La caída de Arlynne

Capítulo 10. No soy humana.

Un par de veces en mi existencia me he preguntado cómo sería tener una vida humana normal. Quizá podría tener una casa y un perro o quizá un gato. Para papá los humanos son su mejor creación, no nosotros, los celestiales. Nosotros somos perfectos ante la vista de los humanos, sin embargo, es todo lo contrario. Papá nos creó para habitar este planeta y construir lo que sería una sociedad llena de paz y alegría. Siglos más tarde, papá decidió que no somos aptos para habitar este planeta. No tenemos la habilidad de procrear y tampoco tenemos un propósito definido, ya que nuestra inmortalidad provoca que veamos a la vida como un evento que no tendrá fin hasta que papá decida que quiere terminar con todo y todos.

Hace unos cuantos milenios papá comenzó a experimentar con criaturas que empezaron a conquistar este planeta. Todos fueron un fracaso ante sus ojos, hasta que finalmente tomó la decisión de crear una especia alfa, que controlaría al resto de los seres vivos. Físicamente, los creo similares a nosotros, sin embargo, los humanos tenían la habilidad de procrear. Papá pensó que sería buena idea darles un propósito y eso lo consiguió asignándoles un tiempo límite de vida. En un principio la idea le pareció espectacular, hasta que los humanos empezaron a utilizar esa mortalidad como un arma. Se empezaron a asesinar entre ellos con el objetivo de conquistar tierras. Papá empezó a arrepentirse de su creación y tenía planeado exterminar a todos y empezar desde cero. Gabriel fue el primero en sugerir que nosotros, sus primeras creaciones, podríamos ayudar en su trabajo. Trabajaríamos día y noche para conseguir que los humanos prosperaran y el experimento de papá resultara un éxito. Fuimos desplazados por milenios, hasta que Gabriel nos salvó de la destrucción. Desde ese momento, Gabriel se convirtió en el único hijo que escucha directamente a papá. Dejamos de tener el honor de estar en presencia de papá, aunque siempre nos asigna nuestras tareas, con Gabriel cómo mensajero.

Siempre he sabido que mi único propósito es salvar a los humanos de la destrucción. Un día papá podría rendirse con ellos y destruir toda la vida, incluyendo a mis hermanos y a mí. No obstante, eso no ocurrirá pronto o al menos no mientras cumpla con mis tareas y misiones.

Papá se encargó de construir un planeta hermoso con un radiante sol que ilumina el día de todos los seres vivos. Existe suficiente oxígeno para que todos sobrevivan y la comida podría ser repartida a todos por raciones iguales y avanzaría, aunque los humanos han empezado a adueñarse de todo lo que puedan, sin importarles que eso significa dejar a otros humanos sin alimento o agua. Posiblemente, papá sabe acerca de todos estos problemas en el planeta, sin embargo, su único objetivo en la actualidad es derrotar a Luzbell en aquella guerra tan banal que parece preocupar a todos.

Observo el sol ocultándose detrás de grandes nubes que pronostican lluvia. Acelero mis movimientos con la intención de terminar el trabajo antes de que la lluvia nos impida continuar.

-         Arlynne…

Regreso a ver para encontrarme con Archie, sosteniendo planos en su mano derecha, mientras que con la izquierda sostiene un bolígrafo.

-         Archie.

-         ¿Podrías ayudar a Thomas?

Dirijo mi mirada en la dirección que Archie apunta con el dedo índice y encuentro a un hombre de alrededor de veinte años. De inmediato lo recuerdo cómo uno de los hombres que conocí mi primer día en este pueblo. Se trata del mismo hombre que había construido la pared con negligencia.

-         Claro. ¿En qué está trabajando?

-         No está trabajando, ese es el problema. Quiere ayudar con todo lo que encuentra y lo único que termina haciendo es retrasar la obra.

Sin duda, Archie suena molesto. Por su expresión en el rostro deduzco que quiere golpear a Thomas.

-         En este momento dice que quiere ayudar con la construcción de las paredes, pero después de lo de hace días, no le permitiré tomar otro destornillador jamás.

No puedo evitar sentir pena con Thomas. Supongo que solamente quería ayudar después de todo.

-         Es el hijo del señor Roberts así que no puedo despedirlo. ¿Podrías ayudarlo en lo que sea que quiera hacer en la casa? Por favor.

Es evidente la desesperación en la voz de Archie, por lo que sonrío y asiento.

-         Gracias, Arlynne.

Archie se retira para continuar con su trabajo, mientras camino en dirección a Thomas.

-         Hola.

Thomas regresa a ver y de inmediato empieza a parpadear una y otra vez cómo si tuviese polvo en ambos ojos.

-         Tú debes ser Thomas. Yo soy Arlynne.

Sonrío tal y como aprendí que debía hacer cuando me presento con un humano. Thomas no responde de inmediato. Se tarda un par de segundos en encontrar su voz y responder.

-         H-hola. S-sé quién eres. Nos conocimos hace unos días.

-         ¡Oh! Me alegra que me recuerdes.

Thomas sonríe y me percato que se siente nervioso por la manera que traga saliva.

-         ¿Cómo podría olvidarte? Eres la nueva en el pueblo, sin contar que eres muy hermosa.

Su confesión me toma desprevenida y me cuesta procesar sus últimas palabras.

El concepto de belleza lo entiendo a la perfección. Es una característica muy importante para los humanos, aunque nunca me han llamado “hermosa” directamente. Supongo que para los estándares actuales cumplo con el concepto adecuado de belleza, sin embargo, hace unos siglos no era considerada hermosa. En una ocasión una mujer mencionó que mi nariz era muy pequeña y que no tenía caderas. Sabía que se trataba de un insulto, aunque nunca lo tomé en cuenta, ya que solamente me encontraba en París por un par de días en una misión.

-         Gracias.

-         No creí que me recordarías. Solamente nos vimos una vez.

-         Por supuesto que te recuerdo, Thomas, aunque no sabía que ese era tu nombre.




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