Reino Feérico de Lithiaj
La primavera siempre había sido su estación favorita del año. Desde chica le había gustado contemplar tres meses del año una estación que no podía resumirse solo en suaves brisas, olores florales y frutales, a hierba fresca y brotes de hojas, y colores, los cuales podían reflejarse por todo Lithiaj como un arcoíris. Esas cosas hacían que no quisiese permanecer ni un solo momento dentro del palacio. No podía desperdiciar toda esa belleza que se encontraba al exterior estando encerrada. Necesitaba explorar.
A esa hora del mediodía no sabía qué le dolía más; si la espalda y los brazos de escalar altos árboles y montículos de rocas, los pies de caminar las largas distancias y saltar los obstáculos del camino, o la cabeza por haber estado tanto tiempo expuesta al imponente sol de la mañana.
Desde chica le había gustado escaparse junto a Ericlian para poder explorar. Al principio solo se trataba de los jardines del palacio, los cuales eran tan grandes como el mismo, llenos de rosales y otras flores, abundantes en árboles, e incluso había un laberinto hecho de arbustos en uno de ellos, el cual era ideal para esconderse o bien perderse. Con el tiempo esas expediciones se habían extendido por los alrededores del palacio, hacia las otras mansiones y casonas del reino, al mercado, y hasta terminar metidos en los bosques más cercanos. Luego Eric había comenzado su búsqueda exhaustiva de formar parte del ejército y trabajar para el reino, con lo cual fue dejando poco a poco de acompañar a Sibilia, pero eso no la detuvo.
Su padre siempre decía que para ser un buen líder y regente había que conocer muy bien las tierras que se gobernaban, y si bien ella nunca llegaría a ser reina de Lithiaj (dado que su hermano mayor, Zarek, sería quien heredaría el trono) estaba dispuesta a conocer esas tierras de memoria, aunque ese era el don de su amigo. Seguramente algún día ese conocimiento le serviría para algo.
Le hubiese gustado que sus hermanos también se hubiesen unido a ella para recorrer Lithiaj, pero Zarek siempre había estado ocupado siendo aleccionado para ser rey y las expediciones que él realizaba eran mucho más emocionantes y a caballo, y su hermana Clarisse, su gemela, bueno, ella prefería hacer lo que las princesas hacen o deberían hacer en vez de ensuciarse los vestidos con barro y demás cosas silvestres. No era que a Sibilia no le gustara hacer sus deberes de princesa, era solo que también le gustaba hacer lo otro. Era algo que le palpitaba en el pecho constantemente.
Pero todo eso había cambiado en los últimos tres años. Habían cumplido la mayoría de edad y como era correspondiente, su padre ya había comenzado con la búsqueda de pretendientes tanto para ella como para Clarisse. Sabía que era su deber como princesa amplificar el reino pero no entendía el apuro de su padre. Al fin estaba lista para volar y sus alas serían cortadas por una unión matrimonial. Tampoco entendía el optimismo que había demostrado su hermana. Clarisse se había ido por su cuenta a Neliora a vivir con su tía Alya en busca de pretendientes, y al parecer había tenido suerte. Su padre nunca se cansaba de mencionar que tal vez ella debería hacer lo mismo, incluso habían veces en que pensaba que le preocupaba más que ella no consiguiera un marido a que Zarek estuviera próximo a asumir el trono. Pero ella no necesitaba buscar uno, ella solamente esperaría a Eric.
Se había cansado de deambular por el bosque y el estómago había empezado a gruñirle del hambre, razón suficiente por la cual había decidido regresar al palacio. Al llegar, se sacó las sucias ropas y se sumergió un buen rato en un baño de espuma que le habían preparado sus sirvientas saboreando el placer del agua tibia y el perfume de jabón hasta que sintió que ya había estado el tiempo suficiente al ver las yemas de sus dedos pálidas y arrugadas.
Mientras se cepillaba el rubio y rizado cabello y terminaba de revisar su aspecto para ir a almorzar tocaron la puerta.
- Adelante - dijo dejando el cepillo de plata sobre la cómoda.
Una de las sirvientas entró a la habitación haciéndole una reverencia y tendiéndole un sobre color pergamino. Sibilia siempre había odiado que se reverenciaran en su presencia y la trataran de alteza, la hacían sentirse irreal, como si estuviese a tres mil millas de las demás persona. Sólo Eric, además de su familia, la trataba como si fuese una persona normal.
Tomó el sobre pidiéndole que se retirara. Seguramente sería una nueva carta de su amigo. Esperaba que lo fuera. Pero no. Esta vez era una carta de su hermana. Rompió el sobre, desplegó la carta y se dispuso a leer.
Querida Sibilia:
Te escribo con la alegría de informarte que me casaré con Thaeil, hijo de un Lord de la provincia de Neliora. Después la tía Alya, eres la primera en enterarte, por lo cual no puedes quejarte. Viajare de vuelta a casa en compañía Thaeil para anunciar nuestro compromiso.
Editado: 05.09.2018