Los cielos estaban tranquilos..Demasiado tranquilos. Tras la orden divina, Miguel permanecía de rodillas en la plataforma celestial, temblando, con los puños apretados contra el mármol blanco. Sus alas doradas perdían brillo con cada sollozo contenido. Gabriel, a su lado, lo observaba en silencio. Nunca había visto a su hermano mayor así.
Nunca había visto a un arcángel llorar. Y menos a Miguel.
Miguel se llevó ambas manos al rostro, tratando de contener un nuevo temblor.
—No puedo — susurró entre lágrimas— No puedo soportarlo, Gabriel.
Su voz se quebró.
—Mi corazón está roto.
Gabriel se arrodilló a su lado, tomándole los hombros con suavidad.
—Miguel, hermano, por favor, mírame.
Miguel levantó la cabeza. Sus ojos dorados estaban hinchados, enrojecidos, humedecidos por lágrimas que parecían brillar como gotas de oro líquido.
—Gabriel yo…. yo lo dejé allí — dijo Miguel con voz ahogada— En ese infierno. Rodeado de sombras. Con un trono hecho de almas condenadas.
Lo sacudió un gemido.
—Y él… él eligió quedarse… eligió el Abismo en vez de… en vez de mí.
Gabriel cerró los ojos, sintiendo cómo su propio pecho se oprimía. Miguel continuó, roto:
—¿Sabes qué fue lo peor? —susurró— No fue la orden del Padre.
Sacudió la cabeza, desesperado.
—Fue su silencio.
Un sollozo escapó de su garganta.
—Luzbel no me detuvo. No me llamó. No dijo que me amaba.
Sus manos temblaban al apretarse contra su pecho.
—Y yo… yo habría quemado el Cielo entero para quedarme con él.
Gabriel lo abrazó de inmediato. Miguel se derrumbó por completo, apoyando su frente en el hombro de Gabriel, llorando sin control.
—¡No hice nada! —gritó Miguel entre lágrimas— ¡No lo salvé! ¡No lo traje de vuelta! ¡No lo protegí! ¡Hermano soy un fracaso!
Gabriel lo sostuvo más fuerte.
—No eres un fracaso —dijo con firmeza— Tú lo amas. Y el amor… no es debilidad, Miguel.
Su voz se volvió suave.
—Es lo que te hace el más noble de todos nosotros.
Miguel lloró aún más.
—¿Noble? —susurró— ¿Qué nobleza hay en amar a alguien que ya no quiere mi luz?
Gabriel bajó la mirada.
—Miguel, Luzbel no te ha dejado de amar.
Miguel se congeló..Gabriel continuó:
—Su caída no apagó sus sentimientos. Lo conozco. Fue su orgullo, su herida, su dolor… no tú.
Miguel apretó los ojos con fuerza.
—Quiero volver por él —susurró él— Quiero volver… aunque me cueste las alas. Aunque me cueste la eternidad.
Su voz tembló.
—No puedo… no puedo vivir en un Cielo donde él no está.
Gabriel sintió un golpe en el corazón. Porque sabía que Miguel hablaba en serio.
—Miguel, por favor.
Sus manos temblaban al sostener su rostro.
—No digas eso. Me estás asustando.
Miguel lo miró con los ojos más vacíos que Gabriel había visto jamás.
—¿Cómo se supone que siga siendo el arcángel de la luz si mi luz está allí abajo, en un trono de sombras sufriendo por mi culpa?
Gabriel no supo qué responder. Solo pudo abrazarlo más fuerte mientras Miguel lloraba como un niño. El Cielo entero temblaba con cada lágrima que caía. Porque cuando llora un arcángel la creación escucha.
Mientras tanto, en la TierraLa influencia del Abismo comenzaba a extenderse. Sombras negras se arrastraban por los rincones olvidados del mundo humano.
Los demonios nacidos del poder de Luzbel se mezclaban entre sus pensamientos, sus deseos, sus culpas. Los humanos empezaban a sentirlo:
—Pesadillas que no tenían explicación.
—Susurros al oído al caer la noche.
—Sombras que se movían sin luz.
—Deseos oscuros que nunca antes habían sentido.
Los demonios de Luzbel hacían su trabajo con precisión cruel. Uno de ellos, de ojos rojos y alas rotas, susurró:
—Para el Príncipe, para nuestro rey…
Cundía la corrupción. Y desde su trono en el Abismo, Luzbel lo observaba todo. Sus ojos, ahora completamente negros, seguían cada movimiento de su nuevo reino. Pero por más victoria que veía ante sí….Su pecho seguía herido. Ardía aún con la forma perfecta de un nombre:
Miguel.
El conflicto crece en el CieloGabriel permaneció con Miguel durante horas, días quizá, porque el tiempo en el Cielo no se mide como en la Tierra. Miguel no comía. No hablaba. Solo lloraba en silencio, mirando el horizonte. Gabriel ya no sabía qué hacer. Una noche eterna, finalmente habló:
—Miguel, no puedo mentirte más.
Su voz estaba tensa.
—Padre teme que si regresas al Abismo, no vuelvas jamás.
Tragó saliva.
—Y teme que Luzbel te arrastre con él.
Miguel levantó la mirada lentamente.
—Él jamás me lastimaría —susurró, con absoluta certeza.
—¿Pero tú? —dijo Gabriel — ¿Tú serías capaz de lastimarte por él?
Miguel no respondió. Su silencio fue peor que un sí. Gabriel sintió un miedo profundo.
—Hermano —dijo, con la voz quebrada— No quiero perderte.
Miguel cerró los ojos.
—Pero Luzbel ya me perdió…
El Cielo tiemblaEn ese momento, un trueno divino estalló en el firmamento. Una grieta luminosa apareció en el cielo, justo sobre la plataforma donde Miguel lloraba. Los ángeles se levantaron alarmados. Gabriel apretó el brazo de Miguel con fuerza.
—¡Miguel! ¡No te acerques!
Pero Miguel estaba de ppie.ñ Sus ojos dorados brillaban con lágrimas y determinación.
—¿Qué está pasando? —preguntó un serafín.
Gabriel palideció.
—Es una reacción. Una grieta entre mundos.
El resultado del vínculo roto entre la luz de Miguel y la oscuridad de Luzbel. La grieta crecía. Brillaba. Latía. Como un corazón que no aceptaba la separación. Miguel respiró hondo. Y susurró:
—Él me está llamando…
Gabriel lo tomó del brazo, desesperado.