El Abismo rugía como una bestia encadenada.
La criatura que había surgido esa masa colosal de oscuridad viva se retorcía, alimentándose de mis demonios y de las sombras mismas. Era una aberración nacida del miedo de los humanos, del dolor de los caídos y del conflicto que ardía dentro de mí. Miguel retrocedió al verla. Sus alas doradas brillaron con un fulgor débil pero hermoso.
Mi pecho se apretó. Él no pertenecía allí..Ese lugar intentaría devorarlo. Y la criatura ya había pronunciado su sentencia:
LA LUZ NO LE PERTENECE AL ABISMO.
Aquellas palabras fueron una amenaza directa. No contra mí. Contra Miguel. Sentí el terror recorrer mi columna.y algo dentro de mí se rompió.
La luz interior despiertaCuando el monstruo lanzó su primer ataque, un látigo de sombras gigantes que iba directo hacia Miguel, mi cuerpo se movió solo. Salté frente a él y extendí mis alas negras para cubrirlo. El impacto me arrojó contra una roca, pero Miguel quedó ileso. El dolor fue intenso pero también lo fue la luz que se encendió en mi interior.
Un destello.
Una chispa.
Un rayo.
La caverna se iluminó por un instante con un resplandor dorado un dorado que no pertenecía al Abismo. Mis ojos se abrieron de golpe. Mis alas negras comenzaron a brillar desde dentro, como si miles de filamentos dorados se encendieran entre sus plumas oscuras.
Era un color imposible: luz dorada atrapada dentro de sombras vivas. Miguel jadeó.
—Luzbel… estás… transformándote.
Yo miré mis propias manos. La oscuridad y la luz convivían en ellas, bailando en una mezcla peligrosa, magnífica, divina. Sin embargo, el dolor de esa luz reprimida fue tan grande que caí de rodillas. Miguel corrió hacia mí y se arrodilló frente a mí, tomándome el rostro entre sus manos.
—No luches contra esa luz… —susurró, con lágrimas cayendo— Es tuya. Siempre fue tuya.
Yo sentí la piel arder al contacto. No porque doliera sino porque lo había extrañado demasiado. Su respiración estaba cerca. Su frente tocó la mía. Sus dedos temblaban. Yo también.
El primer beso—Miguel —susurré, quebrado.
Sus ojos se cerraron como si mi voz fuera una plegaria.
—Luzbel…
Nuestro vínculo desgarrado, incompleto, sangrante estalló entre nosotros. Él se inclinó. Yo también. Nuestras bocas se rozaron primero con torpeza, con miedo pero luego la necesidad tomó el control. Lo besé con el hambre de milenios reprimidos. Él me besó con el amor que nunca dejó de sentir. Sus manos se aferraron a mi cuello. Las mías, a su cintura. El Abismo tembló. Las sombras huyeron. La luz brilló más fuerte.
Mi cuerpo recordó lo que era amar. Mi alma recordó lo que era ser amado. Fue un beso desesperado, prohibido, lleno de culpa y de salvación. Una unión que nunca debió romperse. Una promesa quebrada que comenzaba a recomponerse. Pero el beso no fue solo un beso. Fue la llave. La luz encerrada en mí se detonó. Un estallido dorado atravesó mis alas negras, iluminando el Abismo como un amanecer imposible. Miguel se apartó, jadeando.
—Luzbel… eres hermoso…
Su voz se quebró al verlo. Yo no pude responder. Porque en sus ojos vi amor..Pero también miedo. Un futuro inevitable. Y supe que no había tiempo.
La protecciónEl monstruo rugió otra vez, furioso al sentir mi luz.
—¡LUZ IMPURA! ¡DEBE SER ANIQUILADA!
La criatura lanzó un ataque devastador, un golpe de sombras tan grande que habría destruido todo a su paso. Me puse frente a Miguel. Mis alas negras y doradas se abrieron como una muralla viva.
—¡Atrás de mí! —ordené.
Miguel obedeció por primera vez en toda su existencia. El impacto me golpeó de lleno. Las plumas de mis alas volaron. El suelo bajo mis pies se quebró. Pero no retrocedí. Miguel gritó mi nombre. Yo apreté los dientes. Por primera vez desde mi caída lo estaba protegiendo.
La orden del rey caídoSabía que esta batalla no debía involucrar a nadie más. Me giré hacia los demás caídos, que habían comenzado a acercarse con terror.
—¡NI UNO MÁS! —rugí con voz retumbante— Azrael, Belial ¡tomen el mando!
Mi mirada fue fría, absoluta.
—Alejen a todos los caídos.
—Pero príncipe —intentó protestar Azarel.
—¡Obedezcan!
Cada palabra salió como un trueno.
—Pase lo que pase, vean lo que vean, NO INTERVENGAN.
Belial, con su poder demoníaco recién despertado, asintió con resolución.
—Vamos —ordenó con voz grave— ¡Al fondo del Abismo!
Azrael tomó a los caídos, Belial a los demonios menores, y todos desaparecieron entre las grietas oscuras llevando sus fuerzas lejos del campo de batalla. Miguel y yo quedamos solos. Juntos. Contra la oscuridad. La bestia se alzó, enorme, retorcida, llena de hambre. Yo extendí mi mano hacia Miguel y dije:
—Quédate detrás de mí.
Mi voz se suavizó.
—Esta vez yo te protegeré.
Miguel tembló. Su luz vibró. Y por primera vez me obedeció sin cuestionar. Mi luz interior estalló otra vez, mezclándose con mi oscuridad.
Y la batalla comenzó.