Las Puertas Selladas
El mundo tembló cuando las puertas del Cielo se cerraron. No era un castigo. Era una amputación. Un hijo quedaba afuera. Un hermano. Un arcángel. Un guerrero.
Miguel.
El sonido metálico y divino de las puertas sellándose resonó en la Tierra, en el Abismo y en los corazones de todos los seres celestiales.
El juicio final del PadreLa voz del Padre descendió como una sentencia:
Miguel. Tu camino dejará de ser el mío.
Gabriel sintió que se desmoronaba. Miguel no dijo una palabra. Solo dejó caer una lágrima, que ardió como oro líquido al tocar el suelo.
Regresa, Gabriel.
Gabriel obedeció, pero volteó una última vez con el alma desgarrada.
—Hermano no mueras —susurró con una tristeza insoportable.
La puerta se cerró detrás suyo. Miguel quedó fuera para siempre. El Padre habló con una fuerza que estremeció montañas y mares:
Miguel, si sigues ese sendero tu destino será aún peor que el de Luzbel.
A ese aviso le siguió otro silencio celestial. Hasta que Miguel lo rompió.
—No importa —dijo con voz quebrada pero firme. Su mirada encontró la de Luzbel. —Si mi eternidad se pierde que sea por él.
Luzbel quedó paralizado. Una luz dorada se encendió dentro de su pecho, como un corazón que revivía después de siglos.
El Abismo se rebelaLas sombras se abrieron en un rugido ensordecedor. Belial emergió con furia.
—¡Nuestro príncipe ha elegido al arcángel de la luz! —gritó con odio— ¡Ha traicionado su trono, su reino y su ejército!
Azrael levantó su lanza de almas condenadas.
—Entonces recuperemos a nuestro rey — sus ojos ardieron de rencor —y eliminemos al amante celestial que lo corrompe.
Asmodeo sonrió, bello y cruel.
—La traición debe pagarse con sangre.
El ejército del Abismo avanzó como un tsunami de oscuridad.
El inicio de la guerraMiguel abrió sus alas para proteger a Luzbel.
—No permitiré que te toquen —dijo, temblando.
Pero Luzbel extendió un brazo frente a él.
—Miguel no — Sus ojos ardían con intensidad —Este es mi reino. Esta es mi guerra — Sus alas negras se extendieron, gigantescas —Y tú eres mi corazón.
Miguel sintió que su alma se rompía un poco más por esa frase. Belial lanzó el primer grito:
—¡POR EL ABISMO, MATEN A MIGUEL!
Los demonios se lanzaron. Gabriel no estaba para ayudarlos. Dios había cerrado las puertas.
El Cielo entero observaba en silencio.
Belial saltó con una velocidad monstruosa, levantando su espada de sombras. Miguel se preparó para bloquear pero Luzbel lo empujó hacia atrás.
—¡No te acerques! —le ordenó.
Belial rió, creyéndose victorioso.
—¡MUERE, PRÍNCIPE TRAIDOR!
La espada cayó. Impactó el pecho de Luzbel. Y entonces nada pasó. Nada. Ni un rasguño. Ni una herida. Ni una gota de sangre. La espada de Belial se rompió. Se partió en mil pedazos como vidrio tocado por el sol. Belial retrocedió, horrorizado. Azrael cayó de rodillas. Asmodeo abrió los ojos con miedo real por primera vez.
El ejército entero se silenció. Miguel se llevó una mano a la boca, paralizado. Luzbel levantó la mirada. Sus ojos brillaban con un ffuego dorado que mezclaba luz divina y sombra eterna.
—Olvidaron quién soy —susurró.
Su voz era un trueno.
—Olvidaron que fui el primer querubín. El más hermoso. El más fuerte. El más amado por el Padre. El que dirigía los coros. El que guardaba los secretos del universo. El que dominaba la luz del Alba.
Dio un paso adelante. La tierra tembló. Los demonios retrocedieron.
—Soy Luzbel —declaró, abriendo sus alas con violencia— La Estrella del Amanecer. El primero en alzarse. Y solo Dios puede matarme.
Belial cayó al suelo, aterrado. Miguel sintió algo en su interior encenderse como un Sol. Luzbel, sin apartar la mirada del ejército, estiró su mano hacia él.
—Miguel.
Miguel corrió hacia él sin dudarlo. Luzbel lo sostuvo por la espalda, atrayéndolo a su pecho.
—Mi único propósito es uno —susurró Luzbel, con una voz tan hermosa y peligrosa que estremeció el aire— Amarte. Y protegerte. De ellos. Del Cielo. Del Abismo. Del mundo. Y de mí mismo, si es necesario.
Miguel cerró los ojos, sintiendo el corazón a punto de romperse. Luzbel alzó su rostro, furioso y hermoso, hacia sus antiguos seguidores.
—¿Quieren guerra? — Su sonrisa fue un filo —Entonces enfréntense — Sus alas se encendieron con fuego negro y dorado —Al príncipe eterno.
El ejército gritó con odio. El cielo rugió. La tierra estalló. Y la batalla más sangrienta entre la luz, la sombra y el amor prohibido comenzó.