El Abismo nunca había temblado. Hasta ahora. En su trono de sombras vivientes, Luzbel abrió los ojos abruptamente. Las plumas negras de sus alas se erizaron, vibrando como si una corriente de fuego las recorriera.
Miguel…
Ese nombre estalló dentro de él como un trueno silencioso, como una luz que no pertenecía a ese reino muerto. Su pecho ardió. No era un ardor de odio. Ni de poder. Ni de ambición. Era amor. Un amor tan profundo que rozaba la tortura.
Luzbel apretó los dientes. Una chispa brillante explotó desde su corazón hacia afuera, envolviendo sus costillas, su piel, sus alas..Sus alas negras brillaron con reflejos dorados.
—¡NO! —rugió, llevándose las manos al pecho— ¡No aquí! ¡No ahora!
Belial y Azrael retrocedieron de inmediato; jamás lo habían visto así. El poder de Luzbel se descontroló. La luz que llevaba escondida desde su caída despertaba, empujando contra las cadenas de oscuridad que él mismo se había impuesto.
Él sintió la presencia de Miguel..Sintió que su amado lo buscaba..Sintió que intentaba cruzar hacia él. Y el Abismo entero reaccionó en contra. Las paredes de roca y alma se fracturaron. Los demonios recién nacidos chillaron y se arrastraron buscando protección.
—Mi… Miguel… — susurró Luzbel con la voz quebrada— ¿Por qué? ¿Por qué intentas regresar a mí?
Sus ojos, ennegrecidos, se llenaron de lágrimas de fuego.
—Te haré daño. Te destruiré… ¡No vuelvas!
Pero la luz dentro de él ardió más fuerte. Y su control se rompió.
El descontrol de Luzbel en la TierraCuando Luzbel emergió de la grieta entre mundos, la noche terrestre se quebró como vidrio. Las nubes se abrieron, rugiendo..El viento retrocedió. Las sombras se arrodillaron ante él. Pero Luzbel no veía nada.
Solo sentía dolor.
Dolor por Miguel.
Por su ausencia.
Por el amor que lo llamaba.
Por la condena que los separaba. Y su dolor se convirtió en destrucción. El primer pueblo que encontró quedó bañado en un silencio mortal. Las puertas se abrieron solas..Las ventanas estallaron. Las personas cayeron de rodillas, sin saber por qué. Luego, sin que él levantara un dedo, las sombras se levantaron del suelo y comenzaron a apoderarse de ellos.
—Perdónenme —susurró Luzbel, mientras la oscuridad consumía los gritos humanos— Yo… no puedo detenerlo.
Caminó entre los cuerpos como si fueran pétalos marchitos. Con cada paso, la luz en su interior latía fuerte. Con cada latido, una lágrima ardiente corría por su mejilla.
—Miguel — susurró, con voz rota— ¿Por qué sigues amándome?
Las sombras respondieron con destrucción.
Gabriel recibe la ordenEn el Cielo, Gabriel cayó de rodillas cuando la presencia de Luzbel estalló en la Tierra como una explosión de tormenta celestial. Miguel, que estaba sentado a su lado, alzó la cabeza de inmediato.
—Luzbel — susurró con un dolor tan puro que a Gabriel se le rompió el alma.
En ese instante, la voz del Padre se escuchó por todo el Cielo. No resonó como un trueno: resonó como un juicio.
Gabriel. Hijo de mi luz. Irás a la Tierra de inmediato.
Gabriel bajó la cabeza.
—Padre ¿contra Luzbel?
Detendrás su avance. No permitirás que destruya aquello que él mismo ayudó a crear.
Miguel se puso de pie tan rápido que casi perdió el equilibrio.
—¡Padre, no! ¡No envíes a Gabriel! ¡Envíame a mí! ¡Yo puedo!
Tú no irás.
El silencio se volvió insoportable. La voz del Padre continuó, firme y dolorosa:
Tu corazón te traicionaría. Y Luzbel te arrastraría al Abismo.
Miguel tembló. Gabriel sintió el alma desgarrarse.
—Hermano —susurró Miguel, tomado de su brazo— Por favor no dejes que le hagan daño.
Gabriel tomó aire.
—No voy a matarlo —dijo con suavidad. Su mirada se volvió triste.—Solo cumpliré con mi deber.
Miguel lo abrazó con fuerza, desesperado.
—Gabriel… por favor… cuídalo — Su voz se quebró. —Y dile… dile que lo amo.
Gabriel apretó los ojos para contener las lágrimas.
—Lo haré.
Y descendió.
El primer enfrentamiento entre Gabriel y LuzbelEl cielo nocturno se desgarró cuando Gabriel cayó en la Tierra envuelto en luz pura. Lo primero que vio fue un pueblo devorado por las sombras. Lo segundo fue a él. Luzbel estaba allí, de espaldas, con las alas negras abiertas, respirando agitado, rodeado de cuerpos inmóviles. Sus lágrimas ardían como fuego líquido sobre su piel.
—Luzbel — susurró Gabriel.
Luzbel se tensó de inmediato. Sin girarse aún, dijo con voz ronca:
—Si vienes a juzgarme, Gabriel —Sus alas se abrieron más, oscuras como un eclipse —Te advierto que no tengo fuerzas para escucharlo.
Gabriel tragó saliva.
—No vengo a juzgarte.
Luzbel giró lentamente. Su rostro era hermoso como siempre, pero devastado. Sus ojos dorados ardían de dolor. La luz oculta brillaba debajo, luchando por salir. Y aun así, sonrió con tragedia.
—Entonces viniste a detenerme ¿verdad?
Gabriel bajó la cabeza.
—Sí.
Las lágrimas de Luzbel cayeron al suelo, haciendo arder la tierra.
—Entonces comienza, Gabriel —susurró. Abrió los brazos, dejándose exponer.—Cumple tu orden.
Gabriel dio un paso adelante.
—Luzbel. Miguel te ama.
Ese nombre fue como una lanza. Luzbel retrocedió, una mano en el pecho.
—No… digas… su nombre…
—Él te siente, Luzbel. Te buscó. Estuvo a punto de romper el Cielo para volver a ti.
El rostro de Luzbel se quebró por completo.
—¡NO DIGAS MÁS!
Su poder explotó como un huracán oscuro.
Luzbel cayó de rodillas, sujetándose la cabeza, gritando entre la luz y la sombra. Gabriel corrió hacia él pero una onda de oscuridad lo empujó varios metros atrás. Luzbel gritó, desgarrado: