La Caída De Luzbel

El Hijo del Abismo y la Luz que lo Llama

El Inframundo vibraba como si estuviera despertando de un sueño milenario. Las sombras latían en pulsos regulares, casi como un corazón oscuro que bombeaba energía nueva hacia cada rincón de aquel reino que empezaba a nacer, a vivir y a latir.

Mis alas negras brillaban con destellos rojos entre sus plumas. Era extraño: nunca antes algo tan oscuro había emitido luz, aunque fuera una distorsión de ella. Algo estaba naciendo dentro de mí. Algo que no pertenecía ni al Cielo ni a la Tierra.

Mientras avanzaba, un temblor profundo recorrió el suelo. Las almas humanas aullaron como si sintieran en sus cuerpos espirituales el inicio de una catástrofe..Los caídos retrocedieron.

—¿Luzbel…? —Azrael murmuró, temblando— ¿Qué está ocurriendo?

Yo extendí la mano hacia las sombras. Ellas respondieron. Una espiral de oscuridad emergió del suelo, tomando forma corpórea. Era una masa de humo vivo, con un rostro apenas dibujado por trazos de fuego rojo. La criatura abrió sus ojos: dos brasas descomunales que se clavaron en mí como si me reconocieran.

—¿Qué es eso? —balbuceó un caído.

Respiré hondo. Conocía la respuesta. No me la habían enseñado. La sentía.

—Un demonio —susurré— Mi sombra. Mi herencia. Mi hijo. Mi propia creación.

Los caídos contuvieron el aliento. El demonio dio un paso hacia mí, inclinándose como un súbdito ante su rey. En mis venas ardió un fuego oscuro y un dolor profundo.

Porque en cada chispa de ese nuevo ser había algo que yo había perdido para siempre. Mi luz. Mi color. Mi inocencia. Y sobre todo a Miguel.

Miguel — Al borde del mundo

Desde el límite entre Cielo y Tierra, Miguel extendía su luz dorada, buscando, desesperado. Nunca había sentido tanto miedo. Había enfrentado demonios prehumanos, criaturas que habitan los rincones del vacío, tempestades celestiales.
Pero nada se comparaba con el pavor de una sola idea:

Perder a Luzbel para siempre.

Su amor era su don y su condena. Lo había escondido durante milenios, enterrado bajo juramentos y deberes. Pero ahora, sin la presencia de Luzbel la verdad ardía sin control.

—Luzbel —susurró al viento— Mi amado ¿dónde estás?

La luz se expandió con más fuerza. Fue entonces cuando lo sintió: Un tirón oscuro, profundo, como si una cuerda invisible uniera sus almas. Miguel abrió los ojos con un sobresalto.

—Te siento.

Y por primera vez desde la Guerra del Alba
descendió más allá de la Tierra, siguiendo aquel latido oscuro que pertenecía solo a él. Pero cuando quiso avanzar más, un abismo de sombras lo rechazó.

—No me dejará pasar — susurró, apretando los dientes.

El Inframundo resistía su entrada. El Padre había dado permiso para descender a la Tierra, no para cruzar al abismo.

—No puedo… No puedo perderlo — Miguel cayó de rodillas, apretando el suelo entre sus dedos, sintiendo la vibración de la vida en la Tierra bajo él.

Cerró los ojos con fuerza. Y su alma llamó. Con amor. Con dolor. Con anhelo prohibido.

Luzbel… escúchame…

Luzbel — El contacto prohibido

El demonio recién nacido se arrodilló ante mí cuando lo sentí. Un golpe, seco y brutal, me atravesó el pecho. No físico. Espiritual. Una luz. Una voz. Un nombre.

Miguel.

Mi visión se nubló. El Inframundo tembló bajo mis pies.

—Príncipe ¿qué sucede? —Azrael corrió hacia mí.

No pude hablar. No pude siquiera respirar. Miguel. Me estaba llamando. Su amor atravesó la oscuridad como una lanza de fuego dorado que quemó mi orgullo y mi resentimiento.

Luzbel… vuelve….Luzbel… te necesito…

Cada repetición desgarraba mis alas y mi alma. Quise ignorarlo. Quise arrancarlo de mi mente. Quise odiarlo. Pero no pude. Porque el amor que sentía por él era más profundo que la caída, que la rebelión, que la oscuridad. Era algo que ninguna condena podía matar. Y esa verdad me enfureció. Mis alas negras se abrieron de golpe, liberando un estallido de luz oscura que hizo retroceder incluso al demonio.

—¡No me llames! —rugí hacia las sombras— ¡No vuelvas a pronunciar mi nombre!

Pero el llamado seguía. Suave ahora. Dulce.
Doloroso.

Te amo Luzbel.....

Las palabras no fueron pronunciadas, pero las sentí en mi alma..Eran reales. Eran suyas. Mis rodillas flaquearon. Un gemido, mezcla de furia y deseo, escapó de mis labios.

—Miguel… — susurré, temblando.

Miguel decide romper las reglas

De pie al borde de la grieta que conducía al Inframundo, Miguel tomó aire.

—Luzbel… estoy aquí. No importa a dónde hayas caído.

Su voz se volvió una plegaria desesperada.

—Te encontraré. Aunque tenga que enfrentar al Cielo entero.

Sus alas doradas ardieron en luz pura. Un acto prohibido. El Cielo retumbó. Los serafines lo observaron con horror. El firmamento se abrió ligeramente, como si dudara entre castigarlo o dejarlo continuar. Y Miguel gritó:

—¡PADRE! ¡Permíteme entrar al Inframundo! ¡Déjame salvarlo!

La respuesta no llegó. El silencio fue aterrador. Miguel cerró los ojos y dio un paso hacia el abismo. La primera pluma dorada cayó al vacío. Y el Inframundo respondió con un rugido.

Luzbel — El temblor del abismo

El suelo del Inframundo vibró. Las almas gritaron. El demonio retrocedió. Algo, alguien estaba intentando entrar. Yo sabía quién era antes de que el temblor se convirtiera en tormenta.

—No…

Mi voz tembló. Mis manos también. Mis alas se crisparon.

—¡No! —rugí con fuerza suficiente para quebrar rocas.

Pero mi protesta fue inútil ya que Miguel estaba intentando romper el sello del Inframundo. Por mí. Los caídos se reunieron detrás de mí con miedo.

—¿Quién? ¿Qué nos ataca?

Yo no respondí. No podía. Porque el amor que tanto había tratado de enterrar
acababa de convertirse en mi mayor amenaza. Y entonces…




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