La caída de Arlynne

Epílogo.

Recuerdo la ocasión en la que Gabriel confesó que creía que nosotros no teníamos alma. Nuestra conciencia moral se basaba en las decisiones que papá tomaba por nosotros o las misiones que nos asignaban. Con base en su teoría, ningún celestial debía poseer un alma, ya que, al morir, o más bien dejar de existir, no había nada para nosotros. Vivíamos en nuestro propio paraíso al tener un motivo para continuar existiendo. Nuestra existencia se alargaba por eones y esperar que exista una recompensa después de morir era un pensamiento absurdo.

Quizá Gabriel tenga razón, o al menos eso quiero creer, porque si existiese algo después de que acabe mi existencia, iré al infierno para celestiales, si es que eso existe.

Acomodo la espada que cuelga en mi espalda y enfoco mi mirada en la pequeña casa a unos cincuenta metros frente a mí. Se trata de una estructura de un solo piso, aunque bastante moderna, con ventanales que de seguro iluminan todas las habitaciones. Nadie creería que una bruja vive en su interior.

Me aseguro de que la daga que oculté en la manga de mi abrigo continúe en su lugar. No quiero que la bruja descubra mis planes antes de tiempo, por lo que me aseguro de mantener una expresión neutral.

No me sorprende que la bruja haya buscado una casa tan alejada de la sociedad. Grandes árboles se levantan alrededor y solamente existe una carretera por la cual pueden circular los autos, incluido ese Audi estacionado frente a la entrada.

-         ¿Quién eres?

Ni siquiera me hizo falta llamar a la puerta para alertar de mi presencia a la bruja. Ella se asoma por detrás de la casa, sosteniendo una maceta vacía en sus manos.

-         Arlynne. Tú debes ser Helena.

-         No te conozco.

Me observa con desprecio y trata de ignorarme, sin embargo, avanzo hacia ella para darle a entender que no me iré.

-         Conoces a mis hermanos.

-         Así es y ellos se molestarán si se enteran de que me buscaste.

-         ¿Entonces sabes quién soy?

-         Proyectas el mismo poder que Baraquiel o Ananiel. Por supuesto que sé quién eres.

Helena continúa ignorándome y camina hacia la entrada de la casa para dejar la maceta a un lado de la puerta.

-         Tengo un trabajo para ti.

-         Todo tiene su precio. ¿Estás dispuesta a pagarlo?

Camino en su dirección y me coloco frente a ella para que presencie el momento exacto en el que presente la espada. La levanto a la altura de su rostro y parece que la reconoce de inmediato.

-         Conoces esta espada.

Helena levanta la mano, tratando de tomar el mango de la espada, sin embargo, no se lo permito y la aparto de su alcance.

-         La espada de Baraquiel.

-         La espada de un celestial.

-         Ningún ángel entregaría su espada.

-         Yo no tengo una espada propia. La robé antes de buscarte.

Mi confesión sorprende a la bruja y rápidamente la expresión en su rostro cambia y empieza a ser más amable.

-         Debes necesitar algo con desesperación si viniste hasta aquí a ofrecerme la espada de Baraquiel a cambio.

-         Solamente necesito hablar con alguien.

Helena sonríe burlonamente, mientras rodea mi cuerpo y camina hacia la puerta. La sigo hasta el interior y me encuentro con una de las casas más hermosas en las que jamás he estado. Todos los muebles son blancos, al igual que las paredes, excepto las lámparas que cuelgan del techo.

-         ¿Con quién deseas hablar?

No respondo a su pregunta, simplemente sigo sus pasos hasta una puerta junto a la cocina. Su larga cabellera se mueve de un lado al otro y sin duda es una de las mujeres más hermosas en esta tierra, sin embargo, sé que puede llegar a ser peligrosa y no debo confiar por completo.

-         ¿No quieres decirme su nombre?

-         No necesitas saberlo.

Helena abre la puerta y aparecen unas escaleras que se dirigen al sótano. Todo se encuentra en completa oscuridad y por un momento siento que estoy dirigiéndome al mismísimo reino de Luzbell, sin embargo, cuando la bruja aplaude dos veces, todas las luces se encienden y se vislumbra una habitación de gran tamaño con cientos de envases colocados estratégicamente en estantes de madera y una pila de troncos en medio de un círculo formado por grandes rocas.

-         Disculpa el desorden, no esperaba visitas.

Su broma no me causa gracia, por lo que la ignoro y rápidamente me aproximo a uno de los estantes para examinar el contenido de los envases.

-         Si quieres invocar a alguien, tendrás que darme esa espada antes y absorber su poder. Soy poderosa, pero no tanto como para invocar un ángel.

-         No quiero invocarlo, solamente hablar con él. Sé que hay un hechizo que me permite contactar con alguien sin la necesidad de invocarlo.

Los últimos seis meses me he asegurado de indagar en cientos de escritos para planear detalladamente mis movimientos. No puedo permitir que Gabriel sepa lo que haré. Todos mis hermanos me estarían buscando en el instante en que sospechen sobre mis planes.

-         Puedo hacer eso.

-         No te entregaré la espada hasta que hayas realizado el hechizo.

-         De acuerdo, pero primero dame tu brazo.

Helena toma una pluma de gran tamaño de uno de los estantes y estira su mano, esperando que le entregue mi brazo.

-         ¿Qué es eso?

-         Solamente es para asegurarme de que no me engañaras y huiras con la espada después de realizar el hechizo.

Supongo que la bruja es más lista de lo que suponía.

Levanto mi brazo y Helena clava ligeramente sus uñas en mi piel antes de acercar la pluma hacia mi antebrazo y dibujar una extraña figura que desaparece de inmediato.

-         ¿Me acabas de hechizar?

-         Si no me entregas la espada después del hechizo, entonces ese tatuaje te obligará a hacerlo.




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