La Caída De Luzbel

Sombras que Reclaman un Rey

La marcha a través del bosque era lenta y pesada. Cada paso que dábamos crujía sobre la tierra húmeda como si el mundo mismo se resistiera a aceptarnos. Los caídos caminaban detrás de mí, algunos tambaleándose, otros murmurando oraciones que ya nadie escucharía jamás.

Yo avanzaba en silencio, sintiendo un fuego amargo recorrer mi espalda con cada movimiento de mis alas negras. El vínculo que me unía a Miguel aún vibraba, insistente, como si quisiera arrastrarme de regreso a él.

Pero no podía mirar atrás. No podía quebrarme. Ellos me necesitaban. Entonces escuché un murmullo tenso entre los caídos.

—No deberíamos seguirlo —susurró uno.
—Él nos llevó a la ruina —rió otro, con amargura venenosa— ¡Perdimos nuestras alas de luz por su ambición!
—¿Y ahora qué? ¿Qué será de nosotros?

Me detuve. El silencio se volvió un látigo que los golpeó a todos. Sentí cómo sus dudas se deslizaban por el aire como serpientes. Mis ojos ardieron, oscuros como abismos recién nacidos.

—Adelante —dije con voz baja— Hablen.

Un ángel de cabellos plateados dio un paso al frente, temblando, pero con valentía suicida.

—Luzbel… prín— se detuvo, corrigiéndose — Luzbel.
—Dilo —ordené.

—¿Qué somos ahora? —su voz estalló, rota, resentida— Nos prometiste libertad. Prometiste que la rebelión nos haría más fuertes. ¡Pero lo único que conseguimos fue el destierro! ¡Míranos! ¡Somos sombras de lo que fuimos!

Sangre divina brotaba aún de sus alas desgarradas. Sus ojos suplicaban respuestas, no excusas. Otro lo secundó:

—¿Acaso nos protegerás de esto? ¿O nos dejarás morir en esta tierra maldita?

El grupo comenzó a alterarse..Voces, murmullos, reproches, miedo. Un temblor se extendió entre ellos como un fuego sin control..Mis manos se cerraron en puños. Azrael intervino, desesperado:

—¡Silencio! Él nos salvó la vida. Luzbel luchó hasta el último aliento por nosotros…

—¡Y perdió! —gritó alguien— ¡Ahora somos poco más que criaturas rotas!

Las palabras golpearon mi pecho con la violencia de una lanza. Mis alas negras se desplegaron por instinto, enormes, amenazantes, llenas de furia contenida. El bosque entero pareció inclinarse ante ese gesto. Me acerqué al ángel que había hablado primero. Su respiración temblaba.

—Sí —dije en un susurro rasgado— Perdí.

Él tragó saliva.

—Perdí mi luz. Perdí mi hogar. Perdí mis alas de arcoíris. — Mis ojos se oscurecieron, cargados de llamas negras.—Y perdí al ser que más… que más amaba.

Un silencio estremecedor se extendió.

—Pero jamás —añadí con una fuerza nueva, brutal, feroz— Jamás los abandonaré — Mi voz retumbó como un trueno contenido —No permitiré que nadie los destruya, ni el Cielo, ni la Tierra, ni lo que yo mismo me he convertido.

Di un paso adelante.

—Si el Cielo nos expulsó, entonces construiremos nuestro propio reino en esta oscuridad.

Las miradas se encendieron. No con esperanza, pero sí con un rastro de fe. El primer conflicto se extinguió como una llama sofocada. Pero las sombras no habían terminado con nosotros.

Miguel

Desde las alturas del Cielo, Miguel observaba la Tierra como si fuera una herida abierta. Sus alas doradas vibraban con un temblor constante. La ausencia de Luzbel le taladraba el alma; era un vacío que ninguna luz podía llenar.

—Padre —susurró con reverencia y angustia—.Permíteme descender.

Silencio. Los demás arcángeles observaban sin intervenir.

—No pido restaurarlo. —Su voz se quebró— Solo verlo. Asegurarme de que no se destruye por completo.

El Padre habló finalmente. Una voz profunda, inmensa, que recorría todos los rincones del Cielo.

—Miguel, mi guerrero, tu amor por él es tu fuerza y tu condena.

Miguel bajó el rostro.

—Pero la creación se desestabiliza. Los caídos aún son parte de la Luz, aunque oscurecida. Debes guiarlos desde lejos —Una pausa cargada de eternidad —Desciende.

Miguel alzó la vista de golpe.

—¿Me permites? — sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Sí. Pero recuerda: Si tu corazón vacila, caerás tú también.

Miguel tragó el dolor de esa advertencia.
Alzó sus alas doradas. Y descendió. Su luz atravesó las nubes como un meteoro divino.

La persecución

Mientras los caídos avanzaban, un estremecimiento desgarró mis sentidos. Una luz. Una fuerza. Una presencia.

Miguel.

No era un espejismo. No era un recuerdo..Era él en la Tierra. Me giré bruscamente, respirando entrecortado. Mis alas negras vibraron con un odio tan profundo como el amor que había intentado olvidar.

—Príncipe ¿qué sucede? —preguntó Azarel.

—Nos encontró —susurré.

El cielo nocturno se iluminó con un destello dorado..El corazón me tembló. Miguel aterrizó en la Tierra. Y lo hizo buscando solo una cosa: A mí.

Los árboles se sacudieron. La tierra vibró. El aire cambió de temperatura. Miguel estaba cerca. Demasiado cerca. Sentí el ardor de su luz recorrer mi columna, como una marca que jamás logró borrarse..Los caídos se inquietaron.

—¿Debemos huir?

—¿Debemos escondernos?

Yo permanecí inmóvil..Mi voz salió grave, profunda, peligrosa.

—No.

Los miré con una determinación recién nacida.

—Esta vez no huiremos.

Mis alas negras se desplegaron, cubriendo a los caídos como un manto de sombra protectora. Y entonces, a lo lejos, entre la bruma lo vi. Miguel. Con sus alas doradas abiertas. Con su cabello rojo iluminado por el fuego celestial. Con los ojos clavados en mí.

No hablaba..No respiraba..Solo me miraba.
Como si esa mirada pudiera romper todo lo que quedaba de mí..Mi corazón se contrajo. Él dio un paso hacia mí..Yo, uno hacia atrás. Los caídos se tensaron. Miguel abrió la boca para pronunciar mi nombre. Pero las sombras de la Tierra, vivas y hambrientas, comenzaron a moverse detrás de nosotros. No estábamos solos. Y el bosque entero susurró mi sentencia.




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