La criatura del Abismo rugió con una furia que desquició incluso las paredes de aquella caverna colosal. Su cuerpo, hecho de millones de sombras y deseos rotos, se retorcía, lanzando tentáculos de oscuridad pura hacia nosotros. Miguel se mantenía a mi lado, su luz dorada palpitando débilmente pero sin rendirse. Y yo…
Yo ardía. No solo de poder. No solo de dolor. Sino de un amor que estaba a punto de ser arrancado de mí otra vez.
La destrucción del MonstruoLa criatura intentó aplastarnos con un golpe enorme de sombra. Miguel levantó su espada de luz, pero yo me adelanté. Extendí mis alas negras-doradas.
—¡Atrás! —ordené, con una voz que retumbó en el Abismo.
Miguel obedeció.
Mi luz interior esa luz que había tratado de matar, encerrar, ahogar durante toda mi caída explotó en un destello feroz.
Un torrente de energía dorada-negra atravesó mi pecho y salió disparado hacia la criatura. El Abismo chilló al sentirlo. La bestia retrocedió y por primera vez expresó miedo.
—¡NO! ¡LA LUZ Y LA SOMBRA NO DEBEN UNIRSE!
Yo avancé con pasos lentos, cada uno temblando de poder inestable.
—Has amenazado lo único que aún me importa —dije, y mi voz resonó como un trueno contenido.
La criatura lanzó un último ataque desesperado. Miguel, sin pensarlo, bloqueó parte del golpe con su cuerpo, empuñando la espada con ambas manos para desviar la sombra.
—¡Luzbel! ¡Termínalo! —gritó.
Mi pecho ardió en un dolor insoportable. No por la luz. Por él. Por ver a Miguel sangrar sombra por protegerme. Un rugido irrumpió desde mi alma. Mis alas se abrieron en toda su magnitud y, con un grito que sacudió la tierra, descargué toda la energía que tenía. Un rayo dorado-negro atravesó el corazón de la criatura. El monstruo se congeló.
Sus tentáculos se detuvieron. Sus ojos se apagaron como brasas ahogadas. Y luego estalló. El Abismo se llenó de polvo negro que se elevó como cenizas. Las almas del fondo gritaron de alivio y miedo a la vez. El silencio se extendió lentamente.
El monstruo había muerto. Yo permanecí de pie, respirando con dificultad. Miguel cayó de rodillas. Corrí hacia él instintivamente y lo sostuve.
—Miguel — susurré.
Él apoyó la frente en mi cuello.
—Sabía que lo lograrías…
Mis manos temblaron al sentirlo. Mi luz interior ardía hacia él.vMi oscuridad también. Por un instante, ambos mundos se sintieron en perfecta armonía. Pero fue un instante.
La intervención del PadreUna luz incomparable descendió desde lo alto del Abismo. Una luz que ni yo, ni Miguel, ni ningún ángel o demonio podía desafiar. La presencia del Padre llenó el espacio. Las sombras retrocedieron. Las almas callaron.
Incluso el Abismo dejó de respirar. Miguel se tensó contra mí, como un niño atrapado entre el deber y el deseo. La voz fue profunda, inmensa, cálida y terrible al mismo tiempo.
—Miguel. Regresa. Ahora.
Miguel cerró los ojos con un gemido desgarrador. Yo retrocedí un paso. La luz envolvió a Miguel como un manto.
—Padre — susurró, su voz quebrada por la tristeza— Déjame quedarme… él…
Yo contuve la respiración. Miguel me miró, con los ojos llenos de lágrimas.
—Él aún tiene luz. Aún puede…
Pero la voz del Padre lo interrumpió:
—Su luz ya no es tu responsabilidad. Y tú no puedes permanecer en el Abismo.
Miguel cayó de rodillas. Su dolor era mi dolor. Su llanto, mi condena..Un hilo dorado se extendió desde el cielo, envolviendo sus alas. Era la orden divina.
—Luzbel — me llamó Miguel, intentando extender una mano hacia mí — No quiero dejarte…
Yo di un paso hacia atrás..Y mis alas negras se cerraron.
—Ve —dije con frialdad que me desgarró—. No te detendré.
Miguel negó con la cabeza, desesperado.
—Luzbel… por favor… dime que me amas. Solo una vez…
Mi garganta se cerró. La luz dentro de mí tembló con violencia. Quise decirlo. Quise gritarlo. Pero mi orgullo mi oscuridad… mi herida lo impidieron.
—No volveré al Cielo —dije, sin pestañear— Este es mi reino. Y tu lugar no está aquí.
Miguel gritó, como si le hubiera arrancado el alma.
—¡NO DIGAS ESO! ¡No después de todo lo que sentimos! ¡No después de…!
La luz del Padre lo envolvió completamente. Miguel fue arrancado del Abismo como si sus alas hubieran sido tiradas desde lo alto del firmamento. Su último grito se quebró entre sollozos:
—¡¡LUZBEL… POR FAVOR…!!
Y desapareció. La luz divina se extinguió. Y el mundo quedó frío. callado. muerto.
El nacimiento del Príncipe del AbismoYo permanecí de pie en silencio. Mi interior ardía. Mi luz temblaba. Mi oscuridad rugía. Había salvado a Miguel.
Había amado a Miguel. Y había dejado que lo arrancaran de mi lado otra vez. Algo dentro de mí finalmente se quebró. Mis alas negras se expandieron con violencia. La luz en ellas se apagó por completo. El Abismo respondió con un rugido triunfal.
Una corona de sombras ardió sobre mi cabeza. Las almas se inclinaron. Los demonios emergieron de las profundidades. Los caídos se arrodillaron. Y el Abismo pronunció mi nuevo nombre:
—PRÍNCIPE DEL ABISMO. REY DE LAS SOMBRAS.
SEÑOR DE LA OSCURIDAD.
Mis ojos, antes dorado-negros, se oscurecieron..Y, aun así….En lo más profundo de mi ser una chispa dorada seguía ardiendo. Una chispa con un nombre.
Miguel.