1 | El regreso
LINA AHLSTRÖM
Volver duele de una forma silenciosa.
No es el paisaje. No es el frío que se te mete en los huesos ni el silencio que lo cubre todo.
Es la memoria.
Åre sigue igual. Las casas de madera con tejados inclinados, el vapor saliendo de las chimeneas, la nieve acumulada como si no hubiera fin. Pero yo no soy la misma. No desde él. No desde la caída.
Eran las 07:43 cuando el tren se detuvo, bajé sin prisa, con la tabla colgada a la espalda y un bolso gris con la cremallera rota. Me detuve a ver el cartel de la estación, “Välkommen till Åre”, me faltó el aire.
Como si el tiempo no hubiera pasado y tuviera veintidós años otra vez, los guantes rotos, el corazón sangrando. Ahora tengo veinticinco años. Me entrené en el rescate de montaña, trabajé en Noruega, en Suiza. Me rompí varias veces, y siempre volví a levantarme. Pero esto... esto es distinto.
Caminé en silencio hasta la escuela de esquí. El centro había sido remodelado: nuevos logos, nuevos casilleros, nuevos rostros tras los ventanales. Pero Johan seguía allí, como una roca en medio de la corriente. Sonreí nostálgica al verle, 3 años habían pasado desde que me fui. Johan salió a toda prisa para recibirme con un abrazo torpe, cargado de años sin hablar. Estaba realmente emocionado.
—Bienvenida a casa —dijo él, sin apartarse de aquel abrazo.
“Casa”. ¡Qué palabra tan jodida!
Tragué fuerte, soltando el aire que retuve, para luego apartarme del abrazo.
—No pensé que aceptarías volver ––mencionó sorprendido mientras caminábamos a su oficina.
—Yo tampoco —respondí algo seca.
Agradecía que no me dijera nada, había pasado bastante tiempo, y era de suponer que no sería la misma de entonces.
Su oficina olía igual que siempre: café, cuero viejo y humedad de ropa térmica. Johan me entregó las llaves de la taquilla y un horario de clases. Ni una palabra sobre el pasado. Ni una sola pregunta. Era mejor así.
—Tenemos instructores nuevos este año —añadió mientras yo hojeaba las fichas —. Uno de ellos llega hoy. Alex Nyberg. Viene del sur. Habla poco. Tiene buen currículum, aunque... bueno, ya lo verás.
Simplemente, asentí, sin interés. Seríamos compañeros de trabajo y ya.
—Quiero que empieces ya, tú sola.
Le miré perpleja ante su idea. Mejoré en muchos aspectos, sé más cosas, he estudiado más, y soy licenciada. Pero 3 años sin saber cómo soy, era demasiado como para que no me vigilara. Quiero decir. Soy buena, pero es su escuela.
—¿Estás seguro? ––apoyó su mano en mi hombro con una sonrisa muy verdadera.
—Completamente, te conozco desde que naciste, Lina. Siempre fuiste muy buena en esto. Y no me cabe duda de que ahora también lo serás.
Me acompañó hasta lo que sería mi clase, para así presentarlos. Una vez hecho, se marchó.
Cuatro adultos suecos, torpes y nerviosos, que no sabían cómo frenar sin caer sentados. El aire era denso y frío, con una niebla baja que hacía temblar el contorno de los árboles.
—Relaje los hombros —mencioné con paciencia—. Si pelean contra la pendiente, la pendiente gana.
En el pie de la montaña, alguien observaba. Alto, con casco negro y gafas oscuras. Una figura inmóvil, como una sombra sobre la nieve. Observé atenta a cada intento de movimiento que hacía. Lo único que hacía era mirar.
Giré mi cabeza sin prestarle atención, dedicándome a mis alumnos; por suerte era de las más sencillas y, poco a poco, iba bajando con dos de ellos que más o menos tenían algo más manejo de la postura. Sin prisa.
—Bien hecho, chicos. Algunos habéis pillado bien el truco. Nos vemos la próxima.
La hora había pasado volando, y aquella figura seguía ahí. Baje con precisión hasta quedar a su altura.
—¿Eres tú el nuevo? —pregunté, directa.
Él se quitó las gafas. Ojos oscuros, piel tostada por el sol, una cicatriz fina le cruzaba la mejilla izquierda.
—Alex —dijo él, tendiendome la mano.
—Lina.
—Ya lo sé.
Un silencio breve, incómodo.
— ¿Has trabajado con novatos antes? —me atreví a preguntar. Debía conocer a lo que sería mi compañero.
—No muchos. Pero todos fuimos uno alguna vez, ¿no?
No respondí. Bajé la mirada a mi tabla, luego al horizonte. El sol comenzaba a caer, tiñendo el cielo de un rosa casi irreal.
—¿Sabes leer la nieve? —le lancé de repente.
Él me miró, sin entender.
—Hay grietas que no se ven —añadí —. Pero si escuchas con cuidado, la montaña te las susurra.
Él ladeó la cabeza. Sonreí apenas.
—Entonces espero tener buen oído.
El chico observó lo que teníamos a nuestro alrededor, creo que no era de aquí. Miré los ruidos que llegaban a los lejos, eran los alumnos de infantil. Hoy se incorporan varios.
—¿Te enseño cómo va esto? ––pregunté a la persona que tenía a mi lado. Debía de ser agradable, aunque no me apetecía nada.
—No, me las arreglo solo – mencionó tajante, bajándose las gafas y saliendo con su tabla del lugar.
—Amargado…
Rodé los ojos, molesta. Más antipático no podía ser.
Me acerqué a Johan, que salió de su despacho para presentar a los nuevos alumnos. Me miraba con una sonrisa, elevé mis cejas esperando alguna respuesta. No quería tener nada ahora mismo.
—Habla, Johan. — Alente cansada. Teníamos la confianza suficiente como para hablar las cosas.
— Vi que conociste a Alex.
¿Alex?
Ah, el nuevo…
—Solo me acerqué, ya que miraba mucho, tampoco tenía tanto interés. Solo me ofrecí a ayudarlo.
Me fui alejando lentamente con él a mi lado.
—Lina, cambia la actitud, vais a ser compañeros y debéis conoceros. —Le miré de reojo –– no me mires así, os tenéis que llevar bien.
—No prometo nada. ––Finalicé la conversación para seguir con los nuevos.
Note cómo resopló, sabía que era cabezona, pero desde el accidente me volví a otra persona completamente distinta.