La caída blanca

Capitulo 2 | El nuevo instructor

2 | El nuevo instructor

ALEX NYBERG

No hace tanto frío como esperaba. No es el tipo de frío que quema la piel. Es otro. Silencioso, envolvente. Como si todo estuviera cubierto por una capa invisible que amortigua el sonido, el movimiento, incluso los pensamientos.

Åre.
Nieve en todas direcciones, tejados rojos bajo una manta blanca, vapor saliendo de las chimeneas. Cabañas de madera. Lo reconozco por las fotos. Pero en persona… es más íntimo. Más antiguo. Más honesto.

Mi mochila golpeó contra mi espalda cuando bajé del autobús. Cuelgo una tabla en la otra mano, vieja pero confiable. Lleva conmigo desde que empecé, y aún guarda las cicatrices de cada caída.

No me gustan las presentaciones. Las cosas forzadas. Las bienvenidas vacías. Así que entro a la escuela de esquí con paso firme y directo, buscando lo que necesito: un lugar para trabajar. Para estar en silencio. Para seguir.

El director, Johan, me recibe con una sonrisa cordial y ojos curiosos.

—¿Nyberg? —preguntó.

—Alex, sí.

—Te estábamos esperando. Llegaste puntual. Raro en los que vienen del sur.

Me limito a asentir.

—Tienes buena reputación —añade mientras revisa mi ficha—. Aunque eso aquí no significa mucho. Ya lo verás. La nieve no miente.

Eso me gusta. Que lo diga así. Que sepa de qué habla.

Me entrega el casillero, me da un plano del centro, y señala hacia las pistas.

—Hoy empiezan las primeras sesiones. Puedes observar si quieres. Mañana quiero que tomes tu propio grupo.

—¿Puedo elegir cuál mirar?

—Claro. Te sugiero que empieces por Lina Ahlström. Es de las mejores.

Ese nombre lo he escuchado antes. Me sonaba. Pero ahora tiene cara. La vi hace unas horas, al final de su clase, bajando con una seguridad que no parecía real. Como si el cuerpo entendiera al paisaje mejor que nadie.

Así que me quedo ahí. Al borde. Viéndola enseñar. Cada frase, cada movimiento. Sabe lo que hace. No intenta impresionar. No sonríe más de la cuenta. Tiene esa frialdad eficiente de alguien que conoce el terreno.

Y, sin embargo, hay algo en ella que no es hielo. No del todo.

Me descubre. Me encara. Me lanza una pregunta directa.

—¿Eres tú el nuevo?
No vacilo. Me quito las gafas.
—Alex.
—Lina.
—Ya lo sé.

Es afilada. No se anda con rodeos. Me lanza otra pregunta, como si quisiera medirse desde el primer minuto.

Y yo le sigo el juego.

Hay algo en ella que no encaja con la imagen que tenía en la cabeza. Ni con lo que me habían contado. Es mejor. Y también más difícil. Hay algo quebrado en sus ojos, aunque no lo admite.

Me reta. Y yo acepto.

Al día siguiente, en la pista norte, me ofreció probar con su grupo. No lo dice abiertamente, pero es una prueba. Un examen silencioso. Me lo tomo en serio. Trabajó con calma, observó a los novatos, corrijo con respeto. Sin exceso. Sin sobreactuar.

Cuando termino, me mira.

––No está mal ––dice.

Sé que eso, viniendo de ella, es casi un cumplido.

Así que me permito provocarla un poco.

—¿Y tú? ¿Siempre tan borde?

Su risa me tomó por sorpresa. No la esperaba. Es corta, seca, pero real.

—Solo cuando alguien me cae regular.

—Entonces tengo esperanza —respondo, alejándome.

No miro atrás. Pero sé que me observa.

Y por primera vez en mucho tiempo, me doy cuenta de que esta temporada no va a ser solo trabajo.
Esta vez, algo más va a cambiar.
Y sospecho que tiene que ver con ella. Será un trabajo duro.

07:00 AM.

Me despierto antes de que suene la alarma. La luz suave atraviesa la ventana y se filtra entre las cortinas. Me encuentro en una de las cabañas de la estación. Johan me permitió quedarme hasta que encuentre un lugar definitivo. Doy gracias a eso. Cruzar tierra y mar, parecía no ser suficiente. Encontrar casa, si lo era.

La madera cruje cuando me levanto. Es pequeño, pero suficiente. Era complicado. Nueva ciudad. Nueva vida. Nuevos retos. Pero para mí, era sencillo. Era Alex Nyberg. Me enseñaron a adaptarme.

Abro la maleta. Me pongo unos pantalones térmicos negros y una camiseta térmica verde musgo. Los guantes de mi padre, desgastados pero intactos. Me detengo frente al collar.

El de Emma.

Lo envuelvo con la mano como si pudiera sentirla. Como si fuera a protegerla. Pero solo hay silencio. Silencio y vacío.

La extrañaba. Era y es mi alma gemela, pero ese día…

Una rabia me sube por el pecho. Furioso golpeó la pared.

— Maldita sea.

Guardo el collar por dentro de mi camiseta. No quería pensar en ello, no podía ahora. Me arriesgué a venir hasta aquí, a rehacer mi vida. A ser otra persona, pero sin duda, así fue. Soy otra persona.

Agarré mi abrigo, justo con el casco, las gafas polarizadas y salí de la cabaña. El director Johan ya estaba ahí.

—Buenos días, señor director —saludé cordialmente acercándome a él con mi tabla.

—Alex, buenos días, llámame por mi nombre, hay confianza suficiente —respondió con una sonrisa de oreja a oreja, mientras su mano apretaba mi hombro levemente.

Me limité a asentir.

Él vino más temprano para enseñarme la montaña, con sus pistas, como en toda pista, tienen varios niveles. Verdes - azules - rojas y negras.

La última pista estaba cerrada. Me sorprendió, no era común, bueno, sí. Esa pista solo es para los más expertos, los que tienen mucha valentía. Tenía la zona de pista, y luego la que está más fuera para hacer freeride.

—¿Esa pista por qué está cerrada?

—Oh, hace años hubo algún inconveniente… y la tuvimos que cerrar, lleva así mucho tiempo… —comentó intranquilo.

Vaya, este lugar tiene más misterio de lo que parecía.

Era nuevo, y no quería decir algo que pudiera empeorar. Lo único que no tenía claro aún, era cuánto me quedaría. 1 mes, 3 meses, hasta finalizar la temporada…




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