Algunos días presentan mañanas extraordinarias, desde que uno despierta puede sentir la luz llenarnos los pulmones, el aire fresco apoderarse de nuestros sentidos ¿Y qué más da si estamos confundidos? Las cosas funcionan así, no todo tiene sentido, habría llorado al verle de no ser porque llevaba ese bello casco color azul que solo me dejó percibir sus cabellos. Porque si su mirada se hubiese cruzado con la mía se habrían desatado tormentas e iniciado huracanes, que vienen a ser básicamente lo mismo, pero entonces habría que lidiar con multitudes corriendo por doquier, y nadie adora las multitudes, con sus pequeños quejidos y sus agudos gritos.
Ahí de pie tuve que esperar un momento, mis pies se pegaron al suelo como si temporalmente me hubiera desconectado de todo, vi pasar los autos con mayor rapidez y luego con lentitud, entonces lo hice, crucé sin ser consciente de lo que pasaba, atravesé aquella avenida movida por un deseo ferviente de llegar al otro lado, aunque este no tuviera nada de increíble.
Y el tiempo se detuvo, no pude moverme a mitad de la calle, y no fue hasta que volví a mi cuerpo que estuve consciente de lo ocurrido, yo, Samantha Skins había provocado un accidente.
El horror se apoderaba de mis ojos, y aún así no podía mover un músculo, había sangre por doquier, personas que necesitaban mi ayuda, autos destrozados en el impacto, pero la suave brisa natural continuaba manteniendome tranquila, era como si de pronto todo conspirara en mi contra, sin la posibilidad de hacerme daño, porque entonces me sentí invencible, y corrí por aquella avenida como una loca, y seguramente lo estaba, porque había provocado un accidente.
Las personas provocan accidentes todo el tiempo, es algo muy normal y lo encontraremos en todas partes, no podemos librarnos ni siquiera por un momento, el destino tendrá que alcanzarnos, y deberemos hacerle frente.
El aire apretaba mi cuerpo y se volvía más denso conforme avanzaba, pero a la par mis piernas sentían aún mayor poder del anterior, así pues no logré detenerme aunque todo apresara mi cuerpo, parecía incluso poder mover montañas.
Las montañas se debieron mover cuando vi a aquel chico de cabello rojo, no, no era pelirrojo, era un tío de cabello rojo, literalmente, aunque quizás si era pelirrojo, sus profundos ojos claros se posaron en mi, y tuve que lanzarle una ola de improperios porque yo sabía que él me había dejado, dejado como dejan los idiotas, se había muerto sin decirme, y él había prometido no irse nunca, aquel estúpido pelirrojo de ojos claros era mi mejor amigo, y me había dejado.
Entonces desperté.
Aún continuaba en la cama del hospital, y no podía mover las piernas, y el día era pesado y lújubre, y yo estaba arruinada, y aquel chico se había ido, al menos eso era real, aunque hubiese preferido por mucho que no lo fuera.
Aunque las preferencias son solo eso, cosas que uno prefiere, pero no por ello sucederán, allí estaba extrañándole con el alma hecha añicos, él me había querido incondicionalmente, y yo no pude despedirme.
Lo había soñado, otra vez.
Annie Stevens había sido la mujer más exitosa de la ciudad algunos años atrás, una de las solteras más cotizadas, tenía una buena posición económica, una casa grande, había leído, viajado y conocido cuanto pudo, pero todo cambió, cuando una mañana de abril Annie perdió a su esposo, se trataba de un jovial pelirrojo, tan gracioso como Annie perspicaz, y ambos se divertían mucho, hasta aquel accidente. Daniel había perdido el control del automóvil luego de una noche bebiendo un buen vino, Daniel dejó de reconocerla, y ella dejó de apoyarlo, tres meses después murió.
Siempre fue cuestionada la decisión de Annie, siempre le fue dicho, que quizás si pusiera algo de su parte hubiera podido salvar la vida de su esposo, pero ese hombre, ya no era el esposo de Annie, aquel hombre no podía ni formular una sola palabra coherente, yo irrumpí en su oficina veinte años después, cuando el caso no era recordado y yo necesitaba una noticia que pudiera liberarme del extraordinario.
Los años habían consumido a aquella mujer de una forma impresionante, su piel se había arrugado, sus manos se tornaban delgadas y débiles, y lo más complicado era verle a los ojos, aquellos ojos estaban opacos, sin vida, contrastante a lo que decía su boca, aquellas palabras fluían de ella con maestría y era todo un espectáculo, su tono de voz, la delicadeza de sus frases, la forma de acomodar una palabra tras de otra, aquello era simplemente magnífico.
La habitación donde Annie había decidido recibirme era algo fascinante, un lugar pulcro de pies a cabeza, muebles tan blancos como la nieve, y ni una sola pizca de polvo o suciedad, mi persona contrastaba groseramente con la sutileza de la sala, Annie me indicó sentarme y me escudriñó con la mirada, se colocó delante de mi, en el sillón contiguo, cogió dos tazas y sirvió entonces té de limón en ellas, sus finos labios se curvaron en una sonrisa, a la par aue unas ligeras arrugas aparecían allí, Annie me extendió la taza y se giró por una botella, agregó mucho de ella al té, posteriormente se lo bebió de un sorbo, caliente y todo.
Me costó recobrar la compostura, puesto que esta mujer era bastante interesante, y yo me encontraba fascinada, ella nuevamente miró mi rostro, bebió directamente de la botella, hizo una pausa, se acercó a mi y me besó, como si el evento careciera de importancia Annie se separó de mi para poder hablar.
—Entonces.—Annie bufó.— ¿Crees que maté a mi esposo?
—Matar es una palabra muy fuerte.—Hasta yo pude percibir el sonido de mi voz.
—Pero es la razón por la cual estás aquí ¿O no?—Annie cruzó las piernas.
—Estoy buscando una historia.—Le sonreí intentando disimular mi incomodidad, al parecer lo notó.
—¿Para el periódico escolar?—Me miró de pies a cabeza con desdén.
—Necesito aprobar una materia.—La solté sin más, esperando que se apiadara de mi.