"He observado alrededor y he podido comprender algo: cuánto necesitamos ser amados. La ambición no es solo una desesperada búsqueda de posición o dinero. Lo es de amor, mucho amor."
-Janis Joplin.
JANIS
La cafetería de la calle Moore siempre había destacado por dos cosas: Servir mala comida, y ser el principal reservorio de las personas solitarias.
La madrugada del lunes 26, mientras la lluvia caía a raudales en aquella ciudad, una mujer caminaba con rapidez calle arriba. Llevaba a un niño de la mano y necesitaba protegerlo de la lluvia a toda costa, al fin y al cabo no tenía dinero para comprarle medicina. Y así es como decidió terminar en esa peculiar cafetería. Al entrar miró hacia todas partes y se sentó justo al lado de la puerta.
Su hijo no soportaba más la idea de quedarse despierto, así que su madre le colocó su bolso a modo de almohada y este se rindió ante su cansancio. Fue entonces cuando la mujer observó, esta vez de verdad, el lugar donde habían parado. Era a todas luces una cafetería de mala muerte: el olor a rancio, las luces titilantes, la sensación de enclaustramiento. Y aún con todo eso, ella sabía que ese era un mejor lugar del que habían salido. Se miró el brazo, el cardenal que él le había hecho ahora era más visible.
Después de ese último enfrentamiento con su esposo alcohólico ella se había prometido no volver a ese lugar. Tantos años de haberlo soportado. Tantos años de sentirse como un trapo viejo, como algo que no merece ser amado. Cuando su hijo nació sintió como sus fuerzas volvían, ahora tenía algo porque luchar. Pero ella sabía que era cuestión de tiempo para que ese horrendo ser comenzara a lastimarlo a él también, y ella tenía que evitarlo. Por eso mismo, mientras él salía a beber con sus amigos, hizo las maletas y salió del lugar.
Pero no sabía lo difícil que era, no sabía la sensación tan asfixiante que sentía. No podía confiar en nadie, era como si todos fueran parte de una gran red que pugnaba por atraparla. Podía sentir las miradas mientras escapaba, podía escuchar los pasos, podía escuchar incluso su voz. Al menos en ese lugar se sentía más tranquila, ahí pensaría sus siguientes pasos.
Se sobresaltó al sentir la mano de la mesera tocarle el hombro.
—¿Te encuentras bien? Te noto un poco asustada. Ten te traje un té de jazmín, corre por la casa. —Le dijo, con genuina preocupación.
—Oh, m-muchas gracias. Sí, creo que estoy bien. — La palidez de su rostro decía otra cosa.
—¿Cómo te llamas cariño? ¿No quieres una manta para tu nene?
—Tengo una en la maleta, no tardemos mucho aquí. Me llamo Janis. —No pensaba darle su nombre verdadero, de todas maneras debía adoptar una nueva identidad.
"Janis", pensó en ella, y en como su música la había ayudado en sus momentos más difíciles. Estaba segura de que a ella no le hubiese importado prestarle su nombre de pila. Vio como la mesera se alejaba en dirección a la barra, y tras darle un sorbo al té le echó otro vistazo al lugar. Fui ahí cuando notó que no estaba sola. Un anciano se encontraba bebiendo una cerveza en la barra, se le notaba el cansancio en la mirada. Una chica en uno de los ventanales estaba emocionada con una camiseta que tenía entre las manos, desde su posición no podía verla bien; veía a la chica con un poco de envidia, feliz con la vida y con la juventud por delante. Al otro lado de la cafetería alcanzó a ver a un hombre fumando un cigarrillo, la soledad impregnaba su rostro y sus ojos se veían perdidos en la nada. Trató de imaginar qué era lo que había hecho que todos llegaran a ese lugar, pero no pudo conseguirlo.
Su hijo se despertó, y cuando notó que se encontraba con mucha hambre, frío y una extraña comezón en la garganta no dudó en hacerlo saber a medio mundo. Dejó escapar un berrido al mismo tiempo que las lágrimas brotaban en su rostro. Janis supo que todos los presentes se giraron a verla con evidente incomodidad, así que trató de hacerlo callar con un abrazo y unas cuantas palmadas en su espalda. Pero eso era más de lo que ella podía soportar, por lo que echó a llorar también.
Su cabello rojo ahora se encontraba opacado, las arrugas se hicieron más visibles. La verdad era que Janis no sabía a donde podían ir, era obvio que su futuro era muy incierto. Pero ahora tenía libertad para decidir qué hacer con él, ella lucharía para que su hijo creciera sano y salvo de las garras de ese hombre. Janis era ahora como esa cafetería destartalada, pero se convertiría en algo hermoso. Secó las lágrimas de su hijo, ya no se sentía sola porque lo tenía a él.