oírse, seguramente, en toda la cabaña. Me muevo de lado a lado, haciendo lo posible por levantarme sin ningún éxito. Me toman incluso cinco minutos más en lograr controlar mi cuerpo nuevamente. Estoy débil y no entiendo por qué, mi pierna derecha duele y mi tobillo aún más. Me siento extraño, como si no fuese mi cuerpo, como si estuviese dentro de un muñeco de trapo que no logra ponerse de pie. No siento nada más que esta larga y fina túnica que cubre mi cuerpo desde los talones hasta los hombros.

Me deslizo con pesadez por la pequeña y oscura habitación. No entiendo cuánto tiempo estoy caminando de lado a lado, pero no consigo dar con nada más que una ventana cerrada con un candado roñoso. Intento abrirlo por decimo cuarta vez sin éxito alguno. Y afuera, tan parco como si nunca saliera el sol, se mantiene gris, silencioso y cubierto de una neblina espesa que empaña las ventanas por completo. Lo último que puedo recordar es haberme metido a esta casa y después haberme desmayado.

—Al fin despertaste.

Me siento en medio de un transe delirante cuando oigo una voz grave y burlesca hablar detrás de mí. Tengo que sujetarme del alfeizar para no caerme encima de la impresión. Me giro con cuidado, fijando la mirada sobre un hombre joven de mediana estatura que me observa desde un oscuro rincón de la habitación. Lleva una camisa a cuadros azul, el cabello castaño oscuro y arreglado.

—¿Dónde estoy?

—Te desmayaste y luego te acompañamos hasta aquí. ¿No lo recuerdad? Parece que estabas muy cansado cuando entraste. Te oímos, pensamos que eras mi padre, pero al parecer nos equivocamos —Suelta con la voz caída, la mirada perdida sobre la imagen que le devuelve el espero ambiente—. Salió a la ciudad a recoger algo y no ha vuelto en casi un año.

—Perdón, no pretendía... molestar —digo extrañado.

—No es nada, pero deberías comer algo, antes de retornar con tu viaje -dice el joven y se levanta con dificultad de la silla que rechina.

Desconcertado, lo veo deslizarse hacia mi lado. Mi cerebro parece estar procesando todo demasiado lento, porque apenas puedo reaccionar del asombro cuando la veo abrir una puerta vieja a metros de mí. ¿De dónde salió eso? Lo sigo de cerca, intentando recordar con claridad todos los sucesos que pasé la última vez. No consigo entender en dónde me he metido, ni qué sucedió con aquel incidente con el hombre que atropellaron afuera, ni los extraños pobladores con sonrisas psicóticas.

—Bueno, si has entrado como lo hiciste es porque tenías algo importante. Te veías muy asustado allí abajo, como si estuvieses huyendo de algo.

Bajamos por unas escaleras alfombradas de rojo sangre. Las habitaciones se encuentran apenas iluminadas por algunos faroles estratégicamente ubicados en cada una, por lo cuál está aún bastante más oscuro de lo normal. Todo es de madera oscura, vieja y desgastada. Nos dirigimos a la cocina donde una anciana, pálida, se encuentra sirviendo la comida en tres platos blancos con decoraciones florales en el contorno. Es algo de pollo y arroz cubierto de salsa de tomate y zanahoria.

—Es mamá —dice el joven con tono neutro, indiferente, arrastrando las palabras cuando dirige una mirada de desprecio sobre alguien más..

La ansiana se siente y arremanga las mangas de la camiseta. Sus ojos marrones reposan sobre mí de manera inexpresiva, seria. Gira la cabeza de lado, moviendo un poco la cabeza para alejar de sus párpados los oscuros mechones grisáceo de sus párpados.

—Un gusto, señora. Gracias por acogerme el día de hoy…

El rostro demacrado y huesudo de la anciana me devuelve una mirada fría.



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En el texto hay: fantasmas, suspenso, terror

Editado: 20.10.2020

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