La Caída De Luzbel

El Trono de Sombras y el Corazón Dividido

La luz de Miguel desapareció como si jamás hubiera existido. El Abismo quedó en silencio, un silencio tan profundo que parecía absorber el aire mismo. Las almas humanas dejaron de llorar, los demonios de sombra quedaron inmóviles, esperando mi siguiente orden.

Yo seguía de pie, helado, petrificado. Había sobrevivido a guerras, a traiciones, a la caída
pero nada, absolutamente nada, dolía como sentir cómo le arrancaban a Miguel de mis brazos. Sentí un temblor en la mano. La cerré en un puño. El Abismo respondió: una onda de sombras se expandió desde mis pies, agrietando el suelo en líneas negras que parecían venas vivas.

Azrael y Belial emergieron desde las profundidades, acompañados por los caídos. Sus rostros eran una mezcla de miedo y devoción.

—Mi príncipe —susurró Azarel— Hemos sentido su pérdida.

Belial inclinó la cabeza.

—El Abismo le pertenece. Miguel no. Su voz sonó como un eco sepulcral.

Mis ojos, antes dorado-negros, se volvieron fríos.

—Que así sea —dije con un tono bajo, mortal.

El eco de esas palabras activó algo. Una fuerza antigua se levantó desde el fondo del Abismo.

Las cavernas vibraron. Las almas gimieron. Un viento helado, hecho de tinieblas puras, se arremolinó bajo mis pies. Azrael retrocedió.
Belial cayó de rodillas. Los demás se inclinaron instintivamente, como si sus cuerpos supieran lo que estaba por nacer.

El suelo se abrió. De las profundidades emergió un trono. No hecho de piedra. No hecho de metal. Hecho de almas. Hecho de sombras vivas que se entrelazaban eternamente. Hecho de oscuridad pura, moldeada por mi poder. El Trono del Abismo.

Yo lo miré por un largo momento..Y luego di un paso hacia adelante. Al sentarme, un rugido titánico resonó desde lo más profundo del inframundo. Una proclamación. Una aceptación. Una sentencia.

El Abismo había encontrado a su rey. Y yo había perdido la luz que más amaba.

El Cielo — Miguel ante el Padre

El regreso de Miguel no fue un vuelo, sino una caída invertida. La luz divina lo arrastró sin permitirle ver a dónde iba, sin dejarle despedirse, sin darle siquiera el consuelo de mirar atrás. Cuando finalmente aterrizó en el Cielo, sus rodillas chocaron contra el mármol blanco..Su espada cayó de su mano. Su respiración era un sollozo ahogado. Y todos los ángeles presentes se quedaron inmóviles. Gabriel abrió los ojos de par en par.

—Miguel ¿qué ha ocurrido? —murmuró, corriendo hacia él.

Miguel alzó el rostro..Tenía lágrimas doradas recorriendo sus mejillas.

—Lo perdí —susurró— Padre lo arrancaste de mí…

Pero la voz de Dios descendió una vez más, sin forma, sin cuerpo, solo vibración.

Miguel, hijo mío. Tu lugar no es en la sombra. Tu destino no es caer. Debes volver a ser mi luz.

Los demás arcángeles observaron en silencio sagrado. Miguel apretó los dientes. Su voz se quebró.

—Lo amo.

El Cielo entero contuvo el aliento.

—Siempre lo amé.. Incluso antes de su caída.
Incluso ahora..Hubo un silencio largo, eterno. Finalmente, la voz del Padre resonó:

Eso es tu don… y tu condena. Pero el amor no te autoriza a desobedecerme. No regresarás al Abismo. No buscarás al Rey Caído. No romperás el equilibrio. Tu luz pertenece aquí.

Miguel cerró los ojos, devastado.

—¿Y mi corazón? —susurró— ¿Dónde pertenece?

No hubo respuesta..Pero Gabriel se arrodilló ante él, tomando su mano.

—Hermano llora conmigo. No estás solo.

Miguel cayó en los brazos de Gabriel como un niño roto. Y el Cielo ya no pareció tan luminoso.

El Abismo — El ascenso del Príncipe Oscuro

Mi trono latía bajo mis manos..Sentía el poder ascender desde la oscuridad como una corriente eléctrica, impregnando mis alas, mis huesos, mis pensamientos. A cada minuto que pasaba, el dolor por Miguel se transformaba en algo más:

Furia.
Determinaron.
Orgullo herido.

Un amor tan profundo que quemaba pero ahora sin esperanza. Belial dio un paso adelante.

—Mi príncipe ¿cuál será nuestra primera orden?

Yo levanté la mirada. Y el Abismo pareció hundirse bajo mi decisión.

—Extendemos nuestra influencia —dije— Los humanos..Los débiles. Los vacíos..Tentadlos a todos. Nadie debe olvidar mi nombre.

Azrael inclinó la cabeza.

—¿Y el Cielo?

Mis alas negras se abrieron como un eclipse.

—El Cielo ya me ha arrebatado lo único que amaba..Ahora yo les arrebataré la paz.

Las sombras celebraron la decisión..El Trono ardió con fuego negro. Un nuevo título resonó entre los demonios:

¡LARGA VIDA AL PRÍNCIPE DEL ABISMO!

Yo cerré los ojos unos segundos. Y en la oscuridad profunda vi el rostro de Miguel. Su luz. Su voz temblando al pronunciar mi nombre. Su último grito..Un estremecimiento recorrió mis alas. Pero yo lo ahogué..No podía permitirme esa debilidad nunca más.

El Cielo y el Infierno se preparan…

Mientras Miguel lloraba bajo la luz del Cielo
y yo coronaba mi reinado entre las sombras. Algo, algo poderoso, antiguo, incontrolable, despertaba en el límite entre ambas realidades. Un punto donde la luz y la oscuridad nunca debían encontrarse. Un punto que latía con fuerza. Un punto que llevaba dos nombres:

Miguel
Luzbel

Y desde ese punto una grieta comenzó a abrirse. Una grieta que ningún ángel ni demonio podía cerrar. Una grieta que los uniría o los destruiría.




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